Fernando Jáuregui – El Estado de la discordia.


MADRID, 1 (OTR/PRESS)

Quien tuviese alguna esperanza -y yo la tenía_ de que la nueva era que se abría con las elecciones del 20 de noviembre significase un período de mínimo consenso y concordia, que vaya abandonándola. Escucho nuevamente los tambores de guerra de las dos Españas de Machado sonando por doquier, ya sea en materia educativa -hay que destruir la legislación del periodo anterior, como el periodo anterior destruyó la del anterior, y antes, lo mismo-, en materia sanitaria, en materia social o, incluso, económica, aunque las opciones que en este campo se dejen a la autonomía de los gobernantes locales sea muy escasa. Los planes que las sucesivas comparecencias de los nuevos ministros ante las comisiones parlamentarias correspondientes nos van desgranando nos hablan de profundas y no siempre pacíficas reformas en la Justicia, en Educación o en materia de Sanidad (reforma de la legislación sobre el aborto incluida), descalificando por completo la obra del Gobierno anterior. Como ya digo, el Gobierno anterior se dedicó a echar por tierra la obra de sus antecesores y, así, hasta Cánovas y Sagasta. Eso explica que, por ejemplo, llevemos ya siete planes educativos de la democracia, lo que, no me lo negará usted, no deja de ser una broma pesada…

Conste que no digo yo que el nuevo elenco ministerial deba venir sin afanes reformistas y de mejora; cómo iba yo a pregonar lo contrario, cuando tantas vías de agua nos ahogan. Precisamente pienso que esos afanes son excesivamente tímidos, cuando en la España que queremos construir para, pongamos, 2020 hay tantas reformas de enorme calado que emprender y de las que nadie habla (todavía): constitucionales, territoriales, electorales, económicas, sociales…

Lo que sí digo, volviendo a lo que está ocurriendo estos días, es que estoy seguro de que entre las aspiraciones más sentidas del ciudadano de a pie no se encuentra, pienso, la de la inmediata reforma de la asignatura de Educación para la Ciudadanía, ni tampoco estoy seguro de que el sistema educativo deba volver a modificarse sin un amplio consenso entre las fuerzas políticas. Lo mismo cabe decir de otras cuestiones, incluyendo la reforma laboral (de acuerdo, la alumbrada por el Gobierno socialista sirvió de bien poco; por eso mismo no debemos repetir la triste y frustrante experiencia).

Y eso es precisamente lo que me duele: que hayamos olvidado ya el amago de consenso que vivimos inmediatamente antes e inmediatamente después de las elecciones generales del pasado mes de noviembre. Es ahora, cuando el horizonte va a estar despejado de elecciones (una vez transcurridas las autonómicas andaluzas y, ay, las asturianas), cuando podría ensayarse un amplio acuerdo en torno a cinco o seis temas reformistas clave. Pero ya digo que resulta más fácil, y quizá más rentable de cara a un sector de la opinión pública, hacer tabla rasa de todo, comenzar de nuevo para que luego vengan otros y destruyan lo ahora construido. Volvemos a la maldición machadiana del marinero que hizo un jardín junto al mar y, cuando estaba el jardín en flor, el marinero se fue por esos mares de Dios, abandonando, claro está el jardín. País…

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