Desde el Exilio

Miguel Font Rosell

La filosofía, un riesgo político

Miguel Font Rosell

A lo largo de la historia, el ser humano siempre ha querido definir, sintetizar y alcanzar el conocimiento de los grandes conceptos, como el amor, la verdad, la inteligencia, etc., conceptos tan simples y a la vez tan complejos que su correcta definición aun sigue siendo pretendida.

Podemos alcanzar la cultura a través del estudio, la memoria y la asimilación de datos, información, trabajo, acumulando carreras, honores, reconocimientos públicos, pero no por ello ser inteligentes, un concepto nada pacifico a la hora de encontrar una definición que clarifique el término, pues tan inteligente puede ser un académico de una disciplina cualquiera, como un analfabeto pastor de la montaña, sin acceso a la cultura adquirida, pero autónomo en su proceso intelectivo. La cultura requiere asimilar lo transmitido, la inteligencia razonar lo cuestionado.

De las muchas definiciones del término inteligencia, ninguna simple en su propio enunciado, podemos llegar a una síntesis comprensiva del término que podemos resumir en: un acto personal, como elección de las mejores opciones para resolver una cuestión mediante la capacidad de pensar, entender, razonar, aprehender y elaborar, utilizando la información, la experiencia, la lógica y el pensamiento abstracto.

Por otra parte, si a esa virtud personal estática le damos movimiento y aplicación a algo concreto, pero a su vez abstracto en cuanto a sus planteamientos, como puede ser la filosofía, habremos encontrado el motor y su combustible (aptitud y actitud), no obstante, con la filosofía, una disposición más que una virtud, nos ocurre algo similar a la inteligencia a la hora de buscar una explicación que sintetice el concepto. Etimológicamente se trata del amor a la sabiduría, pero de un amor que no puede ser estático, un amor que como el personal ha de ser cultivado, atendido y trabajado con cuidada dedicación, para replantearnos de nuevo nuestras acciones en aras de obtener siempre mejores resultados.

Quizá en Pitágoras encontremos el primer intento de explicar el concepto al asegurar que hay una clase de hombres libres que ven y observan, con afán, la naturaleza de las cosas, afanosos de sabiduría, esto es, filósofos. Platón añadió el que en ese afán está la búsqueda de la verdad, mientras los sofistas afirman ya poseerla, tratando de convencer a otros, en su ofuscación, de cosas infundadas o falsas, llegando a cobrar o a exigir honores por ello.

El filosofo se vale pues de la inteligencia como instrumento en la búsqueda de la verdad, poniendo siempre en duda sus propias ideas, sus propios descubrimientos y teorías, oponiendo a ellas cualquier razón, teoría o prueba que las ponga en entredicho, para seguir con ello avanzando hacia la verdad, no hacia su verdad, sino hacia el propio concepto abstracto de verdad, todo lo contrario al concepto de fe, o a los sofistas, que defienden sus propias “verdades”, únicamente desde su propios argumentos, huyendo, descalificando, matando, o combatiendo, cualquier idea contraria a sus planteamientos, ya sea en materia política, religiosa, económica, social, etc.

Un filosofo es por tanto un ser pensante, objetivo, amante de la razón, la lógica, el conocimiento, la experiencia y todos aquellos instrumentos que, desde la libertad, le aporten la aproximación deseada a la pretendida sabiduría, algo absolutamente ajeno al adoctrinamiento, a la cultura establecida, a lo políticamente correcto, a las creencias, al sometimiento incondicional al sistema imperante. Un filosofo es, en definitiva, por su capacidad de remover “verdades”, un peligro latente para cualquier poder establecido, ya sea político, comercial, mediático, económico, social o religioso, un ser objeto de censura, no olvidemos que la idea es la expresión del filósofo autónomo, de un hombre libre, mientras que la ideología, de todo tipo, es la del creyente, del seguidor sometido a unos dictámenes establecidos.

Viene todo ello a cuento de las reflexiones a una entrevista, en Faro de Vigo, a Marina Garcés, joven filósofa y ensayista (“Filosofía inacabada”), que se lamentaba de que en España, asignaturas como la filosofía eran cada vez mas ninguneadas por los planes de enseñanza y que con ello se estaba propiciando un nuevo analfabetismo ilustrado, ciertamente preocupante.

No me resisto, por su incuestionable interés, a subrayar alguno de sus planteamientos puestos de manifiesto en tal entrevista. “La filosofía anida un gran potencial de transformación de la vida, cuyo asedio actual por los planificadores de la enseñanza tiene raíces en sus mismos orígenes, en la continua fricción entre el pensamiento crítico y la sociedad”. “Yo apuesto por sacar la filosofía de ese archivo histórico y convertirla en una interlocución, en un espacio de encuentro y una herramienta de pensar desde los contextos que nos piden atravesar los limites de lo que sabemos.” “No hay que defender la filosofía: hay que practicarla, exponerla, actualizarla y desafiar todas las fuerzas que la acogotan, pero no para preservarla como una especie en extinción o una riqueza del pasado”. “Una vida filosófica siempre es peligrosa en algún sentido, porque la filosofía cuestiona las convicciones en las que la política se siente segura, estable, y dominada por los monopolios de la verdad”. “Hay un anhelo de claridad, pero no para encontrar certezas incuestionables, sino para encaminarse hacia algún tipo de verdad”. “Este anhelo conserva su potencia porque no nos valen las verdades dadas ni cualquier opinión, por muy seductora que sea para confundirnos”. “No podemos dar por establecida ninguna verdad que no pueda ser sometida a su propia crítica. Ese es el impulso de la filosofía”.

Son reflexiones, todas ellas, que nos hablan de la filosofía como una actividad personal de libertad, de un anhelo de autonomía en nuestros pensamientos, de una dignidad humana trabajada en función de valorar nuestra capacidad de razón, de ser objetivos y forjar nuestros propios conocimientos, aun a costa de replanteárnoslos una y otra vez, lo que nos aleja de intransigencias y nos acerca a la comprensión de todo tipo de ideas ajenas, soportadas en razones valorables que podamos aprehender. Se trata de la filosofía como una actitud personal, no solo como el estudio de pensamientos ajenos, descontextualizados, perdidos en la historia.

Siempre he mantenido que la democracia no ha llegado todavía a España, que tuvimos un tiempo, al principio de la transición, en el que nos fuimos acercando, para ir poco a poco invirtiendo el proceso, en una dinámica de alejamiento, proporcional al protagonismo mas demagógico y oligárquico de partidos, dedicados a asentar en nuestra sociedad un sistema puramente dictatorial disfrazado de supuesto mandato popular, en las antípodas de lo que supone una auténtica democracia. A partir de ahí, lo que sucede con la filosofía como asignatura de formación de nuestra juventud, es una consecuencia, de libro, del propio sistema, que huye de formar seres pensantes, independientes, que osen poner en cuestión los blandos pilares de nuestro cerrado sistema de valores, tanto políticos como religiosos, económicos o sociales, sometidos a la decisión de unos pocos “sofistas”, que como antaño, nos cobran por ofrecernos sus “servicios”, o nos exigen honor por ello.

La filosofía llevada a la enseñanza nunca fue realmente planteada con seriedad, pues desde hace lustros se trata simplemente de una asignatura dedicada, no a la filosofía en si, sino a la historia de la filosofía, desde una perspectiva del ejercicio de la memoria, hacia esquemas simplones de las ideas de aquellos filósofos que más han interesado al poder establecido. No se ha enseñado nunca al alumno a adentrase en la propia filosofía, a pensar, a cuestionar verdades, a contraponer ideas, a buscar respuestas, ponerlas en cuestión y volver a empezar, pues las “verdades” que promueve la sociedad no se cuestionan, se acatan, y como tal no se potencia con los impuestos de tal sociedad a ciudadanos que amenacen con poner en cuestión tales sacrosantas “verdades”. Me temo por tanto que, o cambiamos gran parte de los planteamientos de esta sociedad, más interesada en sostener creencias trasnochadas de todo tipo, que en las verdades a favor de la auténtica libertad, de la democracia y del amor a la sabiduría, o la filosofía no será más que otro recuerdo de una enseñanza que pudo ser y no fué.

Nos encontramos a las puertas de nuevas elecciones generales, ante la probable ruptura de un bipartidismo que ha sido frustrante para la enseñanza de nuestros jóvenes, con cambios constantes en unos planes de estudios obsoletos, chapuceros y ajenos a cualquier concepto moderno de enseñanza, en los que ha privado el adoctrinamiento memorístico por encima de cualquier otra consideración de hacer entrar en valor al alumno, de enseñarle a pensar, de darle autonomía intelectual. Hoy se nos ofrecen debates de todo pelaje aunque centrados casi en exclusividad en lo económico y sus derivadas. De lo mas preciado para nuestra juventud, su formación, poco, muy poco…

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Miguel Font Rosell

Licenciado en derecho, arquitecto técnico, marino mercante, agente de la propiedad inmobiliaria.

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