Como jóvenes que no sólo viven en Asia, sino que son hijos e hijas de este gran continente, tienen el derecho y el deber de participar plenamente en la vida de su sociedad
(José M. Vidal).- Delirio, emoción y profundo recogimiento religioso en la misa conclusiva de la VI jornada de la Juventud de Asia. En cuatro días Francisco conquistó el continente amarillo. En su último mensaje, el Papa invitó a los jóvenes a llevar a Dios a todo el Asia, recordó que atender a los «necesitados no está reñido con estar cerca de Dios» e invitó a escuchar el grito de la cananea que, hoy, es el de «los que sufren persecución y muerte en nombre de Jesús».
En su pequeño papamovil blanco, el Papa entró en la enorme explanada coreana del Castillo de Haemi, abarrotada de fieles, especialmente jóvenes asiáticos, al son del himno «Franciscus, Franciscus». Saludos, fotos, besos y emoción juvenil.
Escenografía austera al estilo Francisco. Una simple cruz de madera preside el altar en forma de pagoda con tejados azules. En un costado una imagen de la Virgen blanca con el Niño Jesús. En el frontal del altar de madera, una bella composición de pintura y flores sobre la Asunción. Decoración sobria, pero elegante. Lógicamente, a lo oriental.
Dia nublado. Amenaza lluvia, pero los coreanos llevan todos chubasqueros. Antes de comenzar la misa, el speaker ensaya con los jóvenes diversas partes de la misa en latin, como el «pax vobis» o el «confiteor».
Y comienzan los ritos de introducción de la eucaristía con el canto de entrada del himno mundial de la juventud: «Jesucristo, eres mi vida».
El Cristo procesional es de madera. Concelebran los obispos coreanos y los cardenales que acompañaron al Papa en su visita, entre ellos el Secretario de Estado, Pietro Parolin, y el prefecto Rylko.
Francisco luce una sencilla casulla blanca y el báculo de Juan Pablo II.
El Papa, como siempre, profundamente concentrado, inciensa el altar y a la Virgen blanca. Y comienza la eucaristía.
La asamblea canta el Kirye y lo escenifica con las manos. Y, a continuación, el Gloria, que suena diferente a los clásicos que suelen escucharse en las misas occidentales.
La primera lectura del profeta Isaías. Tras ella, un bello salmo responsorial cantado.La segunda lectura de San Pablo a lor romanos.
Tras el canto del Aleluya, la lectura del Evangelio de Mateo, leido por un diácono. Es el pasaje de la mujer cananea, que pide a Jesús la curación de su hija.
El Papa comienza la homilía en inglés, traducida al coreano.
Algunas frases de su homilía
«Los cristianos tienen el derecho y el deber de participar en la vida de su sociedad»
«No tengan miedo de llevar la sabiduría de la fe a todos los ámbitos de la vida social»
«Amen todo lo bello, noble y verdadero que hay en sus tradiciones»
«Muchos valores positivos de las diversas culturas asiáticas y percibir lo que es incompatible con la fe católica»
«Y qué aspectos son pecamiosos y corruptos y conducen a la muerte»
«Pensemos en la palabra juventud. Estás llenos de optismos, energía y buena voluntad de esta etapa de su vida»
Que Cristo transforme su energía en voluntad moral»
«Éste es el camino para vencer todo lo que amenaza la esperanza»
«Su juventud será un don para la Iglesia y para el mundo»
«Como jóvenes cristianos no sólo forman parte del futuro de la Iglesia. Son también una parte apreciada del presente de la Iglesia»
«Permanezcan unidos unosa otros»
«Edificar una Iglesia más santa, misionera y humilde. Una Iglesia que ama y adora a Dios.
«Una Iglesia que intenta servir a los pobres, a los emfermos y a los marginados»
«Tentación de apartar al extranjero, al necesitado, al pobre y a quien tiene el corazón destrozado»
«Estas personas siguen gritando como la mujer del Eavneglio: ‘Señor, socórreme'»
«La petición de la mujer cananea es el grito de toda persona que busca amor»
«Es el grito de muchos de nuestros contemporáneos y de todos los que aún hoy sufren persecución y muerte en el nombre de Jesús»
«Este grito surge, a menudo, en nuestros corazones»
«Atender a los necesitados no está reñido con estar cerca del Señor»
«Amor, misericordia y compasión»
«Despierta, despierta»
«Responsabilidad que el Señor les confía, para estar vigilantes»
«Belleza de la santidad y alegría del Evangelio»
«Nadie que esté dormido puede cantar y alegrarse»
«Queridos jóvenes, nos bendice el Señor nuestro Dios»
«Vayan al mundo, vayan al mundo y lleven a Dios al mundo»
«Que todas las personas de este gran continente alcancen misericordia»
«Madre, ayúdanos a llevar a Cristo a los otros y a glorificarlo en este país y en toda Asia»
Texto íntegro de la homilía papal
Queridos amigos:
«La gloria de los mártires brilla sobre ti». Estas palabras, que forman parte del lema de la VI Jornada de la Juventud Asiática, nos dan consuelo y fortaleza. Jóvenes de Asia, ustedes son los herederos de un gran testimonio, de una preciosa confesión de fe en Cristo. Él es la luz del mundo, la luz de nuestras vidas. Los mártires de Corea, y tantos otros incontables mártires de toda Asia, entregaron su cuerpo a sus perseguidores; a nosotros, en cambio, nos han entregado un testimonio perenne de que la luz de la verdad de Cristo disipa las tinieblas y el amor de Cristo triunfa glorioso. Con la certeza de su victoria sobre la muerte y de nuestra participación en ella, podemos asumir el reto de ser sus discípulos hoy, en nuestras circunstancias y en nuestro tiempo.
Esas palabras son una consolación. La otra parte del lema de la Jornada -«Juventud de Asia, despierta»- nos habla de una tarea, de una responsabilidad. Meditemos brevemente cada una de estas palabras.
En primer lugar, «Asia». Ustedes se han reunido aquí en Corea llegados de todas las partes de Asia. Cada uno tiene un lugar y un contexto singular en el que está llamado a reflejar el amor de Dios. El continente asiático, rico en tradiciones filosóficas y religiosas, constituye un gran horizonte para su testimonio de Cristo, «camino, verdad y vida» (Jn 14,6). Como jóvenes que no sólo viven en Asia, sino que son hijos e hijas de este gran continente, tienen el derecho y el deber de participar plenamente en la vida de su sociedad. No tengan miedo de llevar la sabiduría de la fe a todos los ámbitos de la vida social.
Además, como jóvenes asiáticos, ustedes ven y aman desde dentro todo lo bello, noble y verdadero que hay en sus culturas y tradiciones. Y, como cristianos, saben que el Evangelio tiene la capacidad de purificar, elevar y perfeccionar ese patrimonio. Mediante la presencia del Espíritu Santo que se les comunicó en el bautismo y con el que fueron sellados en la confirmación, en unión con sus Pastores, pueden percibir los muchos valores positivos de las diversas culturas asiáticas. Y son además capaces de discernir lo que es incompatible con la fe católica, lo que es contrario a la vida de la gracia en la que han sido injertados por el bautismo, y qué aspectos de la cultura contemporánea son pecaminosos, corruptos y conducen a la muerte.
Volviendo al lema de la Jornada, pensemos ahora en la palabra «juventud». Ustedes y sus amigos están llenos del optimismo, de la energía y de la buena voluntad que caracteriza esta etapa de su vida. Dejen que Cristo transforme su natural optimismo en esperanza cristiana, su energía en virtud moral, su buena voluntad en auténtico amor, que sabe sacrificarse. Éste es el camino que están llamados a emprender. Éste es el camino para vencer todo lo que amenaza la esperanza, la virtud y el amor en su vida y en su cultura. Así su juventud será un don para Jesús y para el mundo.
Como jóvenes cristianos, ya sean trabajadores o estudiantes, hayan elegido una carrera o hayan respondido a la llamada al matrimonio, a la vida religiosa o al sacerdocio, no sólo forman parte del futuro de la Iglesia: son también una parte necesaria y apreciada del presente de la Iglesia. Permanezcan unidos unos a otros, cada vez más cerca de Dios, y junto a sus obispos y sacerdotes dediquen estos años a edificar una Iglesia más santa, más misionera y humilde, una Iglesia que ama y adora a Dios, que intenta servir a los pobres, a los que están solos, a los enfermos y a los marginados.
En su vida cristiana tendrán muchas veces la tentación, como los discípulos en la lectura del Evangelio de hoy, de apartar al extranjero, al necesitado, al pobre y a quien tiene el corazón destrozado. Estas personas siguen gritando como la mujer del Evangelio: «Señor, socórreme». La petición de la mujer cananea es el grito de toda persona que busca amor, acogida y amistad con Cristo. Es el grito de tantas personas en nuestras ciudades anónimas, de muchos de nuestros contemporáneos y de todos los mártires que aún hoy sufren persecución y muerte en el nombre de Jesús: «Señor, socórreme». Este mismo grito surge a menudo en nuestros corazones: «Señor, socórreme». No respondamos como aquellos que rechazan a las personas que piden, como si atender a los necesitados estuviese reñido con estar cerca del Señor. No, tenemos que ser como Cristo, que responde siempre a quien le pide ayuda con amor, misericordia y compasión.
Finalmente, la tercera parte del lema de esta Jornada: «Despierta», habla de una responsabilidad que el Señor les confía. Es la obligación de estar vigilantes para no dejar que las seducciones, las tentaciones y los pecados propios o los de los otros emboten nuestra sensibilidad para la belleza de la santidad, para la alegría del Evangelio. El Salmo responsorial de hoy nos invita repetidamente a «cantar de alegría».
Nadie que esté dormido puede cantar, bailar, alegrarse. Queridos jóvenes, «nos bendice el Señor nuestro Dios» (Sal 67); de él hemos «obtenido misericordia» (Rm 11,30). Con la certeza del amor de Dios, vayan al mundo, de modo que «con ocasión de la misericordia obtenida por ustedes» (v. 31), sus amigos, sus compañeros de trabajo, sus vecinos, sus conciudadanos y todas las personas de este gran continente «alcancen misericordia» (v. 31). Esta misericordia es la que nos salva.
Queridos jóvenes de Asia, confío que, unidos a Cristo y a la Iglesia, sigan este camino que sin duda les llenará de alegría. Y antes de acercarnos a la mesa de la Eucaristía, dirijámonos a María nuestra Madre, que dio al mundo a Jesús. Sí, María, Madre nuestra, queremos recibir a Jesús; con tu ternura maternal, ayúdanos a llevarlo a los otros, a servirle con fidelidad y a glorificarlo en todo tiempo y lugar, en este país y en toda Asia. Amén.