Se puede y debe disentir y discrepar "en" la iglesia, sin que eso signifique ser "disidente de" la iglesia
Concluimos la charla con Juan Masiá, sj. a cuenta de su libro «Cuidar la vida. Debates bioéticos», el primer libro de la colección RD en Herder. Hoy, sobre una censura que «debe pasar a la historia, igual que las torturas de la inquisición».
Juan, ¿tu libro ha tenido que pasar por la censura para recibir el nihil obstat?
Eso de la censura debe pasar a la historia, igual que las torturas de la inquisición.
Pero estamos viendo a menudo que la CDF romana o la de la conferencia episcopal emiten dictámenes condenatorios contra escritos de teólogos que no cumplen los requisitos de la ortodoxia.
Las instancias curiales no deben actuar para condenar a los autores ni para imponer al público creyente lo que debe «pensar sin pensar».
Cuando apareció un artículo tuyo en la prensa nacional, exponiendo una postura muy matizada sobre las malformaciones del feto, algunos medios de información católica te acusaron de pro-abortista y una autoridad médica católica refutó tu postura.
Lo de esos medios de información «pseudocatólicos» pertenece al género de la calumnia y no merece tenerse en cuenta ni entrar al trapo de su protesta crispada. Pero lo del doctor que escibe dando razones para mantener una postura contraria, me parece muy bien. Que se publiquen al mismo nivel ambas opiniones, con sus debidas razones y que el público juzgue. Es ese público adulto, y no las instancias curiales eclesiásticas, quien debe emitir un juicio apoyado en argumentos razonables, no en imposiciones magisteriales.
Entre ese público se dividirán sin duda las opiniones al leer el último epígrafe de tu libro, en que haces una lectura crítica del documento Dignitas personae, de la CDF.
Satisface que ese documento insista en el sí a la vida y en la defensa de la cultura de la vida y de la dignidad humana de todas las personas en todas las fases de su vida y en evitar la discriminación, sobre todo, de las personas más pobres y desfavorecidas. Lectores creyentes podrán dar a estos criterios no sólo el «asentimiento religioso» que pide el documento, sino el asentimiento humano y ético. Por eso mismo es lamentable que (quizás por las presiones de las tendencias fundamentalistas en diversas partes del mundo y el deseo o buena intención de conciliar posiciones dentro de la pluralidad intraeclesial), la CDF haya sacado conclusiones exageradas a partir de buenos criterios, provocando la reacción contraria por parte de muchas personas del mundo científico y del pensamiento, tanto creyente como no creyente. Personas creyentes, críticas y estudiosas, se enfrentarán a la tarea difícil (¡bailar en la cuerda floja!) de conjugar la fidelidad creativa con la honestidad intelectual, el asentimiento creyente con el disentir respetuoso y responsable. Se puede y debe disentir y discrepar «en» la iglesia, sin que eso signifique ser «disidente de» la iglesia.