Son innumerables las ocasiones en las que, a lo largo de la historia, los cristianos hemos desvirtuado el mensaje para hacerle decir al Resucitado lo que jamás quiso decir. Desde el «Dios lo quiere» a las actuales tentaciones del lujo y el poder
(Del prólogo de «Dímelo en cristiano», Jesús Bastante, RD-Khaf).- «Les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura» (Mc 16,15). Y el Verbo se hizo carne, en la figura de Jesús de Nazaret. Y el hombre se hizo famoso, e hizo llegar su mensaje de amor, solidaridad y alegría a todos los rincones de Judea, Samaria, a todo Israel, y llegó a los oídos de los poderosos y fariseos, quienes pusieron el grito en el cielo. Y fue traicionado por sus amigos y salpicado de odio, dolor y muerte en cruz. Y el Verbo resucitó, y se hizo noticia – Buena Noticia…- y entonces pidió a sus discípulos que llevaran el anuncio a todos los rincones de la Tierra… y ahí entramos nosotros.
El cristianismo más que una religión es un sistema de valores, un modo de vida. Un camino, el de los seguidores de Jesús, que nos obliga a dar noticia de su vida, su muerte y su resurrección; de su ejemplo. Estamos llamados, pues, a ser profetas de la buena ventura; altavoces de la vida, las bienaventuranzas y la alegría de creer.
No puede existir comunión sin comunicación. Son dos términos similares, hermanados. No en vano, la segunda definición de comunión del Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española afirma que ‘comunión’ es el «trato familiar, la comunicación de unas personas con otras». No hay comunión, pues, sin comunicación. No se puede anunciar el Evangelio sin el «otro» (nuestro interlocutor, el que está enfrente, ya sea en casa, en la escuela, en el trabajo o en la calle, en nuestro ámbito profesional o relacional). La Buena Noticia de Jesús es una historia de amor, y como tal debe ser contada, vivida y compartida. Y comprendida. De ahí la importancia del «otro», de su capacidad de escuchar, del idioma en que hable, del modo en que pueda entender. ‘Comunión’, ‘comunicación’… y ‘comunidad’, otro término de la misma rama. Sin comunidad es imposible transmitir -comunicar- la Palabra, crear comunión.
No puedes enseñar a un ciego quién fue Leonardo da Vinci plantándole frente a los ojos un cuadro de la Gioconda; no puedes gritar a un sordo la ruta a seguir para alcanzar su destino. Era improbable que las gentes que poblaban el mundo conocido en el siglo i conocieran la Palabra de Dios en su lengua original, el arameo.
La «Buena Noticia» se abre paso a través de los tiempos, y para ello necesita encajarse en el contexto del aquí y el ahora, para que tanto el emisor como el receptor entiendan lo que se quiere transmitir. Lo dice este terremoto comunicativo que es el papa Francisco -a quien dedicaremos un capítulo de este libro- en la espléndida Evangelii Gaudium. «Quiero insistir en algo que parece evidente, pero que no siempre es tenido en cuenta: el texto bíblico que estudiamos tiene dos mil o tres mil años, su lenguaje es muy distinto al que utilizamos ahora. Por más que nos parezca entender las palabras, que están traducidas a nuestra lengua, eso no significa que comprendamos correctamente cuanto quería expresar el escritor sagrado», dice el Papa (cap. 3, III).
Y es que son innumerables las ocasiones en las que, a lo largo de la historia, los cristianos hemos desvirtuado el mensaje para hacerle decir al Resucitado lo que jamás quiso decir. Desde el «Dios lo quiere» de las Cruzadas a las siempre actuales tentaciones del lujo y el poder. No entraremos demasiado en ello.
Con palabras de la Exhortación Apostólica: «si un texto fue escrito para consolar, no debería ser utilizado para explicar diversas opiniones teológicas; si fue escrito para motivar la alabanza o la tarea misionera, no lo utilicemos para informar acerca de las últimas noticias» (cap. 3, III).
«Todo el pueblo de Dios anuncia el Evangelio», señala Bergoglio. A través de los medios de comunicación, la escuela, el púlpito, el trabajo, las relaciones sociales, la familia y, también, en el interior de la Iglesia. Porque, en ocasiones, sucede que somos los «cristianos» los que más necesidad tenemos de escuchar, y de entender, la Buena Noticia del mensaje de Jesús de Nazaret.
Hay que saber utilizar los medios de los que disponemos para el anuncio de la Buena Noticia. Y hacerlo desde la propuesta y la alegría. Ya basta de caras largas, aburridas, poco atractivas. Si el mensaje de Jesús triunfó fue porque, en buena medida, sus palabras «encendían los corazones» de quienes le escuchaban. Si la Iglesia ha sido capaz de desarrollar su inmensa labor social, educativa y cultural, si los valores del Evangelio han constituido una civilización milenaria ha sido porque resultaban atractivos, actuales y constructivos. Porque el mensaje de Jesús, ayer hoy y siempre, es válido para el hombre y la mujer de la Jerusalén del siglo I, y para los del Madrid de 2014 con los que convivimos.
‘Comunión’ y ‘comunicación’: Dos términos similares, que implican una gran responsabilidad. Hay que procurar, en la medida de lo posible, que el mensaje sea propositivo, atractivo, decente, que no chirríe, que no oscurezca, que no dé miedo. Jesús, nos cuentan los Evangelios, solo se enfadó en una ocasión: cuando vio cómo los sacerdotes habían convertido el Templo en guarida de ladrones.
El mensaje de Cristo no es de condena, sino de salvación; no es de poder, sino de servicio; no es de prohibición, sino de propuesta; no es de lágrimas, sino de alegría. La Buena Noticia no es la muerte de Jesús, sino la Resurrección. Y la responsabilidad de construir un mundo para todos, ya sean judíos o gentiles de la época en la que vivió Jesús; como hombres y mujeres a ambos lados de los muros de Melilla, Belén o Arizona en nuestros días.
«¿Qué significa evangelizar? Dar testimonio, con alegría y sencillez, de lo que somos y creemos», es uno de los últimos tuit del papa Francisco. Con todos los medios a nuestro alcance, desde el papiro a las nuevas tecnologías. Desde el mural al selfie.
Esta es una breve guía que únicamente pretende dar pistas de cómo comunicar «en cristiano» en distintos ámbitos: en los medios de comunicación, la escuela, las ONG, la política, la sociedad, la familia y, cómo no, en la propia Iglesia. La institucional y la que forman los hombres y mujeres que, con alegría y sencillez, dan testimonio de lo que creen y lo que son. No siempre es fácil, pero sí resulta urgente, e imprescindible, acometer esta tarea si queremos que el mensaje que trajo Jesús -la Buena Noticia del Evangelio- siga llegando con fuerza a todos los rincones de la Tierra.
Y que los ciegos vean, los sordos oigan, rían los tristes, y todos nos sintamos felices, bienaventurados… y bienvenidos.
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