Lo peor que le puede pasar a la fe y a la iglesia es que se alíe con el poder y la riqueza
(Agustín Ortega, Centro Loyola e ISTIC).- La fe, por ejemplo la cristiana, ha sostenido siempre que lo principal para los creyentes son sus creencias y convicciones, sus valores y principios. La fe y su carácter ético-social deben estar, permanentemente, por encima de cualquier ideología.
Es la fe y su moral la que tiene que situar y orientar, en un sentido adecuado, a toda ideología. En este escrito queremos exponer algunas claves y perspectivas sobre lo dicho anteriormente, sobre esta inter-relación entre la fe, en especial la cristiana-católica, y las diversas ideologías. Empezamos con un principio de fondo, como es el que la fe no se identifica ni confunde con ninguna ideología partidista.
Es lo que se conoce como una adecuada laicidad, en el que la religión y sus iglesias se distinguen o diferencian de las organizaciones civiles o del gobierno, como son el estado con sus instituciones, por ejemplo con los partidos políticos y las ideologías que la alimentan. Se trata de respetar y promover la mutua autonomía (libertad e independencia) que, co-relacionalemente, tienen las realidades humanas y las religiosas o eclesiales.
Este principio de la adecuada o sana laicidad ha sido, por ejemplo, impulsado por el Concilio Vaticano II y la doctrina social de la iglesia (DSI). En donde se articulan esta distinción de las esferas religiosas y civiles, a la vez que su mutua colaboración para el bien común, la solidaridad y la justicia social con los pobres de la tierra. Ya que en este sentido, lejos de todo individualismo liberal-burgués (con su privatización de la fe), la religión y la espiritualidad, el corazón de la fe: tiene un carácter público y social, ético-político en el sentido de que pretende ajustar el mundo al plan o proyecto que tiene Dios para toda la humanidad. La fe quiere configurar y transformar o renovar radicalmente- esto es, desde la raíz- todas las relaciones y estilos de vida, las culturas y estructuras sociales (políticas y económicas…, tales como los sistemas laborales, comerciales o financieros). Y que, así, se vaya posibilitando una sociedad y un mundo más fraterno y solidario, con más paz y justicia con los pobres.
Por lo que es necesario clarificar que una cosa es la ética-política, inherente a la identidad y naturaleza social del ser humano, por la que adquirimos una cultura y moral determinada. Por ejemplo, la de inspiración cristiana, que converge con una ética civil (con lo mejor de la experiencia y reflexión ética), en su promoción de la fraternidad y de la paz, de la libertad, igualdad y justicia con los pobres, en la defensa del bien común, la vida y dignidad de las personas. Y otra cosa bien diferente son las ideologías políticas-partidistas, que son aquel conjunto de ideas y teorías, más cerradas o particularistas, asociadas por lo general a agrupaciones y partidos políticos. Está claro que todos tenemos, en sentido amplio o global (universal), una ideología. Es decir, una cosmovisión de la vida y del ser humano, unos principios y valores morales, etc., que en el caso de los creyentes religiosos dimanan de la experiencia de fe. Pero, subrayamos, esa ideología más universal de tipo antropológico o moral-política, una ética civil y cosmopolita: no hay que confundirla con esas otras expresiones más particulares o escoradas de las ideologías políticas-partidistas, como las que se encarnan en los partidos políticos. Desde lo anterior, hay que intentar que tanto para los no creyentes religiosos como para los creyentes: las ideologías políticas-partidistas no vayan en contra u obstaculicen esta ética civil y universal; dicha ética, que por lo demás, es el lugar de encuentro y convergencia entre creyentes y no creyentes, en una ética-política de tipo antropológica o civil, cosmopolita y mundial, global e intercultural, como se estudia hoy. En donde lo esencial y prioritario son los principios pre (o meta)-políticos y valores como la vida y dignidad de las personas, la libertad y la justicia, la participación democrática y la igualdad, etc. que deben dinamizar u orientar y fecundar a estas ideologías más históricas-partidistas.
Cuando dichas ideologías partidistas no se dejan penetrar, vivificar y renovar por la ética y la moral: se convierten e ideologizaciones; esto es, en sistemas cerrados, petrificados y excluyentes que generan los totalitarismos e injusticias, como los que hemos padecidos en la época contemporánea. Y, en este sentido, manipulan y corrompen a la ética, a la espiritualidad y a la religión. La historia así nos los muestra. La tradición liberal, fecundada por los humanismos renacentistas e ilustrados, terminó en la ideologización del liberalismo económico. Esto es, del neo-liberalismo/capitalismo que a fuerza del totalitarismo de una supuesta libertad, la del libre (ídolo del) mercado: negó la justicia social e igualdad que corresponde a la naturaleza social del ser humano. La tradición llamadas de izquierda o socialista, nacida de la experiencia del movimiento obrero, se convirtió en un comunismo o (por mejor decir) colectivismo estatalista. Como los de tipo leninista/stalinista, que por defender una supuesta justicia e igualdad, al final, terminó excluyendo la libertad y participación inherente a la condición sujetiva o, mejor dicho, personal que es constitutiva de todo ser humano.
Estas ideologías excluyentes, totalitarias (ideologizaciones) del neo-liberalismo/capitalismo y del colectivismo estatalista, como se observa, son paradigmáticas en la perversión y corrupción de una ideología o ética. Ya que aunque ninguna ideología y moral o ética es perfecta- nunca se tiene el monopolio de la verdad absoluta, lo contrario es fundamentalismo e integrismo-, estas tradiciones ilustradas, como las liberales y las socialistas, contenían muchos elementos verdaderos y valores auténticos como, por ejemplo, la libertad y la justicia, la igualdad y participación democrática… Solo un ciego fanatismo fundamentalista o integrista: no ve lo bueno y bello de dichas tradiciones o de otras, de los otros, de las personas y grupos o movimientos, que expresan mucha dosis de verdad, belleza y bondad. Lo mejor de estas tradiciones o corrientes éticas y espirituales contenían y contienen un humanismo o (comprendido actualmente) un personalismo. Y este fue el error de fondo de estas ideologías totalitarias del capitalismo y del colectivismo, así como de otras como los diversos fascismos, el nazismo, el franquismo…. Es decir, los peores frutos de la modernidad burguesa, que consistió y consiste en que el poder y la riqueza niegan la dignidad y la centralidad o protagonismo de las personas y de los grupos, sobre todo de los pobres, de los oprimidos y excluidos en una promoción liberadora e integral.
Y que, como hemos indicado ya, estas ideologías partidistas, con sus ídolos del poder y la riqueza- el mal más profundo, cuya raíz es el egoísmo-, con sus sistemas de dominación y opresión han querido manipular a las religiones y a sus iglesias. Es una constante en la historia. Ya que de forma parecida a como quiso el imperialismo romano o el absolutismo feudal-aristocrático, la ideología burguesa del capitalismo y, su co-relato, del colectivismo: han querido instrumentalizar y pervertir a las religiones, para justificar y sacralizar su régimen opresor e injusto. Así paso con diversos totalitarismos y fascismos, por ejemplo, en España con el franquismo y su experimento del nacional-catolicismo, para legitimar una dictadura que, con violencia y sangre, imponía un sistema injusto que reprimía la libertad y la justicia social, la promoción y liberación de los obreros y los pobres. Como el secularismo o laicismo de regimenes comunistas-colectivistas y estatalistas, como los dados en algunos países latinoamericanos. O asimismo en nuestra España actual. En donde grupos de poder, en especial la derecha neoliberal del capitalismo como también izquierdas de la social-democracia o del comunismo colectivista: siguen intentando manipular a la religión y, en concreto, al catolicismo para identificarse y confundirse con estas ideologías; cosa que no se puede hacer como ya vimos con el Vaticano II; y, menos aun, sí son ideologías inhumas e injustas, como esta del neoliberalismo con la inmoralidad del capitalismo, o del colectivismo, tal como nos enseña la DSI.. Como nos dice el mismo Concilio y la enseñanza de la iglesia, lo peor que le puede pasar a la fe y a la iglesia es que se alíe con el poder y la riqueza, con los poderosos y ricos, no dando testimonio de un compromiso por la paz y la justicia con lo pobres, de defensa y promoción de la vida y dignidad de las personas.
En este sentido, llama la atención la incoherencia de, por un lado, defender y promover la dignidad y vida de las personas en su comienzo o final, o una familia y sexualidad humanizada. Y, por otro, no defender y promocionar con el mismo vigor la dignidad y vida durante el transcurso de la existencia humana. Es decir, no luchar contra el capitalismo y sus (las) mayores injusticias como el hambre y la pobreza, el paro y la explotación-esclavitud laboral (incluido la de millones y millones de niño/as), la guerra y la destrucción ecológica… O de otros grupos que hacen lo contrario, pretenden defender la justicia y la dignidad de las personas, y permiten o toleran las agresiones que sufre la vida al comienzo y al final de sus etapas- como el aborto o la eutanasia-, una adecuada compresión de entender la sexualidad, el matrimonio o la familia (Hay que aclarar aquí, que es verdad que estas últimas cuestiones, como la bioética y la moral personal o sexual son más complejas que los estrictamente sociales; y, por lo tanto, hay que tener en cuenta muchos matices y circunstancias que la conciencia moral, como nos enseña la fe, debe precisar e intentar afrontar de una forma adecuada). Lo anterior, decimos, son otros ejemplos palmarios, de un lado y de otro, de instrumentalizar e ideologizar la fe, lo haga quien lo haga. Así como los nacionalismos excluyentes, e incluso violentos, que niegan el amor universal, la solidaridad internacional y la justicia global con los pobres de la tierra. Todo ello presta un flaco favor a una fe y moral que quiere ser creíble, coherente y adulta.
Conocemos, ya lo hemos apuntado, que es esencial para las personas y creyentes que realicen un servicio y compromiso social, ético-político por la paz, el bien común y la justicia con los pobres. Y que dicho compromiso, en un discernimiento adecuado, se puede concretar en la militancia e inserción en ese vasto y significativo mundo de las ideologías y partidos políticos. En donde se debe dar testimonio de esta fe y humanismo integral, de esta ética personalista que defiende y promueve a las personas y pueblos, sus vidas y dignidad, la paz y la justicia universal con los pobres del mundo. Por ejemplo, con especial referencia a nuestro país, esta fe y ética personalista debe orientar a la derecha o a los liberales, que además proclaman seguir esta inspiración humanista de la fe, para que se liberen de la ideología perversa del neoliberalismo, del capitalismo que es por esencia inmoral, injusto e inhumano; y promuevan así la vida digna, la igualdad y justicia con los pobres, la ética sobre el mercado y la empresa. Frente al colonialismo (idolatría) del mercado sobre la sociedad civil y la moral, que impide una democracia real. Al igual que debe fecundar y renovar a la supuesta izquierda o socialismo, convertido ahora en «social-democracia», que ha abdicado de su identidad anti-capitalista, del protagonismo de los obreros y pobres en su liberación integral; y que además, junto a las otras izquierdas, deben superan el burocratismo o estatalismo, con una adecuada laicidad y una autentica democracia. En donde las personas y los movimientos espirituales, éticos y sociales, tales como los religiosos e iglesias con su peculiaridades (como hemos visto), son sujetos activos y protagonistas de la vida civil, política y democrática. Y, al mismo tiempo, no se confunden con el estado y con lo autoridad gubernativa, para preservar así la identidad de dichos movimientos espirituales, ciudadanos y sociales, cada uno con su identidad específica, como es el caso de los religiosos e iglesias. Ojala que esta mediación y esfera de la ética personalista, como no enseña todo lo dicho hasta aquí la DSI, con el encuentro y colaboración fraterna entre creyentes y no creyentes: animen y transformen profundamente esta participación y compromiso social-político para otro mundo posible, más fraterno y justo, como confiamos los creyentes que Dios sueña para todos.