Amanece despacio
en la Medina.
Se despereza el comercio,
poco a poco,
entre bostezos de té.
Y un viejo deambula
gritando “¡lejía!”.
Con la misma lentitud
anochece en la Medina,
con pasmosa pereza,
sin que nadie quiera
molestar al tiempo,
que se difumina
y estanca.
Y un gueraua
toca el tambor.
En la Medina,
todos los límites son difusos.
El tiempo se diluye
en todas las teteras.
Se confunde
el Baba con el Tingis.
Se pierde la realidad…
Y el tiempo.
Y algunos, entre tanto,
tratan de vender
relojes de oro…