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La frase que sustenta este comentario es así de simple y directa: «No hay discurso más revolucionario que un buen sermón». En unos tiempos de palabrerías también religiosas el desconcierto que tal frase produce en el Pueblo de Dios es increíble, siendo imprescindible la alusión al Espíritu Santo como fuerza inspiradora y motriz de su teórica capacidad activa y conmocionante.
– Pero el hecho cierto es que en la actualidad, los sermones -todos los sermones- tienen mala prensa. Tan mala, que el mismo verbo «sermonear» expresa fundamentalmente la idea negativa de «amonestar o reprender», con insistencia en que esta reprensión es «larga e insistente».
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