Curiosa la contención de las fuerzas políticas españolas en sus reacciones tras la muerte de Fidel Castro: parecía que alguna izquierda se sentía más obligada a lanzar alguna velada crítica a la figura («con claros y oscuros» Iglesias dixit) del líder cubano que la derecha, que extremó su respeto por el fallecido. Y es que, claro, al gobernante Partido Popular le va muy poco en el debate que se abre tras la desaparición física de alguien que, en su retiro político, seguía siendo un referente. Un referente para una izquierda universal que en Fidel veía un atractivo hasta estético, ya que no un referente a seguir al milímetro, por supuesto. Y, así, no faltó, en el mítin ‘por libre’ protagonizado por el socialista Pedro Sánchez en Xirivella, quien comentase lo simbólico de que ese acto de ruptura formal con los dirigentes ‘oficiales’ del PSOE se celebrase el mismo día en el que el mundo conocía que el mayor de los Castro, el hombre que gobernó en Cuba durante cincuenta años enfrentándose nada menos que a la potencia vecina de Estados Unidos, desaparecía definitivamente del mapa. Yo no sé muy bien decir si Sánchez, que tan agitadamente lideró y abandonó el PSOE, está subiendo de Sierra Maestra, o embarcado en su particular Gramma, o quizá ya bajando de la sierra con sus fieles, algo desorganizados como es patente, para ir a tomar La Habana, una vez huido Batista. Sí sé que no hubo demasiadas alusiones en el parlamento público o privado de Sánchez a la figura de Castro, que deja en una orfandad quizá no absoluta, pero sí relativa, a esa izquierda universal que busca símbolos más que programas concretos, referentes musicales o literarios más que teorías filosóficas. O quizá sea Sánchez un émulo del británico Corbyn, que se hizo hueco en el liderazgo del siempre inestable Partido Laborista británico ocupando el ala más izquierda del mismo.
Me parece que la muerte de Fidel obliga a toda la izquierda, latinoamericana y europea, a replantearse muchas cosas, siempre teniendo en cuenta que América Latina no es la Unión Europea, y que dentro de ambos espacios territoriales, tan inmensos, caben muchas realidades diferentes. Sí sé que, por ejemplo, Sánchez no busca ser Schulz, el presidente del Parlamento Europeo que deja el cómodo cargo para competir, desde la socialdemocracia, en las elecciones alemanas frente a Merkel. Ni, seguramente, busca ser Manuel Valls, que posiblemente competirá frente a Fillon por la presidencia francesa, también el año que entra y desde postulados muy poco ‘castristas’, si se me permite la expresión. Y seguramente ni Martin Schulz ni el franco-catalán Valls, ni su todavía jefe Hollande, ni siquiera el italiano Matteo Renzi, eran demasiado admiradores de Castro, como tampoco lo era, me parece intuir a través de sus declaraciones, la mujer que con casi toda probabilidad liderará el socialismo español dentro de seis meses (bueno, ya lo hace desde la relativa sombra), Susana Díaz.
Lo que quiero decir es que, tras la muerte de un símbolo como Fidel, universalmente aceptado, con mejor o peor cara, por los que se reclaman del socialismo, ahora las socialdemocracias europeas y latinoamericanas tienen que definir muy certeramente cuál va a ser su papel en el mundo en el que Trump, la única voz de mandatario internacional que se alzó para atacar brutalmente a Castro ‘post mortem’, va sin duda a desconcertarnos a todos, abriendo el portillo a ese magma que ha dado en resumirse como ‘populismos’. Y me parece que ahí, en el caso español, Díaz lo tiene más claro que Sánchez; como, mirando más a babor y pensando en esa cita crucial de Podemos en Vistalegre II, pienso que Errejón tiene más definido cuál ha de ser el papel de un gobernante europeo de la convencionalmente llamada izquierda que Pablo Iglesias. Y sí, me preocupa, como ciudadano que un día, equivocadamente pienso ahora, creyó ver en Pedro Sánchez una esperanza de cambio tranquilo para mi país, el rumbo que está tomando quien, hasta el pasado 1 de octubre, fue secretario general del PSOE: la meta no es derrocar a Batista, sino acabar con el poder de Díaz en el partido que fundó Pablo Iglesias ‘el auténtico’. Como me preocupa, sin ir más lejos, que Podemos no sea capaz de fijar aún su rumbo para reemplazar la voz crítica, necesaria, que fue en su día el Partido Comunista de Santiago Carrillo, que alguna vez, en sus confidencias, decía, a saber pensando en qué, que lo de Fidel ‘tiene mal arreglo’. Yo creo que, ahora sí, el castrismo (toca el de Raúl) es una teoría y una praxis imposibles, sin futuro: tiene, en efecto, mal arreglo, máxime en confrontación con las posiciones salvajes de Trump y en medio del desconcierto de las socialdemocracias en la vieja Europa. Así que, señor Sánchez, andar embarcándose en el Gramma, sobre todo cuando se es gente de tierra de secano, es ahora mala cosa, porque disipa el verdadero debate que, sobre su papel en el futuro, debe jugar esa izquierda hoy tan fragmentada. Y algún día puede que alguien -Susana Díaz, que se ha lanzado a criticarle por whatsApp, sin ir más lejos– le pida responsabilidades por su actuación, hoy tan desesperada.