Por estas tierras, Santidad, el problema de “la cuestión de Dios” no tiene la relevancia que ha adquirido en Europa. Nuestro problema no es tanto la “cuestión de Dios”, sino la “cuestión del Dios, revelado en Jesús de Nazaret”
(Pedro Jaramillo).- ¡Santidad! Soy un sacerdote de a pie; español y manchego, para más señas; y, durante todo su pontificado, caminando con la Iglesia de Guatemala, en un enorme barrio periférico de la ciudad.
Una zona, declarada «roja», a causa de la violencia. Y, enrojecida ella misma, por culpa de la pobreza, del desempleo, de la desesperanza. Como resultado, un deterioro personal y familiar alarmante.
Su población es muy joven: de cada 100 feligreses de esta enorme parroquia (unos 100.000 habitantes), 70 son menores de 30 años. Alguien podría pensar: ¡qué esperanza! Pero, visto desde aquí, uno tiene que confesar: ¡qué problema! Un grupo de afortunados han logrado su trabajo y sobreviven; pero, la inmensa mayoría malviven. Y la mal-vivencia, en la carencia de todo, es la madre de todos los vicios. Muchas veces, Santidad, he pensado: es que, si no tienen vicios, estos jóvenes no tienen nada!!!. Así de dura es su vida… ¡No vaya a pensar que nos les ayudo con todas mis fuerzas a superarlos positivamente! Ésa es una de las razones de mi camino guatemalteco.
Me salió un párrafo de ambientación. En el momento de su renuncia, lo que quiero decirle, ante todo, es que la he percibido como un acto de amor a la Iglesia, de humildad personal y de coherencia profética. Y por esa «lección magistral», le digo de corazón: «Muchas gracias, Santidad». Le confieso que, cuando escuchaba la noticia, en la madrugada del lunes aquí, no daba crédito a mis oídos… Me convencí de que era cierto, cuando, desde la misma radio, conectaban con la sala de prensa del Vaticano, en la que el P. Lombardi estaba explicando la noticia, dando lectura al texto latino que usted mismo, Santo Padre, había comunicado en la ceremonia de canonización ¡Era verdad!
Repuesto del impacto de la primera reacción, no tuve más remedio que dar gracias a Dios por la humilde valentía que supone su renuncia. Al día siguiente, leí que el cardenal Maradiaga, aquí cerquita, en Honduras, había declarado que si el aceptar es un gran acto de valentía, mucho más lo es el renunciar. Me identificaba totalmente con su autorizada opinión. Romper tantos siglos de historia de la Iglesia con una renuncia papal significa para usted, Santo Padre, entrar a nuestra historia eclesial por la puerta grande.
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