La vida en su expresión más hipócrita. En el Aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas, uno de los mayores puntos de entrada a España, la realidad cotidiana para cientos de personas es muy distinta a la que viven los pasajeros.
Allí, entre terminales y pasillos, se ha ido consolidando una comunidad invisible: la de los sintecho que buscan refugio.
La historia reciente de Salvador Méndez Verdún, más conocido como Salva, resume con crudeza la poca disponibilidad para el trabajo de ciertas personas. Salva fue noticia cuando un empresario asturiano le ofreció un trabajo y alojamiento en su hotel rural, La Molinuca, ubicado en Peñamellera Alta. Lo que parecía una oportunidad única duró apenas tres días. Y es que a pesar de la posibilidad que se le brindaba de rehacer su vida con esfuerzo y trabajo como hacen en todo el mundo millones de seres humanos, este caballero se permitió dejar el empleo alegando que “era muy duro y no era lo suyo».
En ese hotel tenía que hacer lo que hacen miles de trabajoras todos los días: limpiar habitaciones y arreglar las camas. En dos ocasiones llegó tarde y el tercer día ni siquiera se presentó hasta la hora de la comida, alegando asuntos propios.
Finalmente, ambas partes acordaron poner fin al contrato de mutuo acuerdo.
La vida en Barajas: entre la precariedad y la invisibilidad
El caso de Salva es solo una cara visible entre las casi 500 personas sin hogar que, según estimaciones recientes, duermen cada noche en las distintas terminales del aeropuerto madrileño. Este fenómeno ha ido creciendo desde la pandemia y actualmente genera tensiones tanto por motivos humanitarios como operativos.
- La presencia masiva de personas sin casa ha provocado quejas por problemas de salubridad, seguridad y convivencia. Trabajadores y sindicatos denuncian situaciones insostenibles: suciedad, plagas de chinches o cucarachas y conflictos puntuales con usuarios o empleados.
- El perfil es muy heterogéneo: hay inmigrantes ilegales, españoles sin recursos e incluso personas con formación profesional que han caído en desgracia tras perder trabajo o vivienda.
- Muchos viven allí 24 horas; otros solo acuden a dormir. Algunos llevan meses instalados.
- AENA y las administraciones mantienen un cruce constante de responsabilidades sobre quién debe intervenir. Mientras tanto, iniciativas ciudadanas o religiosas intentan cubrir parte del vacío institucional.
El aeropuerto se ha convertido así en un espacio liminal donde muchos intentan sobrevivir con lo mínimo: cartones, mantas rotas y pertenencias en carritos.
Restricciones, soluciones parciales y debate político
En respuesta al aumento del número de personas pernoctando en Barajas, AENA ha endurecido las restricciones nocturnas: ahora solo pueden acceder a las terminales pasajeros con tarjeta de embarque o empleados durante determinadas franjas horarias. Esta medida pretende limitar la ocupación permanente pero también ha generado reacciones encontradas:
- Las autoridades aeroportuarias afirman que “los aeropuertos no son lugares preparados para habitar”, recordando su función exclusiva como infraestructuras de paso.
- Las ONG denuncian trabas para ofrecer ayuda y dificultades para realizar censos fiables o proporcionar atención social básica.
Las restricciones han desplazado parcialmente a los sintecho dentro del aeropuerto, pero no han resuelto el problema de fondo.
Salva: entre el estigma y la búsqueda personal
Mientras tanto, Salva se ha mudado a Logroño con su pareja. Ha creado un perfil propio en TikTok donde cuenta su experiencia con espontaneidad e ironía. No esconde su fracaso laboral pero insiste en que sigue buscando trabajo “a su manera”. Su historia genera debate: algunos le critican por desaprovechar una oportunidad; otros empatizan con sus dificultades reales para adaptarse a empleos exigentes tras años en la calle.
El empresario que le contrató asegura mantener contacto diario con él y no se arrepiente del intento: le regaló ropa, calzado y 150 euros para empezar. Sin embargo, reconoce que el choque entre expectativas e integración laboral fue evidente desde el principio.
Salva había trabajado antes como productor musical y DJ; ahora intenta reinventarse mientras lidia con las etiquetas sociales:“el de la tele”, repite entre bromas.

