Texto, actores y escenografía no terminan de integrar un conjunto convicente
Martin Crimp ha escrito una decena de obras después de esta ‘No One Sees The Video’ (Nadie verá este vídeo) estrenada en 1990. No es mala y en su momento resultaría interesante. Pero ahora resuena cansina y sabida. No entendemos por qué se desempolva, se traduce, se adapta y se produce por tres instituciones públicas a falta de una sin regatear esfuerzos. Un buen trabajo para una causa perdida. Quizás la última entrega de Crimp, ‘In the Republic of Happiness’, sea más potable.
La directora Carme Portaceli mantiene una presencia continua en los escenarios catalanes con numerosas incursiones a Madrid. En 2008, el Centro Dramático Nacional produjo su versión de Ante la jubilación, de Thomas Bernhard. En 2010 el Centro coprodujo junto al Frestival Grec su versión del clásico Prometeo, y este año nos ha visitado antes del verano con ‘Nuestra clase’, que pudo verse en el Fernán Gómez. En la primera realizó una manipulación abusiva del texto original para convertir una historia alemana de los años setenta en un panfleto contra la opción política que no la gusta. En la segunda, perpetró otra actualización abusiva del texto clásico sin anular del todo su interés. En la tercera, no podía forzar más la truculencia de origen y consiguió grandes resultados. Parecía una trayectoria ascendente. Hasta este vídeodrama cuyas piezas -texto, escena e interpretación- no terminan de integrarse.
El autor aprovechó su experiencia personal en el campo de los estudios de mercado, -uno de los puntales de esta abominable sociedad de consumo que parece en crisis terminal-, para pasar de la irónica exposición de sus técnicas a los conflictos íntimos de una serie de personajes, fundamentalmente dos, una esposa abandonada que termina trasmutándose en ejecutiva agresiva, y un ejecutivo pervertido que termina tan neurótico como estaba. La casualidad les relaciona y otros personajes completan un friso de ciudadanos jóvenes y maduros que viven en el acuario de la metrópolis entre otros millones de peces dando vueltas obsesivas y desnortadas por la pecera de la gran urbe. La obra tiene momentos logrados e ingeniosos diálogos, esa atmósfera turbadora del buen teatro británico y unos personajes que dicen banalidades en medio de la mayor tristeza. No hay crítica antisistema sino resignado dolor. No hay buenos ni malos, sino gente corriente.
La anécdota de la encuesta sobre pizzas congeladas para una empresa de sondeos de mercado que trabaja para grandes fabricantes de productos de gran consumo, sólo es la pecera en la que estos peces dan vueltas y vueltas, con sus dramas, sus manías, sus ruindades y sus dudas. Un entramado de confrontaciones que parece reclamar espacios cerrados. Por el contrario, se ha desplegado una escenografía que si bien es meritoria e impactante, nos desvía de la trama, nos coloca en plena calle, llena de ruidos, plagada de anuncios luminosos y flanqueada por una fila de cabinas telefónicas. Este espacio tiene que servir de oficina, ‘pub’, apartamento, dormitorio, hotel… Y las cabinas terminan imponiéndose hasta convertirse en las protagonistas. El notable escenógrafo Paco Azorín se equivoca esta vez y por seguir esa moda que resulta ya nefasta de imitar al cine, desbarra.
La directora no consigue casar un texto que quizás no ha entendido, con un montaje quizás inadecuado y un elenco actoral que siendo bueno resulta poco convincente. En el estreno comenzaron fatal aunque mejoraron conforme pasaba el tiempo. Nuestro problema es que no entendemos a los personajes que han construido, no entendemos a Elizabeth, no entendemos a Colin y no entendemos al resto de los que les acompañan. Hubiéramos necesitado menos fibrilación audiovisual y más penetración psicológica en estos ciudadanos huérfanos de significado, elementos iguales de la sociedad de consumo, dotados sin embargo de esos matices personales tan fundamentales en mercadotecnia. Iguales y matizados. Crimb intuye este misterio pero Portaceli no le sigue. Y en estos momentos el tema no es le consumo sino la crisis. Es decir que no procede criticar la sociedad de burbujas que con la complicidad de todos nos ha empujado al actual precipicio, sino atisbar qué toca ahora, por dónde vamos a salir del atolladero.
Siguen faltándole buenos textos al teatro español actual y el CDN inicia la temporada trastabilleante. Esperemos a las siguientes entregas.
VALORACIÓN DEL ESPECTÁCULO (del 1 al 10)
Interés: 6
Texto: 6
Versión: 6
Dirección: 5
Interpretación: 5
Escenografía: 5
Realización: 6
Producción: 7
CENTRO DRAMÁTICO NACIONAL
Teatro Valle Inclán
‘Nadie verá este vídeo’, de Martin Crimp
Traducción, Joan Sellent
Dirección, Carme Portaceli
Reparto
Elisabeth, Gabriela Flores
Colin, Francesc Garrido
John/Roger/Nigel, Albert Pèrez
Joanna, Maria Rodríguez
Paul, Martí Salvat
Karen/Sally, Diana Torné
Equipo artístico
Espacio escénico Paco Azorín
Vestuario Marta Rafa
Iluminación Maria Domènech
Música y espacio sonoro Jordi Collet «Sila»
Coreografía y movimiento escénico Ferran Carvajal
Diseño de audiovisuales Pedro Chamizo
Una coproducción de Centro Dramático Nacional, Grec 2012 Festival de Barcelona y FEI (Factoria Escènica Internacional) con la colaboración de ICEC (Institut Català de les Empreses Culturals).






