No me gustan las quinielas de papables. Unas por interesadas y otras por pretendidamente generadoras de exclusivas del tipo “como yo decía…”. Sin embargo, a unas horas del inicio del cónclave que elegirá al sucesor de Benedicto XVI, no me resisto a apuntar un sencillo decálogo de nombres. No, no son mis apuestas ni mis favoritos. No es una quiniela. Únicamente son los diez nombres de cardenales que más me ilusionan.
Así, más allá de edades o perfiles, únicamente por detalles de su estilo, mis favoritos personales a Papa serían Patrick O’Malley (el de Boston, sencillo capuchino barbudo, por ser el gran purificador eclesial ante los abusos sexuales), Timothy Dolan (el de Nueva York, por su fuerza a lo Juan Pablo II), Walter Kasper (el emérito responsable vaticano del diálogo ecuménico, por su talante fresco y esencialista), André Vingt-Trois (el de París, por su afán conciliador a la hora de dialogar con el mundo), Gianfranco Ravasi (el responsable de Cultura de la santa Sede, capaz de citar a Lutero o a Oscar Wilde en sus fresquísimos y sugerentes escritos), Salvador Maradiaga (por su prédica desde la alegría y el compromiso social, llegando especialmente a la juventud), Luis Antonio Tagle (el purpurado filipino, quien a sus 55 años muestra el rostro de la ilusión y la pureza), Peter Turkson (el ghanés, porque podría ser el primer Papa negro y africano… e intuyo que mucho más), Cristoph Schönborn (el de Viena, pues sería un nuevo Pablo VI, gran intelectual y hombre de apertura) y Carlos Amigo (el emérito de Sevilla, quien es afable y tiene los pies en la tierra).
Pues aquí está mi no quiniela para el cónclave. No son mis cábalas, sino mis ingenuas ilusiones.
MIGUEL ÁNGEL MALAVIA