Va el Papa a decirle a los ricos que tienen que pagar su deuda ecológica con los pobres, que no hay un derecho absoluto a la propiedad privada y que la 'mano invisivle' del mercado no es mano ni es invisible
(José Manuel Vidal).- Francisco vuelve a su tierra latinoamericana por segunda vez desde que subió al trono, reconvertido en silla de Pedro. La primera, a Brasil. Esta segunda, a Ecuador, Bolivia y Paraguay. Por la puerta de atrás. Por los países de las periferias. Por los más humildes. Rondando su Argentina del alma, pero sin entrar en ella. Vuelve, una vez más, a su amada Latinoamérica. Y regresa como una dinamo de esperanza.
Latinoamérica está cambiando. Ya no es el furgón de cola del tren de la pobreza. Se está desarrollando y está creciendo. Con un crecimiento desigual, como en todas partes. Con un desarrollo tutelado, en muchos de sus países, por «los mercados» y el FMI. Y con países, como Ecuador o Bolivia, que, cuando no se dejan tutelar del todo, tienen problemas.
Latinoamérica mira cada vez más a Roma. Porque allí está uno de los suyos. Alguien que le quiere y que le entiende. Que sabe de sus penas y alegrías. Que conoce por experiencia lo que los diversos países latinoamericanos sembraron entre lágrimas y, ahora, comienzan a recoger entre cantares.
Una cosecha que no llega para todos ni para todos por igual. Una cosecha desigual y mal repartida. Porque también allí hay descartados, que necesitan que el Papa se convierta en su abogado defensor. Que quieren que Francisco les insufle un poco de esperanza de que un mundo mejor (y más justo) es posible.
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