Hoy, 18 de julio de 2025, la tensión entre Brasil y Estados Unidos alcanza un punto crítico.
Luiz Inácio Lula da Silva, presidente de Brasil, respondió con firmeza a la amenaza de Donald Trump de imponer aranceles del 50% a las exportaciones brasileñas a partir del 1 de agosto. «No es un gringo quien le va a dar órdenes a este presidente», dijo Lula en un acto oficial, subrayando que «Brasil debe cuidar de Brasil y del pueblo brasileño, y no de los intereses de los demás».
La escalada no es solo comercial: es una prueba de fuerza geopolítica, con ecos en la política interna brasileña y en la sombra alargada de los escándalos de corrupción que han marcado la carrera de Lula.
El detonante fue una carta de Trump al gobierno brasileño en la que justificó los aranceles por una supuesta «caza de brujas» contra el expresidente Jair Bolsonaro, actualmente juzgado por presunta tentativa golpista.
Trump, que mantiene una relación pública con Bolsonaro, insiste en que Brasil «cambie de rumbo» y «deje de atacar» a su aliado.
Lula calificó la medida de «chantaje inaceptable» y aseguró que protegerá la economía nacional. La respuesta brasileña no se hizo esperar: el lunes 14 de julio, Lula firmó un decreto que regula la Ley de Reciprocidad, aprobada en mayo por el Congreso, que permite al país responder con medidas proporcionales si EE.UU. aplica los aranceles anunciados.
Antecedentes: De la geopolítica a la política interna
La crisis actual tiene raíces profundas. Desde su regreso al poder, Lula ha buscado reposicionar a Brasil en el escenario global, acercándose al bloque BRICS (China, Rusia, India, Sudáfrica) y distanciándose del tradicional alineamiento con Washington. Este giro irritó a la administración Trump, que ya en su primer mandato mostró preferencia por gobiernos afines ideológicamente, como el de Bolsonaro. La decisión arancelaria llega en un momento en que Brasil se prepara para las elecciones presidenciales de 2026 y Bolsonaro, aunque inhabilitado electoralmente hasta 2030, sigue siendo la principal figura de la derecha.
El conflicto judicial contra Bolsonaro es clave. Trump lo considera una persecución política y ha convertido el caso en bandera de su política exterior hacia Brasil. El diputado Eduardo Bolsonaro, hijo del expresidente, se instaló en EE.UU. para hacer lobby a favor de su padre y presionar a las autoridades brasileñas. Lula, por su parte, responsabiliza directamente a Bolsonaro del conflicto: «El expresidente debería asumir su responsabilidad porque está de acuerdo con los gravámenes de Trump. De hecho, su hijo viajó allí para influir en la cabeza de Trump».
Impacto económico y respuestas
El arancel del 50% afectaría directamente a sectores estratégicos:
- Industria aeronáutica: Embraer depende fuertemente del mercado estadounidense y componentes importados.
- Calzado: El sector ya reporta cancelaciones de pedidos y riesgo para miles empleos.
- Hierro: El 85% del hierro brasileño exportado va a EE.UU., sin mercado alternativo inmediato.
Brasil exportó el año pasado unos 40.000 millones de dólares a EE.UU., el 12% del total nacional. Las importaciones desde EE.UU. fueron similares, lo que desmiente el argumento de Trump sobre un supuesto superávit brasileño. El gobierno brasileño ha enviado cartas a las autoridades estadounidenses pidiendo diálogo, pero hasta ahora no ha recibido respuesta oficial.
Corrupción y pecados políticos: El telón de fondo
La figura de Lula no está exenta de controversias domésticas. Su trayectoria está marcada por acusaciones graves: fue condenado por corrupción y lavado de dinero en el marco del caso Lava Jato, aunque luego el Supremo Tribunal Federal anuló las sentencias por falta de imparcialidad del juez Sergio Moro. Aun así, el desgaste político persiste y sus adversarios lo señalan como un líder con un historial opaco.
En este contexto, la crisis con EE.UU. permite a Lula apelar al nacionalismo y presentarse como defensor de la soberanía frente a injerencias extranjeras. Sin embargo, algunos analistas ven también una estrategia para distraer la atención sobre problemas internos, como la lentitud en las reformas económicas o las tensiones dentro del propio Partido dos Trabalhadores (PT). La corrupción sigue siendo un tema sensible: aunque Lula insiste en la autonomía judicial y critica los intentos externos de influir en procesos internos, su gobierno enfrenta críticas por casos recientes de malversación en empresas públicas y contratos opacos.
Evolución posible: Negociación o escalada
Quedan menos tres semanas para que entre en vigor el arancel anunciado por Trump. El gobierno brasileño multiplica reuniones con empresarios exportadores y evalúa opciones:
- Reciprocidad: Si EE.UU. aplica el 50%, Brasil responderá con idéntica medida.
- OMC: Brasil puede llevar el caso ante la Organización Mundial del Comercio.
- Diplomacia: Consultas bilaterales continúan, aunque con escaso margen para el optimismo.
Lula es un negociador experimentado, curtido en el sindicalismo y en crisis internacionales anteriores. Pero esta vez el margen es estrecho: cualquier error puede costarle apoyo interno o dañar aún más la economía. Por otro lado, Trump parece apostar por la confrontación directa para reforzar su base electoral ante las próximas elecciones estadounidenses.
Palabras clave
- Soberanía
- Aranceles
- Corrupción
- Bolsonaro
- BRICS
- Reciprocidad
En síntesis
La crisis entre Brasil y EE.UU. es mucho más que un conflicto comercial: es un pulso geopolítico entre dos modelos opuestos —el multilateralismo pragmático lulista frente al unilateralismo trumpista— y una batalla simbólica por influencia regional. Mientras tanto, los fantasmas domésticos —corrupción, polarización política— siguen presentes y condicionan las opciones tanto para Lula como para Brasil.
En este juego complejo, ni Lula ni Trump pueden permitirse perder prestigio ante sus bases electorales. La próxima semana será clave para saber si prevalece el diálogo o si ambas potencias se encaminan hacia una nueva guerra comercial globalizada —con consecuencias impredecibles para América Latina— mientras los pecados políticos pasados siguen acechando bajo la alfombra institucional.
