Pese a que Florentino Pérez, en un intento por justificarse en el día del adiós de Mourinho, haya dicho que hoy el madridismo está “más unido que nunca”, bien sabe que eso es falso. La sombra del portugués será muy alargada: su política de tierra quemada ha hecho que una horda de fanáticos tenga ya tomada la matrícula a leyendas vivas de la institución, como Iker Casillas o Sergio Ramos. Algo muy triste, pero es así. El próximo año comprobaremos esta división: en el Bernabéu, a la mínima, empezará el run-run contra estos jugadores cada vez que puedan tener algún fallo. La herencia del nuevo entrenador será muy pesada.

Por eso, desde aquí pido al presidente que apueste por un hombre de la casa. Alguien con las espaldas anchas, por el cariño de la afición más racional, que pueda soportar lo que está por venir. Después de tres años en los que muchos no nos hemos podido sentir orgullosos al decir que somos madridistas, nos merecemos un símbolo “pata negra”: un Míchel o un Camacho. Pero confiando en ellos de verdad, no utilizándolos como paraguas, como en situaciones precedentes. Florentino ha de dar, de una vez por todas, la vuelta a su gran error: no confiar en su entrenador. Solo lo ha hecho con Mourinho, pero desviándose hasta el extremo contrario, entregando el club a un mercenario ególatra, que solo miró por sí mismo y jamás supo lo que es el Real Madrid. Tanta paz lleve como deja aquí. Él se lo ha perdido y algún día se arrepentirá. Podrá ganar su “tercera”, pero ya nada se podrá comparar con la Décima.

Nunca más un Atila que arrase el césped del Bernabéu. Estamos más divididos que nunca. Por eso es necesario un emblema, una leyenda. Es la hora del orgullo madridista. Ganemos o perdamos, pero sin excusas ni victimismo. Creyendo de verdad en lo que somos y seremos. Algo que jamás llegó ni siquiera a vislumbrar un visionario cegado por sí mismo.

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA