Es una pena que Zapatero no haya podido hacer un hueco en su apretada agenda
Seguro que ustedes echaron de menos al ministro de Deportes en la ciudad polaca de Katowice donde la selección nacional española de Baloncesto se proclamaba campeona de Europa, por primera vez en la historia.
¿Dónde estaba? Seguro que trabajando en su despacho del palacio de la Moncloa o con su familia que también tiene derecho a disfrutar de algunas horas de descanso.
Saben ustedes que, desde la última remodelación del Gobierno, el ministro de Deportes es el propio presidente del Gobierno, quien solucionó así el atolladero que se buscó cuando prometió crear un ministerio para seguir apoyando a un deporte español con éxito internacional.
Es una pena que José Luis Rodríguez Zapatero no haya podido hacer un hueco en su apretada agenda para estar presente en Katowice, un lugar donde debía estar.
Sobre todo para que personalmente pudiera darse un baño de confianza, de alegría, de satisfacción por el éxito de un trabajo en equipo donde el talento se combina con la humildad, el esfuerzo y el trabajo bien hecho.
Zapatero tuvo tiempo para ir a la final de la Liga de Campeones con su Barca de corazón pero no para apoyar en Katowice a la selección nacional de Baloncesto, que tantos obstáculos e incertidumbres internas ha superado para alcanzar otro éxito.
La falta de sensibilidad del presidente se puede intentar justificar porque no está el patio para irse a un partido de baloncesto; pero resulta que ni es una pérdida de tiempo ni es un lujo que se permite en lugar de trabajar para superar la crisis.
Para eso está la vicepresidenta segunda y ministra de Economía. Además, después de transitar por un placentero comité federal de su partido, donde se olvidaron las opiniones críticas, su obligación era estar con la selección nacional de Baloncesto.
¡Qué exageración! Piensen lo que quieran pero no es desmesurado cuando se puede disfrutar con la ilusión ejemplar de un Pau Gasol que, después de ganar el anillo de la NBA con los Lakers, ser campeón del Mundo y subcampeón olímpico se deja la piel con la camiseta española liderando un espectacular equipo de jugadores fantásticos.
La máxima representación del estado la ostentó la infanta Elena junto al secretario de Estado de Deportes, Jaime Lissavetzky. ¡Qué poco olfato de unos políticos acostumbrados a la foto!
Este equipo de baloncesto irradia eso, armonía de grupo, esfuerzo colectivo, talento y trabajo.
Valores que escasean hoy en día en algunos sectores de la juventud más proclives al botellón y a la violencia. Y en el aspecto político, detalle de los jugadores al exponer una bandera de Madrid 2016 durante la entrega de medallas. Pero sobre todo, el canto espontáneo en el vestuario: «yo soy español, español, español….»
Los jugadores habían recibido la felicitación del presidente de la Federación, José Luis Sáez, en presencia de la infanta Elena y comenzaron a cantar un estribillo famoso ya por los tenistas del equipo de Copa Davis.
Es muy aleccionador escuchar a jugadores como Gasol, Navarro, Rubio, etc… nacidos en Cataluña, cantar sin reparo y con convicción que son españoles.
No es un detalle inocuo, muchos políticos deberían bajar de su nube partidista y conocer el verdadero pulso de los intereses y de las necesidades de los ciudadanos. Y los jugadores de baloncesto, muy poderosos, por cierto, son un claro ejemplo.
JAVIER FERNÁNDEZ ARRIBAS