Andrés Aberasturi – A vueltas con la libertad de expresión


MADRID, 25 (OTR/PRESS)

Lo sé, es la historia de siempre: un cuchillo sirve para cortar el pan y para degollar a un semejante. Hasta ahí mil veces todos de acuerdo pero cada vez parece más necesario reflexionar hasta dónde se puede llegar con estas nuevas tecnologías de la información y la comunicación, quién pone los límites -si es que hay que ponerlos- dónde estarían esos límites y cómo controlarlos. Que alguien -y más si ha dedicado al periodismo toda su vida- se atreve siquiera a preguntarse sobre los límites a la libertad de expresión, le condena inmediatamente y le convierte en sospechoso vaya usted a saber de qué.
Pues bien, yo lo planteo una vez más y asumo que voy a encontrar en las llamadas redes todo tipo de respuestas, fundamentalmente tres: las que están de acuerdo conmigo, las que discrepan con argumentos y las directamente descalificantes que suelen venir adornadas de insultos, alusiones a la vida privada, suposiciones falsas y toda clase de barbaridades. Es lo que hay. Pero habría que diferenciar y empezar a plantearse nuevas actitudes sobre todo en los medios digitales donde la opinión de los lectores -algo básico y necesario en el ejercicio de esta profesión- si podría por lo menos filtrarse sin esperar a que le Ley tome cartas en el asunto porque la Ley, todos lo sabemos, es lentísima y su cumplimiento desproporcionado.
De entrada habría que fijarse en las redes que podríamos denominar «abiertas» como twitter o facebook y sus sucedáneos. Ese es un campo abonado en donde crecen por igual gentes de bien y energúmenos. Allí se pueden leer, junto a reflexiones interesantes, cosas directamente vomitivas amparadas, aunque no siempre, en el anonimato. Y cuando esas vilezas se hacen «virales» -un nuevo concepto- saltan incluso a los medios de comunicación tradicionales y terminan en ocasiones, en muy pocas ocasiones, con sus autores ante los tribunales, casi siempre con sentencias absolutorias. No es algo que me preocupe demasiado porque, efectivamente, intentar controlar esas redes es como poner puertas al campo o caer en una dictadura que nadie quiere. Quien está allí es por su deseo y sabe a lo que se expone. Y claro que es triste que aquello se llene de amenazas, de dudoso «humor negro» o de «ciber-escraches». Pero es lo que hay y si molestan, cierras tu cuenta y a otra cosa.
Pero hay una segunda red que cada vez tiene más éxito: los comentarios de los lectores en los periódicos digitales, el famoso «feetback» que nos enseñaban en la escuela, lo que toda la vida han sido las «cartas al director» pero ahora en libre y en abierto. Y ahí es donde ya no puedo estar de acuerdo en el «todo vale». Los periódicos digitales -sin los que hoy no se comprendería la información- deberían creo filtrar las respuestas -algunos lo hacen, otros no- de los lectores que en muchos casos traspasan claramente las barreras no ya del buen gusto o la educación sino de la misma Ley. Creo sinceramente que no poner límites a esto deteriora al propio medio y a la profesión de informar y opinar.
Todo esto, como entenderá el lector, viene a cuento de las cosas que se han podido leer a raíz de la muerte de Rita Barberá. Pero no sólo. Las «redes» se han convertido en un arma de propaganda -llena además de trampas- y que cada vez se va desequilibrando más. Volvamos al clásico ejemplo de los cuchillos: si al final se vendieran más cuchillos para degollar que para partir el pan, alguien daría la voz de alarma. Pues en eso estamos. Aún estamos a tiempo para que las nuevas tecnologías de la información y la comunicación amplíen la libertad de todos y el derecho a informar y estar informados pero no, como siempre, a cualquier precio. Y no vale el argumento de que se empieza por un poco y se termina en la censura. Ya somos todos mayores para saber lo límites.
Y dicho esto solo me queda esperar que me llamen facha y otras lindezas.

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