España siempre será el país de la furia y los prejuicios. Históricamente, los moderados que han querido construir una nación de progreso, modernidad y apertura han sido sepultados bajo un alud de desprecio. Y, si no, que se lo digan a los erasmistas o a los Jovellanos de turno, mientras triunfaban los que a uno y otro lado soltaban bravatas.
En la España actual, es obvio que PP y PSOE reflejan la agonía de un gigante devorado por sus propias corruptelas. La gente quiere otra cosa. A la derecha del PP está la caverna. A la izquierda del PSOE, una IU que también arrastra taras de ente anquilosado que ha vivido muy bien allí donde ha gozado del poder. Por eso triunfa Podemos y su discurso de tabla rasa, incluso entre muchos votantes de la derecha. Media juventud está en paro, calce las anteojeras ideológicas que calce.
Sin embargo, Podemos parte de una falacia: no todos son iguales. UPyD llegó antes y ya cuenta con un camino recorrido, con una lista de tareas cumplidas comprobable: no tiene ningún imputado en sus filas en sus siete años de vida; no ha entrado en ningún gobierno autonómico o municipal (y, por tanto, no ha aceptado el juego atroz del reparto de cargos); ha renunciado a privilegios en todas las administraciones; se ha negado a designar jueces o a engrosar los consejos de cuentas de ahorros públicas; ha promovido querellas que han desmontado corrupciones ingentes de los más poderosos, siendo el último ejemplo el de Bankia y las tarjetas opacas; apoya cada reclamación en un estudio que suele culminar en un libro con la opinión de especialistas; demanda que el voto de cada ciudadano tenga el mismo valor; mantiene el mismo discurso en todos los ámbitos.
Aunque tenga que escapar de un gran mal: para unos son “fachas”; para otros, “rojos”. Sin más. La pedagogía tiene un precio. A otros les basta con gritar.
PD. Artículo publicado en Cuadrilátero 33, dentro del combate ‘UPyD también quiere ser alternativa’.
MIGUEL ÁNGEL MALAVIA