A veces tan solo unos pocos grados de temperatura es lo que marca la diferencia entre lo placentero y lo desagradable. Me explicaré.
Si usted se halla este verano ante las plácidas aguas de un virginal lago, hágame caso y no sea el primero en lanzarse; sea humilde y ceda el honor a otro.
Será un pequeño matiz en la exclamación que suelte el incauto, tras el chapuzón, lo que nos indique la temperatura del agua; la diferencia entre lo placentero y lo desagradable.
Si usted escucha ´¡De puta madre!´, no dude en lanzarse de cabeza al agua. Ahora bien, si lo que escucha es: ¡La puta madre!, mejor que se vaya al chiringuito a tomarse unas cervezas.
Y otro consejo veraniego. Si a la hora de la cena al aire libre, ve usted en la cubitera de hielo una dorada botella de vino, hágame caso y sea usted humilde. No espere a que otro sirva; hágalo usted mismo, escanciando primero a los demás. Así, aparte de quedar bien con el resto de comensales se garantizará, al servirse el último, que el vino de su copa sea el más frío de toda la mesa ya que, dado el torpe tamaño tradicional de las cubiteras, es imposible que el hielo cubra la botella hasta arriba, y ello por no contar con la tradicional tacañería que existe a la hora de poner el hielo en la cubitera; ni que los cubitos fueran diamantes.
Por último, no se olvide nunca, antes de traspasar el umbral de una puerta desconocida cuyo interior esté velado por la oscuridad, en emplear el cortés y humilde: “Por favor, usted primero”.

