Los pasillos de Radio Nacional de España han vuelto a teñirse de negro.
No es una moda, ni mucho menos una casualidad: se trata del regreso de los llamados ‘viernes negros’, una protesta simbólica con la que la plantilla denuncia lo que consideran un proceso de “banalización” y pérdida de identidad en la emisora pública.
Esta movilización, que ya tuvo eco en años anteriores, cobra ahora fuerza renovada ante los cambios profundos en la parrilla y el creciente protagonismo de productoras y voces externas en los programas de la radio pública.
El ambiente en RNE es tenso.
Los trabajadores critican abiertamente que “se cede casi toda la parrilla a voces externas”, relegando a profesionales históricos y formatos clásicos a un segundo plano.
La sensación general es que la dirección ha optado por un modelo más cercano al entretenimiento comercial y al espectáculo, sacrificando el rigor y el estilo propio que caracterizaba a la radio pública.
Una parrilla cada vez más externalizada
La principal queja del personal es clara: la nueva programación apuesta decididamente por productoras privadas y presentadores ajenos a la casa. Programas como Mañaneros 360, Malas Lenguas o La Familia de la Tele han sido objeto de fuertes críticas internas y externas por su tono, su sesgo ideológico y su escasa conexión con los valores históricos de RTVE.
- Mañaneros 360 y Malas Lenguas han sido señalados por “privatizar contenidos informativos”, difuminando las líneas entre información y opinión.
- Se denuncia que estos espacios no cumplen con los criterios tradicionales del ente público: rigor, independencia, pluralismo, neutralidad e imparcialidad.
- El Consejo de Informativos ha abierto investigaciones sobre algunos programas y presentadores por “sectarismo” y falta de pluralidad.
La crítica va más allá del contenido: muchos trabajadores consideran que estos programas son también un despilfarro económico. Según informaciones publicadas recientemente, recuperar formatos como Sálvame 2 ha supuesto un desembolso superior a cinco millones de euros; otros espacios han costado millones adicionales en un contexto de déficit estructural para RTVE.
La polémica sobre el sectarismo y las caras visibles
En este clima crispado, algunos nombres propios concentran gran parte del debate. Figuras como Jesús Cintora, Javier Ruiz o Silvia Intxaurrondo están bajo el foco por su supuesto “sectarismo” o afinidad ideológica hacia el Gobierno. Las críticas apuntan tanto al tono como a la selección de temas e invitados, acusando a estos presentadores de convertir los programas en altavoces oficiales y restar espacio al pluralismo político real.
Un diputado lo resumía así en una reciente comisión parlamentaria: “¿Cómo va a combatir RTVE la desinformación si sus rostros más conocidos son periodistas que nadie quiere ya ni en otras cadenas?”. Además, se reprocha a RTVE que siga contratando productoras vinculadas a exdirigentes políticos o afines al Gobierno para realizar programas que podrían ser asumidos perfectamente por los más de 6.000 profesionales propios del ente público.
El caso particular del contrato millonario (y confidencial) con Silvia Intxaurrondo para presentar La Hora de La 1 ha generado una tormenta política y mediática. La cláusula que impide conocer los detalles del acuerdo hasta 2026 ha avivado las sospechas sobre falta de transparencia y trato preferente.
Curiosidades y datos locos: el lado menos conocido del conflicto
La historia reciente de RTVE está plagada de anécdotas llamativas:
- En pleno debate sobre el sesgo informativo, un programa humorístico tuvo que introducir pitidos constantes para censurar comentarios subidos de tono… aunque muchos espectadores intuían igualmente lo dicho.
- En uno de los estrenos más sonados del año, se llegó a camuflar el horario del polémico Sálvame 2 entre dos series populares para intentar “arrastrar” audiencia.
- El regreso visualmente impactante del ‘viernes negro’ ha dado lugar incluso a retos virales internos: equipos compitiendo por llevar el look más oscuro o mensajes reivindicativos en redes bajo etiquetas como #ViernesNegrosRNE.
- La plantilla recuerda cómo hace décadas se usaba papel carbón para difundir comunicados internos clandestinos; hoy todo circula por grupos cifrados o apps donde se comparten memes sobre la “privatización” radiofónica.
Un pulso por el modelo público
En el fondo, lo que está en juego es mucho más que la parrilla o unos cuantos programas polémicos. Para buena parte del personal histórico, este proceso significa perder el alma del servicio público. No solo denuncian una “banalización” del contenido, sino también una transformación estructural donde RNE puede convertirse, según sus palabras, en una emisora indistinguible del resto.
Queda patente en las palabras escuchadas estos días: “No luchamos solo por nuestros puestos; luchamos porque RNE siga siendo RNE, no un contenedor vacío donde cualquiera puede entrar a hacer caja”. Mientras tanto, desde la dirección se insiste en que los cambios buscan rejuvenecer audiencias y asegurar la viabilidad financiera en un entorno mediático hipercompetitivo.
Lo cierto es que las protestas han devuelto visibilidad al debate sobre qué debe ser hoy una radio pública: ¿un espacio para voces propias e independientes o un escaparate más abierto (y comercial) donde prime el entretenimiento? Lo único seguro es que cada viernes negro añade presión a una dirección cuestionada tanto dentro como fuera.
