Se me han ido hombres valiosísimos para España, para la humanidad, que además han sido entrañables amigos míos: Vicente Ferrer, Enrique Miret Magdalena ahora Don Sabino
Padre Ángel García (homilía en la capilla ardiente de Sabino Fernández Campo).- Queridos Hermanos todos: sabemos que la vida, para nosotros los cristianos, no se acaba con la muerte, sólo cambia las cosas. Y aunque la certeza de morir nos entristece, nos consuela la promesa de la futura inmortalidad. Porque la vida de los que creemos en ti, Señor, no termina, se transforma.
Poco antes de acostarme conocía la noticia del fallecimiento de Don Sabino. He de deciros, que como muchos de vosotros, he pasado la noche recordando tantas cosas vividas con él: conversaciones preciosas, visitas a su despacho, tantos actos públicos y tantos momentos íntimos, y recordaba especialmente esa mañana en la Iglesia de San Bernabé de Madrid cuando ante mí, unió su alma y su vida en matrimonio para siempre- a Maria Teresa. No se me olvida su mirada nerviosa, como un joven novio, cuando ella no llegaba, él que había mandado a tantos hombres, se rendía de amor ante una mujer; él que había tenido en sus manos el destino de un reino, sólo quería entonces tener entre las suyas a la de la mujer que Dios le estaba dando por esposa.
Hoy estamos aquí, estamos tristes ¿por qué no decirlo? Cuando un ser querido se va, algo de nosotros se va con él.
Este año se me han ido hombres valiosísimos para España, para la humanidad, que además han sido entrañables amigos míos: Vicente Ferrer, Enrique Miret Magdalena ahora Don Sabino Hoy, aquí, he venido a predicar a ese Jesús de la Paz y la Resurrección, a ese Jesús que llora cuando su amigo Lázaro se muere y permanece a sus pies, con serenidad y aplomo, pero triste, ¿cómo no?
Por eso no debemos esconder nuestras lágrimas Los Evangelios nos dicen que también Jesús lloró entonces.
Anoche, cuando supe del fallecimiento de Don Sabino Fernández Campos, yo también lloré, como muchos de los que estáis aquí.
Es cierto, estamos tristes, pero debemos ser hombres y mujeres de Fe, como lo fue él, y en estos difíciles momentos debemos tener Esperanza.
Hoy quiero predicar a ese Jesús, indudablemente Dios, pero verdaderamente hombre, que aunque acataba la voluntad de su padre, se rebelaba contra lo que no entendía, a ese Jesús que no se resignaba ante la injusticia, ante las enfermedades, ante la pobreza o ante el dolor. Como ahora no os resignáis vosotros.
Recuerdo una preciosa frase de Don Sabino, ejemplo y síntesis de una vida cristiana, que decía que con Dios siempre se puede hablar, que a veces te lleva la contraria, pero que al final Dios siempre lleva la razón.
Hoy los medios de comunicación hablan de Don Sabino como un gran hombre de Estado, a que se consagró desde la moral y la ética; yo hoy quiero recordarle también como un hombre de Dios.
Un hombre de profunda Fe, de inmensa espiritualidad.
Recuerdo con afecto e inmensa gratitud el Día que Don Sabino me presentó en el Club Siglo XXI, ahora me toca a mi el enorme y emocionante honor de presentarle ante Jesús, ese mismo Jesús que dijo: «Venid, benditos de mi Padre». Hoy me toca decir: Dios mío, acógele en tu seno.
Ojala que cuando llegue nuestra hora y el Señor nos llame, podamos escuchar lo que creo firmemente que el alma de Don Sabino ha oído ya: «Ven, porque fuiste bueno».
Los que son buenos van al Cielo y todos los que hemos tenido la suerte de conocer a Don Sabino sabemos que ha sido buen padre, buen esposo, buen amigo, y buen servidor: además de a Dios y al Rey, a su familia y a su mujer.
Don Sabino, lo sabemos, tuvo dos grandes tuvo dos profundas e inquebrantables devociones: la Corona y España, por las que consagró su corazón y su inteligencia, y a las que sirvió fielmente. Y al servirlas, nos sirvió a todos.
Trató con el mismo respeto y cariño a todas las personas que conoció, sea cual fuera su trabajo, su posición económica, su ideología…
Sufrió desengaños, olvidos, y como pocos pasó la durísima prueba de la pérdida de 4 hijos, un dolor que golpeó su corazón tanto como forjó su temple.
Don Sabino se lleva, al lugar donde va un lugar que él imaginaba tan verde y hermoso como los campos de Asturias, y en el que no aceptan ningún equipaje- lo que sólo unos pocos pueden llevarse: la gratitud de muchos y el reconocimiento de todos, Reconocimiento también de los que durante tantos años estuvieron más con él que frente a él, aunque fuera al otro lado de una mesa de despacho.
Él decía que hay un poco de Dios en cada uno de nosotros. En él había mucho de Dios: de su grandeza, de su amor sin condiciones por lo que él creía y quería. Como el Padre supo perdonar, como el Padre supo seguir amando siempre.
Y también siempre va a haber algo de Don Sabino en todos los que le conocimos y le quisimos: un hombre que fue consejero de muchos y amigo de todos. Él nos deja, ante todo y sobre todo, su ejemplo de lealtad, a la que por defenderla la mantuvo siempre limpia de adulación, una lealtad que mantuvo aún cuando su precio fuera el de la renuncia.
Don Sabino fue también ejemplo de disciplina, que siempre se exigió a si mismo antes y en mayor medida que a los demás, ejemplo de firmeza, que siempre conjugó con su exquisita mano izquierda.
Y sobre todo su señorío. Para mí, para tantos, su nombre siempre estuvo unido al Don, incluso en momentos tan íntimos como en la confesión. Un Don que significaba respeto, admiración pero que no imponía distancia, sino cariño.
Don Sabino fue un gran señor, cuyos finos modales nunca encerraron desprecio a nadie, y cuya cortesía nunca fue hipócrita.
Gracias, Don Sabino, por dar tanto a España, por darnos tanto a todos.
Pero sobre todo en Mª Teresa, quien más le quiso, quien mejor le conoció es quien guardará el tesoro de su vida. Mª Teresa, ahora que sientes que lo mejor de tu vida se ha ido con él, piensa que en lo que el te ha dejado y que nadie podrá llevarse: la fortuna de haber sido amada y haber amado a un gran hombre, a un hombre insigne.
Pido desde el corazón, un aplauso para una vida intachable.
Que Dios le tenga en su Gloria,
AMEN