Esta vez no parece que tenga culpa alguna el ministro de Transportes en el nuevo caos ferroviario que con reiteración se viene produciendo en nuestro país. Siendo así, no estaríamos hablando de él si Óscar Puente hubiese dimitido en una de las ocasiones anteriores en las que el desconcierto de los viajeros tuvo lugar.
Claro que hablar de la dimisión del citado ministro son palabras mayores, ya que es uno de los hombres fuertes del Gabinete de Pedro Sánchez. No en vano fue él quien dio la réplica a Núñez Feijóo en vez del Presidente cuando la sesión de investidura. No obstante, su gestión ministerial no puede ser más desacertada. El número de incidencias ferroviarias durante su mandato es superior al de todos sus antecesores y viajar en tren se ha convertido en una aventura de incierto final.
Lo de dimitir no es una acción que tenga lugar en el presente Gobierno, De ser coherentes con ella, no estarían en sus puestos, por ejemplo, ni Grande-Marlaska, el ministro tres veces reprobado, ni la metepatas de María Jesús Montero. Tampoco, es cierto, mantendrían su cargo más de la mitad de los ministros, cuya labor se ignora y que ni siquiera son conocidos por los propios electores de su partido. Ningún Gobierno hasta ahora ha sido tan numeroso y con silencios tan clamorosos por parte de la mitad de la bancada azul.
Volviendo a Óscar Puente, él precisamente no es de los que se callan, sino que, deliberadamente, mantiene un tono bronco y belicista en sus constantes ataques a la oposición. El del ex alcalde de Valladolid es un papel fundamental en la política de confrontación de Sánchez con sus adversarios y en el enfangamiento del debate político en general. Por eso es absurdo pensar en su cese, pase lo que pase en la red ferroviaria, ya que él no tiene una conducta personal como Ábalos, y su contribución es imprescindible para mantener bajo mínimos el listón de decencia del debate político,