En las Bienaventuranzas, Cristo estableció el código para sus discípulos: mansedumbre, justicia, misericordia y paz
(Francisco Asensi).- Para Erasmo (el gran humanista del siglo XVI) la conditio sine qua non de todo humanismo (y más, tratándose de un humanismo cristiano) es la no violencia. En todas sus obras, una y otra vez, vuelve sobre el tema de la guerra y la paz. Es su obsesión.
En las Bienaventuranzas, Cristo estableció el código para sus discípulos: mansedumbre, justicia, misericordia y paz. No se trata de un código coercitivo que se impone y nos obliga desde fuera sino de un código genético, diríamos hoy, interiorizado, sustancia de nuestra propia alma, que impregna nuestro pensamiento y voluntad y todo nuestro ser.
El apóstol Santiago, hermano del Señor, amonestará a los primeros cristianos: La sabiduría que viene de lo alto es, en primer lugar, pacifica, moderada, dócil, llena de compasión y buenos frutos, sin parcialidad, sin hipocresía. Los que son pacíficos siembran en paz un fruto de justicia. ¿De dónde proceden las guerras y las contiendas entre vosotros? ¿No vienen precisamente de vuestras pasiones? ¿Codiciáis y no poseéis?, matáis. ¿Envidiáis y no podéis conseguir?, Combatís y hacéis la guerra.
Tertuliano escribirá a este respecto en su Apologética: el cristiano no puede odiar ni siquiera a sus propios enemigos. La no violencia es regla de vida e implica una consecuencia moral ineludible.
El pacifista Erasmo enseñará que el hombre solo puede vivir y desarrollarse en la paz, que es un fin en sí mismo y que hay que conseguir a toda costa. Durante toda su vida, no se cansará de anatematizar la guerra. «La guerra siempre es el naufragio de todo bien». En esta cuestión disiente radicalmente de Tomás de Aquino que en su Summa Theologiae defendió la «guerra justa».
También del español Francisco de Vitoria, de la escuela de Salamanca. Vitoria admite en su De iure belli la «licitud» de la guerra, aunque nunca sería «lícita» emprenderla por diferencias de religión o para aumentar el territorio. Para Erasmo, la guerra (ya se trate de guerras internacionales o simples sediciones) siempre es antimoral y antievangélica. La guerra jamás puede ligarse a la idea de justicia. No hay guerras justas. Ninguna. En esto es taxativo. Condenará cualquier guerra, sea cual fuese.
Conviene con Cicerón en que una paz injusta es mejor que una guerra justa. Los males de la guerra alcanza a los inocentes y los vencedores tampoco salen bien parados. La guerra es tan cruel que es más propia de fieras que de hombres; tan falta de sentido que los mismos poetas la imaginan como engendro de las Furias; tan letal que trae la infección de todas las costumbres; tan injusta que es sabiamente administrada por la peor calaña de bandidos; tan impía que nada tiene que ver con Cristo. De su crítica no se salva ningún rey ni príncipe, y arremete despiadadamente contra obispos y papas, quienes, a sabiendas de la maldad intrínseca de la guerra, lo dejan todo para dedicarse a ella.
Muchos son los escritos que dedicó Erasmo contra la guerra. En sus Adagia cita una sentencia que lo más probable es que proceda de Píndaro, poeta griego del siglo VI a.Xto. Dulce bellum inexpertis (la guerra es dulce y agradable para quienes no la han experimentado). Ese aforismo resume a la perfección lo que él, pacifista convencido, piensa sobre la guerra.
Es la antítesis de «Si vis pacem, para bellum que está siempre en labios de los belicosos. Este adagio latino proviene de Vegetius (finales del s.IV d.Xto.). En su Epitoma rei militaris escribe: qui desiderat pacem, praeparet bellum. Quien desee la paz que se prepare para la guerra. Quien quiera conseguir la victoria, que entrene sus soldaos con diligencia. Quien aspire al éxito que luche con estrategia y no lo deje al azar. Nadie se atreve a provocar u ofender a quien ve como superior en el combate. He ahí dos concepciones diametralmente opuestas.
Los pragmáticos optarán, sin dudarlo, por la paz armada (¿No es una contradicción hablar de paz armada?). Erasmo y los humanistas cristianos optarán simplemente por la paz. Son fieles seguidores de las enseñanzas de Jesús: Habéis oído que se dijo: ojo por ojo y diente por diente. Pues yo os digo: no resistáis al mal; antes, al que te abofetee en la mejilla derecha ofrécele también la otra (Mt.5,38ss.). La guerra es el antievangelio. ¿Son ilusos, utópicos, estos humanistas? Quizá; pero tienen la fe que mueve montañas. Están plenamente convencidos que sólo la no violencia es capaz de cambiar el mundo.
¿Qué diría Erasmo de las guerras de nuestros días que con tanta ligereza e irresponsabilidad se emprenden? ¿Qué pensaría de las razones oscuras y la manifiesta hipocresía con que se justifican? ¿Podría comprender esa farsa cruel de los daños colaterales?
En su Institutio Principis Christiani (Educación del príncipe cristiano) que redactó para el joven Carlos (a la sazón tenía dieciséis años y gobernaba los Países Bajos), Erasmo afirma que el arte de reinar es en definitiva el arte de mantener la justicia en el interior del reino y de conservar la paz con las demás naciones. Así de simple y así de imposible cuando hay intereses bastardos que se interponen… No cabe duda de que Erasmo, mentor del joven Carlos V, se esforzó en inculcarle huir de las guerras como del fuego; enseñanzas que nunca fueron tomadas con excesivo celo.
En su Querela pacis, la paz se queja de que una y otra vez ha sido rechazada y asesinada en todas las naciones de Europa. En ese libro Erasmo expone la verdadera política según el Evangelio o la philosophia Christi. El mundo entero es la patria común. Le parecen absurdas las discordias entre príncipes, que califica despectivamente de vanas pretensiones de principillos. Hay que acentuar lo que une más que lo que separa; lo europeo por encima de lo nacional, lo humano sobre lo político. Erasmo propone superar la christianitas medieval mediante una nueva comunidad universal (sin diferencias de origen, raza, idioma o nación) a la que todos los hombres son libremente convocados.
Resumamos algunas claves del humanismo cristiano de Erasmo: El humanismo aborrece toda violencia. Ninguna razón justifica la guerra. Aun cuando uno crea que le asiste todo el derecho del mundo, jamás debe resolver cuestión alguna por medio de la violencia. Al que quiera pleitear contigo para quitarte la túnica, dale también el manto (Mt.5,40). En este punto, toda circunspección es poca. Sus reproches más acervos van contra la Iglesia que, con el acrecentamiento de su poder temporal, ha renunciado a la gran misión de mantener la paz cristiana universal.
Toda intolerancia y partidismo son ajenos a su teoría de la concordia universal. Para Erasmo no existen naciones ni fronteras sino una patria común global. Todo ser humano, sin exclusión de ningún tipo, puede ser ciudadano de esa comunidad. En caso de conflagración, los humanistas cristianos no tienen que alentar con celo partidista las hostilidades. Por el contrario, deben colaborar juntos para poner fin al frenesí inhumano y bestialmente salvaje de la guerra.