Que esta vez la historia política no acabe como aquella

Que esta vez la historia política no acabe como aquella

QUE ESTA VEZ LA HISTORIA NO ACABE COMO AQUELLA

De todas las historias de la Historia
-escribió alguien que sabía-
sin duda la más triste es la de España
porque termina mal. Y noto que he hecho mía
esta frase, que tanta amargura entraña,
pero no quiero estar de acuerdo, pues podría
no ser tan drástica y tener España más memoria.

Aunque están ahí otra vez, llevando el odio marcado
en sus gestos y en sus manos allí donde están adentro
y levantando el puño y el odio también levantado
los que han quedado afuera o los que apoyan a los que ya han entrado dentro.
¿Cuándo ha empezado este nuevo y odioso desencuentro?
Y también pregunto y nadie ha contestado,
¿qué hacías antes vosotros los que estabais dentro?

Las raíces estaban también dentro , en el pasado
que quieren hacer rebrotar, como si no hubiese la Historia
ya su lección de amargura y fanatismo dado,
vuelven los escarbadores de la historia
a hurgar en lo peor que nuestra historia ha obrado,
a clamar desunión de España y terrible victoria
del uno sobre el otro para tenerlo silenciado.

Infausto siglo con crisis completa comenzado,
mentida por todos y por todos en su propio egoísmo
conducida, poco a poco más, hacia el abismo.
No habíamos hecho ya una Transición para superar el pasado.
¿Por qué vuelven con sus arengas y soflamas de espejismo,
para quedarse con las sillas y las ubres casi vacías del Estado?

¿Y vosotros los que hasta ahora lo habéis detentado
con desvergüenza infinita, con avaricia endemoniada,
utilizando en vuestro provecho cada uno de su infinito mecanismo,
qué hacéis mintiendo aún si está podrida incluso la mirada,
y vuestra credibilidad está como vuestra casta vaciada?
¿Tampoco vosotros habíais aprendido que el abismo
está siempre a punto de abrirse ante este país por todos ordeñado?

II

No sé qué deciros, a unos y otros, que asaltáis
los cargos con alegría impropia de quien va a prestar un servicio.
No será, pues, tan amargo vuestro oficio
pues tan eufóricos estáis
y unos con otros por privilegios de casta bien pactáis
y por manteneros luego en el edificio
del que algún propio provecho sacáis y beneficio.

Tampoco entiendo que vuestros acólitos abajo
levanten tanto los gritos y el apoyo, cada cual a su sectario,
y se alegre tanto del mal contrario,
salvo que se tomen ese trabajo
para subirse con vosotros al escenario
de poder, montados sobre los que queden debajo
del nuevo poder político arbitrario.

Se me ocurre que debería celebrarse la fiesta
cada cual en su propio voto
sabiendo que, hubiese sido elegido uno u otro,
el electo debería muy serio saber que ha de dar respuesta
al encargo obligatorio que le señalaba el voto,
lo cual sí fuese un servicio real y no una soberanía supuesta.

Un Defensor del Pueblo electivo
por el Pueblo también haría que el ciudadano
fuese más que un motivo
de ficción, que se queda pensativo
ante tanto incumplimiento cotidiano,
pues ahora su poder es tan liviano
que se ha ido completamente de él, con el voto fugitivo.

III

No sé, pero al menos que no vuelvan ambos extremos
que creíamos durante la Transición ya superados.
Que la lluvia de la libertad caiga continua en los humanos,
que España conozca la unidad sin odio que merecemos.
Que esta tierra reciba la ovación de que cabemos
más allá del silbido y el odio entre hermanos
en la difícil y merecida altura de objetivos comunes y supremos.

Que entre el rojo de un extremo
y el azul, casi morado, del otro
haya espacio para un poco
de luz blanca del pueblo,
abriéndose en verde y amarillo por en medio.
Que seamos ciudadanos también después del voto
es lo que más echo a faltar y ausencia noto.

Que la lluvia de la libertad caiga
también sobre quienes ningún puño ni brazo traen alzado
es cuanto pido para España.
Quizá este canto por alguien sea escuchado.

Juan Pablo Mañueco (15-06-2015)

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Juan Pablo Mañueco

Nacido en Madrid en 1954. Licenciado en Filosofía y Letras, sección de Literatura Hispánica, por la Universidad Complutense de Madrid

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