El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Epístola a Jesús, un epígono de Otramotro (CCXXXVII)

EPÍSTOLA A JESÚS, UN EPÍGONO DE OTRAMOTRO (CCXXXVII)

Dilecto Jesús (ese que yo sé), epígono de este aprendiz de ruiseñor:

He tomado como hito (no olvides consultar en el DRAE la definición que de tal vocablo da la acepción o entrada sexta) histórico “el siglo de Pericles” por ser considerado por los más reputados peritos en el arte, la filosofía, la literatura, la política y la sociedad de dicha centuria el Siglo de Oro ateniense, el punto culminante o momento de apogeo de la Grecia clásica.

Intuyo o sospecho que, como eres un coñón/zumbón redomado, con tu referencia a “la omisión” que yo había hecho voluntariamente de Homero (¿nombre de hombre real o dado a uno o a más bululús, invidentes o no?) y Tales de Mileto (de quien no nos ha llegado obra alguna, tan solo indicaciones de lo que alguien dice que dijo, cree que dijo o quiso decir), objeción que has opuesto a mi proposición, lo que has pretendido (no olvides lo que el otro día te recordaba aquí, qué argumentaba Demóstenes a propósito del recelo) es cogerme en un renuncio.

Los clásicos creadores son alfareros decentes. Eso es lo que cabe leer, pues fue lo que el menda escribió. Uso el término “clásico” siguiendo los pasos que dio o las huellas que dejó en mi mente la lectura de un opúsculo que su autor, Jorge Luis Borges, tituló así “Sobre los clásicos”, que acaba con este párrafo: “Clásico no es un libro (lo repito) que necesariamente posee tales o cuales méritos; es un libro que las generaciones de los hombres, urgidas por diversas razones, leen con previo fervor y con una misteriosa lealtad”. Definición que cabe completar o complementar con lo que el ciego genial había escrito en el mismo texto breve unas líneas antes: “Clásico es aquel libro que una nación o un grupo de naciones o el largo tiempo han decidido leer como si en sus páginas todo fuera deliberado, fatal, profundo como el cosmos y capaz de interpretaciones sin término”.

Nada opongo a lo que sostienes. Hasta los clásicos son imperfectos, o tienen imperfecciones. Si no las tuvieran, acaso no serían considerados por la crítica y el público clásicos.

Lo que les ha acaecido a Ozores y a Zapata acaso no sean más que meros azares de la vida.

Lo que he querido decir con la décima que comentas es que hay que educar (regir, dirigir y corregir son tres verbos que tienen que ver, si no todo, bastante con el proceso educativo) sin ser soberbios o arrogantes (“ya he dado mil veces esas mismas respuestas antes” y “estoy de vuelta de todo” son contestaciones que debemos desterrar de nuestras mentes, siempre que no queramos ser unos locos, dementes), o sea, sabiendo que uno puede (y hasta debe) aprender también (mal, si no hace tal cosa), si está alerta, atento, de quienes exige que lo estén, de quienes enseña.

Conocedores de tal tenencia, nuestra obligación intelectual es deshacernos de ellos, echarlos de nuestro intelecto. Recuerdo, recuerdo, recuerdo,… Acaso nos venga estupendamente rememorar y seguir el consejo de Albert Einstein: “¡Triste época la nuestra! Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio”.

Te saluda, aprecia, agradece y abraza

Ángel Sáez García
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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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