Desde el Exilio

Miguel Font Rosell

¿Gasto o inversión?

 

Hace unos días, viendo un informativo, me llamó la atención la llegada de un alcalde a una ceremonia de inauguración. Las imágenes mostraban un coche de alta, o muy alta gama, al parecer blindado (esta vez no era ni Rita Barberá, ni Gallardón), que se detenía en la puerta del edificio a inaugurar. El chofer bajaba rápido y abría la puerta posterior de donde salía el alcalde. Ello me hizo pensar en la importancia que tiene, sobre todo cuando de economías públicas se refiere, diferenciar los conceptos gasto e inversión, un concepto que desgraciadamente nuestros representantes en lo público parecen, en general, no tener demasiado claro a la luz de sus decisiones al respecto.

Solemos identificar como gasto, todo aquello que exige la salida de dinero de nuestros bolsillos, aunque a veces ese supuesto gasto es más una inversión que un gasto propiamente dicho, por lo que podemos definir como gasto aquello que no va a volver, lo dispuesto que no nos va a producir un retorno, ya sea directo, indirecto o inmaterial, algo que diminuye nuestros activos, algo que en contabilidad se atribuye a la cuenta de resultados, mientras que una inversión es un gasto del que se espera un beneficio, un retorno, algo que por haberlo acometido nos va a enriquecer de alguna manera en mayor o menor medida, lo que en contabilidad asignamos al balance, al inmovilizado, que no disminuye nuestros activos y que se lleva a cabo esperando frutos en un medio-largo plazo cuando los gastos solo tienen una repercusión anual.

Como ejemplo extremo decir que en una empresa la compra de una maquina de producción es una clara inversión, mientras una comilona de empresa es un gasto puro y duro, salvo que lo fuera con clientes, que ahí el asunto ya no está tan claro. Por otra parte, el problema suele estar en definir la línea que separa ambos, que no siempre está meridianamente clara, pues hay dispendios que bien pueden ser simples gastos, como convertirse en inversiones.

Volviendo al caso inicial del alcalde que viaja en vehículo blindado de alta gama, entiendo que se pueden dar, en principio, cinco escenarios a contemplar, pues todos ellos se dan, o se han dado, en distintos lugares según distintas formas de entender la política como un servicio a la hora de velar por los intereses de los ciudadanos, o como el cúlmen de una carrera de homenaje a un personaje que encarne el prototipo de la vanidad.

Los cinco escenarios a los que me refería son los siguientes:

1º. Utilización de los propios medios al servicio de los ciudadanos, bien desplazándose a pie, en bicicleta, moto, o en automóvil particular.

2º. Utilización de medios públicos de transporte (generalmente taxi).

3º. Utilización de vehiculo municipal de gama media.

4º. Utilización de vehiculo municipal de alta gama.

5º. Utilización de vehiculo municipal, blindado, de muy alta gama.

Analizando cada uno de ellos en función de la consideración que sobre gasto e inversión hemos llevado a cabo, podemos deducir lo siguiente:

1er supuesto. Se trata de un caso excepcional en el que casi ni siquiera existe gasto para las arcas públicas. Suele darse en pequeños pueblos, en cuyo caso el alcalde dispone de un carnet que le permite el aparcamiento en cualquier lugar de la ciudad cuya presencia sea requerida, pasando al ayuntamiento los gastos en combustible, algo propio también de gran parte de la clase funcionarial a la hora de poner sus vehículos a disposición de la administración, craso error, pues nunca el ayuntamiento en cuestión se hará cargo de las responsabilidades en que se incurra, bien en cuanto a accidentes, multas, etc.

2º supuesto. Acuerdo con una compañía de transporte público de taxi por el cual esta pone a disposición de la alcaldía sus vehículos a cualquier hora que se precise, con ello el ayuntamiento prescinde de la adquisición y mantenimiento de vehículos, así como del ahorro de personal, seguros, etc., al tiempo que potencia el negocio del taxi en la ciudad, quien posiblemente deba acometer una inversión a la hora de poder atender el contrato, siendo quizá la opción de mayor servicio a la sociedad en general y mejor rendimiento político.

3º supuesto. Adquisición por parte del ayuntamiento de vehículo de gama media para el servicio de la alcaldía, lo que supone gasto en combustible, mantenimiento, personal, seguros, etc. Este es un caso que, sin serlo en puridad, se acerca ya más al propio concepto de inversión, pues se espera que dé frutos a lo largo de algunos años y que con ello se generen ciertos rendimientos, aunque mas de tipo intangible. Políticamente es una opción válida, quizá de similar rendimiento para las arcas municipales a la opción anterior.

4º supuesto. La adquisición de un vehiculo de alta gama, solo se argumenta bajo el pretexto de que un alcalde en su representación del ciudadano debe optar por algo de porte superior, lo que hoy en día políticamente no solo no se justifica, sino que responde a un concepto bastante arcaico de entender la política. En este caso la diferencia de coste entre la opción anterior y esta es puro gasto.

5º supuesto. Lo del vehiculo blindado, dando a entender no solo lo expuesto en el apartado anterior, sino que el mencionado regidor se considera insustituible en el cargo, no se sostiene lo mas mínimo, ya que en democracia todo cargo es sustituible, incluso de inmediato. No se trata de preservar la vida de un Severo Ochoa, absolutamente irremplazable debido a su propia valía individual, al que por cierto, nunca se le hubiera ocurrido entrar en tamaños dispendios, aunque como en el caso de los alcaldes, fueran otros quienes los pagaran.

Expuestos estos posibles casos reales que suelen darse con regularidad, decir que el primero puede ser muy loable pero no parece lo adecuado (ni gasto, ni inversión) al igual que los dos últimos por excesivos e irresponsables (gasto puro y duro).

La virtud la encontramos más en el 2º y 3º caso, pues aunque no se trate de una inversión claramente diferenciada del gasto necesario, si que puede producir, de cara al ciudadano, una inversión en intangibles (credibilidad, responsabilidad, seriedad, etc.) y la posibilidad de utilizar el ahorro en gastos sociales, o de utilización en inversiones.

Finalmente y por poner un ejemplo curioso, en EEUU, a muchos relaciones publicas de grandes empresas, se les exige que jueguen al golf y que dispongan de un hándicap importante, haciéndose cargo la empresa del coste que ello comporta, lo que no se considera un gasto para la empresa, sino una inversión, ya que estos cargos suelen llevar a cabo grandes contratos muy apetecibles para la empresa, precisamente en los campos de golf a la hora de relacionarse con grandes clientes.

Lo dicho, Sr. Alcalde, gastos los imprescindibles, gastos superfluos ni uno, regalos ni ajenos, ni propios a costa del ciudadano y el resto, inversiones para la ciudad (no en su promoción) y mucha, mucha gestión.

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Miguel Font Rosell

Licenciado en derecho, arquitecto técnico, marino mercante, agente de la propiedad inmobiliaria.

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