En Uganda, donde su presidente ha firmado la ley que castiga la homosexualidad con cadena perpetua, quisieran gozar del régimen de libertades vigente en España desde 1978. En Guatemala, donde más de 6.000 personas son asesinadas cada año, quisieran gozar del régimen de libertades vigente en España desde 1978. En Ucrania, donde gran parte del pueblo acaba de derramar su sangre para echar de la poltrona a un señor que se aferró brutalmente al cargo, quisieran gozar del régimen de libertades vigente en España desde 1978. En Corea del Norte, donde un tirano mantiene encarcelada a toda su población en una cueva del terror, quisieran gozar del régimen de libertades vigente en España desde 1978. Pero, en España, desgraciadamente, son muchos los que no valoran nuestro régimen de libertades desde 1978. Se han debido de aburrir… Quieren que pase “algo”, y lo quieren ya.
No voy a analizar aquí el faso documental de Jordi Évole sobre el 23-F que tanto revuelo causó anoche; solo diré que me sentí profundamente decepcionado por alguien en quien admiro un audaz modo de hacer periodismo y por todos los que formaron parte de lo que justifican como un “experimente sociológico”. Precisamente, esto último es lo que quiero comentar. Mientras se emitía el programa Operación Palace, tuve curiosidad por leer qué se decía en Twitter. Y me espanté al comprobar, no ya si se creía o no la ficción de Évole, sino que eran clara mayoría los que deseaban vivamente que fuera verdad. Es decir, que se excitaban gozosos ante la posibilidad de que el principal episodio de la Transición fuera falso. En definitiva, que veían como la mejor de las posibilidades para este país que la raíz histórica de nuestra democracia se asentara en una farsa, en un burdo montaje.
No sería el fin de Évole, pero ha desnudado lo que para mí es un síntoma de que esta España nuestra continúa contagiada por el eterno veneno del cainismo. Y todo ello en un país que siempre ha estado sacudido por la lucha salvaje entre quienes piensan de un modo distinto, hasta el punto de embarcarse en aventuras imperiales, inquisiciones, militaradas y guerras civiles. ¿Tanto cuesta razonar y hacerse unas sencillas preguntas? Vayamos al lío: ¿en qué período de España ha habido un predominio de las libertades individuales y colectivas como en el que vivimos desde 1978? ¿Quién tienen la culpa de los problemas de nuestro país hoy, los malos políticos que gestionan un caudal heredado o los Adolfo Suárez, Santiago Carrillo y los políticos de la Transición que cuatro décadas antes, desde el consenso, fraguaron un sistema neutro y al que hay llenar de contenido (políticas sociales), llamado democracia?
No nos confundamos. Son los jóvenes los que se erigen levantiscos contra todo lo que huele a Transición, equiparándola sin más, sin ofrecer datos, con un montaje para que siguieran mandando los oligarcas. Sonará muy romántico hablar de revoluciones que derriben el sistema en un tiempo de fuerte debilidad de las instituciones, pero, ¿quién es tan ciego como para no perseguir un modelo como el que ya gozamos, basado en elecciones por sufragio universal, separación de poderes y todos los derechos ciudadanos asegurados en una Carta Magna admirada en todo el mundo? Que cada palo aguante su vela. Si Alfredo, Mariano y compañía gobiernan mal, pues que se vayan a casa y reciban el oprobio de un pueblo decepcionado. Pero, ¿acabar con el sistema? ¿Para qué? ¿Para quiénes…?
Pobre España, geografía y enclave de un pueblo apasionado hasta el extremo de ser sordo, ciego y desmemoriado. ¿Cuántas veces necesitamos tropezar con la misma piedra?
MIGUEL ÁNGEL MALAVIA
