Hemos enviado en cinco años 8 containers de 22 toneladas cada uno
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Bangassou es una región de la República Centroafricana, con más de 120.000 kilómetros cuadrados de extensión, un lugar del que no se habla en los medios, con mucha pobreza y problemas de todo tipo.
Pero hay gente y voluntarios que tratan de aportar su experiencia, precisamente entre aquella gente. Es el caso del obispo cordobés, con ascendencia vasca, Juan José Agirre, quien se encuentra al frente de la Fundación para el Desarrollo de Bangassou, con inestimable ayuda de voluntarios entregados que dicen haber encontrado sentido a la vida.
Es el caso de la mutrikuarra Arantza Urreisti que, tras cuatro meses allí, acaba de regresar a casa, o el errenteriarra afincado en Zarautz Mikel Mendizabal, muy sensibilizado y que, desde aquí, trata de lograr ayudas para allí. Lo cuenta Antxon Etxeberría en Diario Vasco.
Arantza Urreisti explica su nuevo rumbo. «Dejé el trabajo como enfermera, ya que no estaba dispuesta a dar una pastilla más y seguir en este sistema, donde no hacemos otra cosa que trabajar para pagar facturas; una vida realmente absurda. Me hablaron de Bangassou y me fui sin pensarlo dos veces. No quería volver ya que hay tanto por hacer, pero transcurrido el plazo legal de estancia de cuatro meses, he tenido que regresar. Mi vida ha quedado allí. Tengo marido e hijas, pero me he dado cuenta que mi sitio está allí, donde puedo aportar mis conocimientos ya que son como una esponja y aprenden todo enseguida».
Esta enfermera ha estado trabajando en operaciones quirúrgicas. «He podido comprobar los efectos beneficiosos del clorito de sodio para el paludismo. Desgraciadamente, entre el 15 y 20% de la población es seropositiva, teníamos en nuestra zona a un millar de pacientes con sida».
Tanto Mikel, quien estuvo en Bangassou hace cinco años, como Arantza califican la situación del país, Centroáfrica, de desastrosa. «Es un país más grande que España con tan solo 4 millones de habitantes. Es todo selva. Tienen diamante, oro, uranio… Tienen de todo, pero es una gente muy pobre, son los franceses los que dominan todo. Bangassou es una provincia y a su vez capital, de unos 30.000 habitantes en una aldea muy esparcida. No hay universidad, no hay arte, no hay dinero...».
El obispo Juanjo Agirre lleva más de treinta años en Bangassou, donde realiza una labor extraordinaria con los huérfanos, enfermos, presos, ancianos… y la labor de Mikel Mendizabal consiste en enviar toda la ayuda posible desde aquí. «Estoy jubilado y por mi experiencia en la Caja Laboral tenía muchos contactos, a los que suelo preguntar si tienen algo que les sobra. Y como esta sociedad de consumo es una locura, se desechan miles y miles de objetos, productos y materiales en excelente estado. Hemos enviado en cinco años 8 containers de 22 toneladas cada uno. Hemos enviado, bicicletas, motos, quirófanos, material quirúrgico, mantas, sábanas, material deportivo, medicamentos, juegos, máquinas de coser, ordenadores, material escolar, material de construcción, caramelos… Gracias a la extraordinaria solidaridad de la gente de aquí, de empresas, particulares, instituciones…».
Mikel se muestra, asimismo, especialmente satisfecho de la solidaridad mostrada por los ayuntamientos de Zarautz, Orio, Aia, Getaria, Zumaia, Azpeitia, Azkoitia, Deba…, que se han unido para el proyecto de construcción de 17 puentes de 80 metros en Bangassou, que permitirán a los poblados tener comunicación entre sí. «Cuatro de los puentes ya están concluidos, bajo la dirección de la ONG Ingenieros para la Cooperación; cada puente con el nombre de la localidad que ha financiado la obra. Un hermanamiento precioso».
Para Arantza Urreisti es un espectáculo ver vaciar un container. «Allí el dinero no tiene valor. Hay quizá maquinaría que enviamos más valiosa, pero cuando los niños ven las bicicletas se les van los ojos. «El obispo Juanjo Agirre tiene la fantástica costumbre de que toda donación hay que ganársela. A nadie se le da nada sin que lo haya trabajado».
Esta ex enfermera se ha ‘enganchado’ de tal forma a Bangassou que su siguiente proyecto es organizar un dispensario en Bema, una localidad cercana, donde no existe ningún tipo de ayuda ni urgencia sanitaria. «Queremos hacer un dispensario para las primeras urgencias. Nos harían falta unos 30.000 euros. Mi idea es poder viajar de nuevo para llevar adelante el proyeco del dispensario».
Arantza y Mikel reconocen que el país se encuentra estancado, no puede avanzar. «No hay formación, aunque son terriblemente habilidosos. Lo ideal sería enviar desde aquí voluntarios, enfermeras, electricistas, maestros, fontaneros, ebanistas… que vayan allí a dar clases, aunque para ello hace falta dominar el francés».
Ambos voluntarios son de la opinión de que «nuestros jóvenes deberían pasar una temporada allí, realizar un curso de humanidades, ya que aunque hay una pequeña parte comprometida y luchadora, la mayoría de nuestros jóvenes adolecen de valores tales como la solidaridad, entrega, austeridad, responsabilidad, entusiasmo y altruismo. Todo el mundo debería pasar por este proceso».