Muchos creen que la convivencia actual nos ha caído del cielo y que, por mucho que hablemos de revolución y ruptura, en el fondo, nada de esto va a cambiar. Se equivocan: en la España de 1975 las mujeres no podían hacer nada sin el consentimiento de sus maridos, nadie votaba en unas elecciones reales, no era legal la asociación política o sindical que no estuviera bajo el paraguas del régimen, no había derecho de manifestación, no había prensa libre… Eso no ocurrió en el Paleolítico, sino anteayer.

¿Somos conscientes de que las cosas pueden ir a peor? ¿Y muchísimo más a peor? Hay corrupción y desigualdad. Y eso, lógicamente, nos enfada… Pero, pensémoslo, ¿en qué periodo de la historia de España y en qué momento del correr universal no han existido la corrupción y la desigualdad? En cambio, ¿en qué tiempo de nuestro discurrir nacional hemos gozado de una verdadera democracia parlamentaria, de una relativa paz social y de derechos constitucionales? Lo que vivimos en los últimos cuarenta años es un paréntesis en nuestra convulsa historia.

Está en nuestras manos. Si queremos menos corrupción y menos desigualdad, votemos a partidos políticos y a personas que luchen contra estas lacras con hechos demostrables. O, aún mejor, comprometámonos y entremos en el juego político. Ambas miserias nunca desaparecerán, pues van ligadas a las personas y nuestra naturaleza débil jamás cambiará. Es difícil, pero miremos a los políticos y a los colectivos más decentes, que los hay.

Me encanta que Pablo Iglesias, al ser elegido ayer secretario general de Podemos, dijera en su discurso que, en caso de ganar las elecciones generales el año que viene, iniciarán «un proceso constitucional para abrir el candado del 78 y poder discutir de todo”, siendo ellos «la alternativa frente a un régimen que se derrumba”. Ya no hay dudas. Se han quitado completamente la careta. Quienes quieran acabar con el actual modelo de convivencia, ya saben a quién apoyar. Y más ahora, que están de moda…

Los que defendemos la memoria de la Transición y apostamos por la reforma antes que por la ruptura total, ya sabemos a quién no hay que apoyar. Somos muchos los que consideramos que la base es sana y que lo que hay que cambiar son las taras del sistema (la mayor, la dependencia del Poder Judicial del Ejecutivo) y a las personas concretas que viven del mismo antes que regirse por el afán de servir al ciudadano.

A mí no me engañan los que lo ven todo fácil y, del mismo modo, hacen creer que basta con un manotazo al único modelo que ha respetado la diversidad de este siempre complejo país. Yo creo. ¡Viva el régimen del 78!

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA