Le conocí hace más de 20 años

Jerónimo Páez: 80 años entre la nieve y el desierto

Un día le pregunté que era para él la vida, y me dijo: “son etapas"

Jerónimo Páez: 80 años entre la nieve y el desierto

Amamos la belleza con sencillez y el saber sin relajación”.

Siglo V a.d.C. Pericles, por boca de Tucídides, historiador. Así podríamos definir la esencia de la personalidad de Jerónimo Páez, quien, desde hoy, con 80 años, sigue siendo ese pro-hombre de Andalucía y por Andalucía que, en sus propias palabras, “ama Granada, aunque a veces me desespera”.

Visionario. Mente lúcida. Riguroso hasta la extenuación. Pasión infatigable, libertad comprometida, vehemencia magnánima. Creativo incluso en su peculiar manera de escribir. Inconformista. Como diría Cicerón: Junto con la sabiduría, -de la que es insigne pupilo- el mayor don que le han dado los dioses es el de la amistad, don del que hace gala entre los elegidos que nos preciamos, haciéndolo con amores, y no buenas razones.

Ha llegado a la edad “en que la vida, para cualquier hombre, es una derrota aceptada”. Y como Adriano, -otro andaluz notable- ha olvidado que ciertos seres modifican los límites del destino, y cambian la historia. Por eso quienes le conocemos y admiramos, reconocemos que nuestro país y el de más allá de al-Andalus, no habría sido igual sin su huella. Y eso ha sucedido porque en su particular camino a Ítaca, siempre deseó que el camino fuese largo, -no lo apresuró-, lleno de aventuras y conocimientos, manteniendo el pensamiento elevado y selecta emoción para el espíritu.

Firme defensor de las causas justas (como buen abogado) y fiel intérprete del mundo actual, por su vasto saber histórico, con decenas de artículos ha iluminado las páginas de cabeceras nacionales, ilustrando a políticos, empresarios y gente amante del saber, preocupada por el devenir de los tiempos. Seguramente por eso, en su juventud, con el afán de cambiar ese mundo que tanto le hace sufrir, fundó el Club Larra.

Aunque cada año las nieves se derriten, siempre regresan para rendir honores al que, en 1995, les dio árnica para poder celebrar el Mundial de Esquí un año después. Y gracias a los deshielos de tan magno evento, florecieron proyectos como la Fundación El Legado Andalusí, (sus frutos culturales, políticos, económicos y sociales (recordemos sus Rutas) aún perduran y, por supuesto, la propia estación de Sierra Nevada con Pradollano a su vera.

Más que lector, estudioso. Parafraseando a Yourcenar, no solo sus primeras patrias fueron los libros, sino su única patria. Editor de lujo, su mayor fortuna son las decenas de miles de libros que ha ido “atesorando” a lo largo de su vida, entre los que siempre se encuentra rodeado, incluso en lugares insospechados.

Valiente, al publicar lo que nadie se atreve o lo que aún nadie ha intuido con tanta clarividencia: “Nada es igual en el Mundo”, “Nuestra espada de Damocles”, “Cuando la sinrazón y la destrucción se apoderaron de Occidente y de Oriente”, “Balada triste de una Constitución”, “La novia es hermosa, pero está casada con otro”, “La cólera de los dioses y la furia de los hombres”, etc. Títulos tan actuales como el mismo día que vieron la luz, tan sugerentes como reveladores.

Y a pesar de que su voz siempre clamó en el desierto, sus palabras no se disiparon en la arena… Grandes compañías estratégicas nacionales y multinacionales, poderosas entidades financieras, magníficas instituciones académicas, y fundaciones de gran trasfondo social fueron solícitas para que ocupara sus asientos más insignes, aunque solo los “calentó” cuando pudo aportar una labor digna de la institución, sin más gloria que la de su servicio y buen consejo.

Directo en las formas, breve en las llamadas, generoso con el prójimo. No es casual que los Albaycineros y Sacromontinos le dijeran en cierta ocasión: “Don Jerónimo, usted es el único pudiente que conocemos que de verdad nos quiere”. Y es que sus mano-a-mano, recitando por Lorca o Cavafis, con “El Curro” acompañados de guitarras, palmas, y calor de hogar a los pies de la Alhambra, solo han sido momentos cortejados por algunos privilegiados para su deleite.

Desde la Corte, hasta las zambras, ha sido invitado, acogido y respetado por Príncipes, Sultanes y Reyes; cantaores, gitanitos y flamencos. Desde las casas reales y embajadas hasta los lugares más humildes e insospechados, Jerónimo ha dejado su huella indeleble, sin importarle su imagen un tanto destartalada y esquiva, salvo cuando la inteligencia perspicaz o la belleza llaman a su puerta.

Adalid de la verdad y ejemplo en la bondad profunda, fruto de la honestidad, solo se rinde ante el tercero de los trascendentales: la belleza, de la que se deja cautivar sin dilación.

Le conocí hace más de 20 años. Altamura. Una pasta sencilla con media copa de cerveza y otra media de vino blanco aparte, mezclados, no agitados. Desde ese día, mi vida cambió. Como la de muchos que, si han llegado a cruzar la frontera de su amistad, habrán compartido plato de huevos fritos con patatas.

Un día le pregunté que era para él la vida, y me dijo: “son etapas. Pero en todas ha habido, sigue habiendo, proyectos, afanes, ilusiones”. Ahora es algo más pesimista, pero sin desánimo.

Intrépido, inteligente, impaciente. Alma inquieta. Impresiona su vitalidad.

Temido y amado a partes iguales, pero siempre y de todos admirado. Caminar con él por Granada, es sinónimo de que a cada paso haya un cariñoso, atento y respetuoso: “Me alegro de verte, Jerónimo”. Por eso las propias calles y plazas de Granada piden para “ese hombre de las nieves” contar entre su patrimonio con un lugar con su nombre, para rendirle homenaje y del que sentirse orgullosas. Sus méritos e impronta le preceden para tal distinción.

Él cree que no cree. Pero cree, porque no es de este mundo. Sus pensamientos siempre son a lo grande por ser magnánimo y entusiasta, (en-Zeus) y sus retos los hizo, porque no sabía -o tal vez sí- que eran imposibles.

Hay que gente que pasa por la vida, sin pena ni gloria. A algunos, la vida pasa por ellos. Hay personas que le dan sentido a la vida, y personas como Jerónimo que le dan vida y sentido a cuanto le rodea.

Como diría su admirado viajero romántico Sir Richard Francis Burton: “El momento más alegre que se puede vivir en la vida es el de la partida de un viaje hacia tierras desconocidas. Sacudiendo con poderoso esfuerzo las cadenas del hábito, el peso plomizo de la rutina, el mando de muchos cuidados y la esclavitud del hogar, el hombre se siente mucho más feliz. La sangre fluye con la rapidez de la infancia… un nuevo amanecer en la mañana de la vida”.

Así ha sido su vida y por eso sigue rugiendo su vitalidad, desde las nieves hasta el desierto.

Gracias Jerónimo. Feliz cumpleaños.

Miguel Ángel Rodríguez Pinto

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