Spanair explica las circunstancias del accidente a unos familiares que han perdido la paciencia

Spanair explica las circunstancias del accidente a unos familiares que han perdido la paciencia

(PD).- La dirección de Spanair ha bombardeado a los familiares con una retahíla de datos sobre el accidente del JK5022; sin embargo, son incapaces de responder a la pregunta que todos se están haciendo: «¿Por qué se precipitó nada más despegar?». Los familiares siguen pidiendo respuestas mientras continúan las identificaciones de los cadáveres.

No van bien las cosas; los familiares comienzan a perder la paciencia ante la falta de respuestas y el trato que aseguran estar recibiendo. Todavía no se han identificado todos los cadáveres a pesar de que se ha cumplido el plazo de entre 24 y 48 horas ofrecido por los investigadores.

El subdirector de Spanair, Javier Mendoza, ha asegurado a las víctimas que el mecánico «hizo lo que tenía q hacer» a la hora de reparar el fallo del MD-80 que motivó su regreso a los talleres de mantenimiento antes de que se produjera el siniestro.

Durante la segunda reunión que la compañía mantiene con los familiares de los afectados, Mendoza, que estuvo acompañado por un piloto y otros directivos de Spanair, aseguró ante 300 personas que no podría responder a todas las preguntas pero que trataría de responder a algunas.

Mendoza indicó que el mecánico, de 41 años y con 20 años de experiencia, decidió desconectar la sonda al considerar que las condiciones climatológicas permitían realizar el vuelo sin dicho mecanismo.

Preguntado por las consecuencias de la desconexión de la sonda, Mendoza explicó que este mecanismo alimenta el ordenador que controla algunos parámetros del motor, aunque «no cree» que esta circunstancia pueda estar relacionada con el accidente. No obstante, señaló que será la comisión de investigación la que determine si hay relación entre alguno de estos elementos.

El subdirector de la compañía indicó que «una sola causa no provoca nunca un accidente aéreo» y señaló que Spanair ha pedido a la comisión que informe sobre el avance de la investigación.

Una cuestión de Estado

Como señala Ignacio Camacho en ABC, «para un país en cuyo PIB tiene un peso esencial el turismo resulta imprescindible que la aviación civil presente una hoja de servicios inmaculada, en la que los accidentes sean sólo estrictamente eso, accidentes, fatalidades esporádicas, imponderables estadísticos. Por eso -además de por el necesario respeto a la memoria de las víctimas- tiene una importancia primordial la aclaración de las causas de la catástrofe de Barajas, un aeropuerto cuya modernidad y centralidad representan la mayor operación estratégica de España como nación en los últimos años. La sociedad española tiene que saber que esa potente apuesta estructural no se asienta sobre un trasfondo operativo chapucero o irresponsable. Eso obliga, casi como una cuestión de Estado, a una depuración de responsabilidades rigurosa, serena y delicada, en la que no se mezclen los intereses mercantiles, el tiroteo político ni el sensacionalismo mediático al amparo de la lógica conmoción emocional por la tragedia».

Ya ha habido un poco de todo eso en estos primeros días de difícil digestión colectiva, en la que el único exceso disculpable es el que procede de los familiares de las víctimas, sacudidos por lo abrupto de la pérdida. En medio de ese clima crispado ha comenzado a atisbarse un indeseable y pernicioso cruce de acusaciones y sugerencias que van desde un cierto y atropellado cinismo exculpatorio por parte de Spanair a la pura carnaza periodística, pasando por el tradicional instinto de los políticos para desembarazarse de responsabilidades y desviar el foco hacia una cacería popular de culpables. Para la opinión pública es fácil encontrar chivos expiatorios y sentenciar veredictos inmediatos, pero las instituciones tienen la obligación de encontrar respuestas maduras y contrastadas sin sacudirse interrogante alguna, por ardua o incómoda que resulte. Lo embarazoso nunca son las preguntas.

La peor y más estremecedora de las hipótesis sería sin duda la de una compañía capaz de minimizar la seguridad de los pasajeros en aras de una mayor explotación mercantil de recursos anticuados o defectuosos; produce un escalofrío moral sólo el hecho de aceptarlo como conjetura. Pero a partir de ahí, la escala de nocividad alcanza a las suposiciones infundadas, al señalamiento precipitado de culpabilidades, al cálculo de rentabilidades espurias sobre el legítimo dolor de los perjudicados, a la explotación del shock emotivo de la gente o, en sentido contrario, al corporativismo de cobertura sobre posibles fallos técnicos y/o humanos o a la renuencia a asumir responsabilidades por motivos económicos o políticos. El espectáculo de un país envuelto en un agrio, superficial y especulativo debate sobre su seguridad aérea puede resultar demoledor. No sólo para su prestigio sino para su madurez social.

Ese baile con fantasmas sólo puede evitarlo una justicia que actúe sin interferencias y con rapidez, diligencia y precisión. Ése es el único camino decente para que las víctimas obtengan la reparación moral -y en su caso, económica- del desastre sufrido. Existe un doloroso y cercano precedente de manipulación de una tragedia; pronto vamos a ver si hemos aprendido algo.

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