Es uno de los suyos.
Sin matices.
De hoz y coz, aunque ahora lo nieguen, fieles al espíritu Judas que siempre embarga a los políticos en problemas.
La historia de José Luis Ábalos en los últimos meses del Congreso de los Diputados parece extraída de una novela de intriga política.
El exministro de Transportes, quien fue número dos de Pedro Sánchez y secretario de Organización del PSOE, mantuvo comunicación constante por WhatsApp con la dirección del Grupo Parlamentario Socialista hasta solo una semana antes de su ingreso en la cárcel de Soto del Real.
Este canal le permitía conocer a qué hora debía desplazarse desde su despacho en la plaza de las Cortes al hemiciclo para votar, además de informarle sobre la postura oficial del PSOE en cada votación. Todo esto ocurrió a pesar de que desde febrero de 2024 —tras el estallido del caso Koldo— había sido expulsado del partido y pasó al Grupo Mixto.
El mecanismo era casi impecable. Ábalos pasaba la mayor parte del día parlamentario en su oficina, lejos de la sede del Grupo Socialista en la Carrera de San Jerónimo. Solo se acercaba al hemiciclo cuando era hora de votar. A través de WhatsApp, solicitaba información sobre el horario exacto de las votaciones —un dato que nunca es fijo y depende del desarrollo de los plenos— y cuál debía ser su posición. Por su parte, el PSOE tenía motivos más que suficientes para mantener esta comunicación: cada voto contaba en una legislatura donde los números son tan frágiles como un cristal.
La disciplina en las votaciones fue casi absoluta. Desde su paso al Grupo Mixto, Ábalos se alineó con el PSOE en el 97,3% de las ocasiones, apoyando prácticamente todas sus votaciones presenciales. Solo en 27 ocasiones se desmarcó respecto a sus excompañeros socialistas, mayoritariamente absteniéndose. Una única excepción resultó crucial: cuando respaldó otorgar la nacionalidad a saharauis nacidos bajo administración española en una proposición legislativa presentada por Sumar. En esa ocasión, el PSOE votó en contra, y Ábalos fue el único que se atrevió a romper filas. Esa fue la única votación que el partido llegó a perder debido a su disidencia.
La bomba de relojería que explotó
Lo que comenzó como una coordinación silenciosa y casi imperceptible en los pasillos del Congreso dio paso a una crisis abierta cuando Ábalos cambió drásticamente su estrategia semanas antes de ser encarcelado. Desde octubre de 2024, cuando la Fiscalía Anticorrupción solicitó investigarlo, su comportamiento parlamentario dio un giro notable. Y tras ser imputado por el Tribunal Supremo en noviembre, la situación se volvió explosiva.
Una semana antes de ingresar en prisión, Ábalos intensificó sus ataques contra el PSOE con precisión casi quirúrgica. El lunes registró varias preguntas dirigidas al ministro de Transportes, Óscar Puente, indagando sobre supuestos amaños relacionados con el Puerto de Valencia. Al día siguiente, apenas un día antes de comparecer ante el juez, confirmó en X lo publicado por El Español sobre una reunión secreta entre Pedro Sánchez, Santos Cerdán y el líder de Bildu, Arnaldo Otegi. «Me lo contaron fuentes presenciales», aseguró en la red social, convirtiendo un rumor hasta entonces vago en información concreta.
Después de que el juez decretara su ingreso en prisión sin fianza, Ábalos concedió una entrevista a ‘El Mundo’ donde afirmó que si se investigaba el rescate a Air Europa se podía «llegar bien llegado» a Begoña Gómez, esposa del presidente. Incluso desde la cárcel, su cuenta en X continuaba activa bajo el título «En nombre de Ábalos», proclamando su inocencia y asegurando que estaba encarcelado «porque así lo ha decidido el sistema».

La respuesta del PSOE: de la defensa al ataque
El PSOE reaccionó inicialmente con una estrategia defensiva que rápidamente se tornó en un ataque directo. Las fuentes consultadas dentro del partido tras el ingreso de Ábalos fueron contundentes: «Lo de Ábalos está llorado. Que hable», afirmaron con frialdad señalando así la ruptura definitiva. En público, las declaraciones fueron aún más incisivas. La portavoz ejecutiva Montse Mínguez y la vicesecretaria general María Jesús Montero reiteraron con precisión milimétrica el argumentario oficial: el PSOE «no se va a dejar chantajear por nadie» y todo lo dicho por Ábalos eran «falsedades».
María Jesús Montero fue especialmente incisiva al referirse a los mensajes publicados por Ábalos confirmando la reunión con Otegi. «No nos vamos a dejar chantajear por las mentiras que pueda difundir el exministro como parte de su defensa», declaró, usando “mentiras” como un arma arrojadiza. Mientras tanto, Montse Mínguez no dudó en ser aún más explícita ante las amenazas lanzadas por Ábalos desde prisión sobre “tirar de la manta”: «No nos vamos a dejar chantajear por nadie ni por bulos». Desde las filas socialistas lo acusaban abiertamente de usar «difamaciones» para intentar evadir su responsabilidad ante la Justicia.
Los calificativos no tardaron en multiplicarse entre filtraciones y declaraciones públicas. Fuentes gubernamentales y socialistas describían a Ábalos como «deleznable» y «peligroso», añadiendo un toque irónico al criticar los aplausos que recibía ahora desde la derecha. Dirigentes socialistas lo tildaban incluso como “indecente” y “sinvergüenza” durante ruedas informativas. Era un lenguaje claro: reflejaba una ruptura total y negaba cualquier vínculo con quien había sido durante años uno de los pilares fundamentales del presidente.
El cálculo político de la suspensión
El ingreso carcelario de Ábalos ha tenido efectos inmediatos sobre las cuentas parlamentarias del PSOE. Su escaño permanece vacío aunque sigue registrado a su nombre. Según establece el artículo 21.2 del Reglamento del Congreso, la Presidencia —bajo control de Francina Armengol— remitió notificación para aprobar oficialmente su suspensión. Esto implica que Ábalos no podrá votar ni participar activamente en ninguna actividad parlamentaria; no formará parte ni podrá beneficiarse económicamente del grupo político al cual pertenecía anteriormente. Aunque esté suspendido, mantiene formalmente su condición como diputado.
La pérdida representativa supone un golpe político tangible para Sánchez. Durante meses, Ábalos había sido un voto cautivo dentro una legislatura donde cada decisión cuenta sobremanera. Aunque ahora esté fuera del PSOE, había mostrado una disciplina casi perfecta durante sus intervenciones previas; ahora esa pieza clave ya no está disponible sobre el tablero político. El PSOE ha tenido que aceptar internamente que ver entrar a Ábalos custodiado hacia un furgón policial es un “duro golpe” para ellos como formación política; incluso reconocieron que consideraban al exministro como una “bomba reloj”, conscientes del potencial daño que podría causar si decidiera hacer uso información sensible acumulada durante años como miembro leal al partido.
Los WhatsApp que revelaron el control absoluto
La verdadera dimensión del vínculo entre Sánchez y Ábalos salió a luz cuando El Mundo hizo públicos mensajes intercambiados vía WhatsApp entre 2020 y 2021 —cuando Ábalos ocupaba aún el cargo secretario Organización— revelando algo más profundo que simples gestiones sobre votos: evidenciaron un sistema riguroso para controlar cualquier disidencia interna dentro del PSOE. «Hay que seguir marcándoles», escribía Sánchez dirigiéndose a Ábalos el 15 noviembre 2020 sobre ciertos barones socialistas críticos; les recordaba lo insignificantes que eran dentro estructura general: “Deben ser conscientes e hipócritas; hacen lo quieren mientras exigen lo imposible”.
Ábalos era quien ejecutaba estas instrucciones; Sánchez le pedía comunicarse con líderes autonómicos como Javier Lambán (Aragón), Emiliano García-Page (Castilla-La Mancha), Guillermo Fernández Vara (Extremadura) o Ximo Puig (Comunidad Valenciana) buscando así asegurar posturas uniformes dentro del partido ante decisiones polémicas como pactar con Bildu o indultar líderes independentistas catalanes; estos mensajes mostraban cómo se gestionaban discrepancias mientras algunos barones expresaban malestar ante falta libertad para opinar abiertamente dentro PSOE.
