Es una de las caras amargas del periodismo. Naufraga un paquebote en mitad del océano y la primera pregunta en la reunion matinal donde se preparan los temas del día es si había españoles a bordo.
Se desploma un avión y la clave, para determinar si la noticia irá abriendo en portada o relegada a páginas interiores es el número de pasajeros occidentales a bordo.
Nos guste o no, la realidad es que el interés mediático suele ser directamente proporcional a la cercanía del suceso y depende en grado sumo de que los afectados sean de los ‘nuestros’ y se parezcan a nosotros.
¿Imaginan con qué habrían abierto el pasado 15 de abril los telediarios, los periódicos y los noticieros de radio si en Europa o EEUU una banda de milicianos fanáticos hubiera secuestrado a 276 niñas en una escuela?
Pero ocurrió en Nigeria y al día siguiente, todo lo que llevaban los diarios del mundo civilizado era una breve reseña de agencia. Ni un solo programa televisivo, de los adornan la parrilla de las grandes cadenas mundiales, dedicó un minuto al tema.
Los de Boko Haram, que en los doce años que llevan dinamitando iglesias, prohibiendo los pantalones y tratando de implantar la ‘sharia’ en el país más populoso de Africa, han asesinado a 10.000 personas, no se convirtieron en noticia mundial hasta hace diez días, cuando Michelle Obama, Malala o Sean Penn enarbolaron el cartel y se sumaron a la campaña para evitar que los facinerosos vendan a las alumnas como esclavas.
No tiene sentido flagelarse por nuestras prioridades periodísticas. Ahora es el momento de decidir si frente a atrocidades como esta y vista la incapacidad del corrupto regimen nigeriano, presidido por el musulmán Goodluck Jonathan, no es a la próspera Europa y a los opulentos EEUU a quienes corresponde intervenir militarmente y zanjar el entuerto de una vez por todas.
Si algún sentido tiene el concepto de justicia universal o el casi olvidado ‘deber de injerencia’, es en casos como el de las niñas secuestradas por Boko Haram.