Mis aplausos debieron oírse en la Casa Blanca, aunque ya se rumoreaba desde el inicio de la epidemia de Covid-19, tras descubrir los múltiples chanchullos que la Organización Mundial de la Salud esconde bajo sus malolientes alfombras. Donald Trump ha anunciado oficialmente que le retira la colaboración económica a la OMS. Será en 2021, una vez cumplido el plazo estipulado. Al candidato demócrata, Joe Biden, le faltó tiempo para decir que si gana las elecciones, la decisión no se llevará a efecto. Todos los estados deberían abandonar la OMS. Una institución como la ONU no tiene cabida en una sociedad futura transparente, dirigida al bien y lo justo.
Hasta hace no mucho tiempo, cualquier consigna que viniera de la Organización Mundial de la Salud era incuestionable, tanto por las instituciones como por el ciudadano en general. Aún no eran del dominio público los negocios turbios y la lucha de intereses de esta entidad, que nació para velar por la salud de los ciudadanos del mundo. Puede ser –aunque tenemos nuestras dudas— que esta consigna se haya cumplido en sus inicios, pero, en la actualidad, ciertamente no. Lo que antes sabían unos pocos y otros sospechábamos es casi de dominio público: la Organización Mundial de la Salud, a imitación de su nodriza, la sacratísima ONU, es uno de los organismos más corruptos del mundo. Y ante esto no podemos permanecer impasibles. Porque aquí no se trata de las prevaricaciones y cohechos a los que tan acostumbrados nos tienen los políticos, sino de algo tan serio como la salud de los seres humanos y el planeta en su conjunto, con su flora y fauna.
El gran problema de la OMS es que, poco a poco, se ha ido separando de sus propósitos iniciales. Esto suele ocurrir cuando anda el dinero de por medio comprando voluntades. Al principio, la entidad era financiada por los 194 países integrantes, como así determinan sus estatutos. Cada nación aportaba una cuota fija obligatoria, proporcional a su renta per cápita, pero, según las propias fuentes de la OMS, esa aportación se ha ido quedando escasa para asumir todos los gastos –gastos de reuniones, convenciones, cumbres, viajes, banquetes, propaganda, y todo tipo de lujos de sus funcionarios—. Lo mismo ocurre con la FAO, la UNESCO y el resto de organismos.
El grave problema de la OMS es que se ha ido privatizando y, en la actualidad, depende de donaciones de fundaciones privadas y de la gran industria farmacéutica. Bill Gates, el magnate de los virus, las vacunas y los chips –que se ha puesto de moda en esta epidemia del Sars-Cov-2—, a través de su fundación, Bill & Melinda Gates, es quien más aporta a la OMS; no por filantropía, sino por sus propios intereses de controlar la población y dominar el mundo. Entre él, Soros y algún que otro personaje siniestro luchan ahora por el poder mundial tras la muerte de David Rockefeller en 2017, con 101años.
Entre las farmacéuticas que contribuyen con mayores aportaciones a la Organización Mundial de la Salud cabe citar a GlaxoSmithKline, Novartis, Sanofi Pasteur, Merck y Gavi, la alianza para las vacunas de Gates. Estas multinacionales son, en definitiva, las que deciden qué programas se financian con su dinero. Así, la Fundación Bill & Melinda Gates patrocina solo los proyectos en los que Bill Gates tiene intereses.
Sorprendentemente, Gavi, la empresa fabricante de las vacunas con nanochips del proyecto ID2020 –identificación 2020— acaba de recibir el premio Princesa de Asturias a la Cooperación Internacional, premio que hace pareja con el recibido en 2006 la Fundación Bill & Melinda Gates, en esa ocasión, el Príncipe de Asturias. Cuestión de sexos, pero la misma incongruencia, que nos vuelve descreídos y nos hace dudar de todo cuanto nos cuentan y venden. Todo está camuflado bajo disfraces engañosos.
Germán Velasques, que fue durante dos décadas director del Secretariado para la Salud Pública, la Innovación y la Propiedad Intelectual —una de las áreas más importantes de la OMS—, denuncia que “ya no se trabaja nada sobre el programa de uso racional de los medicamentos”. Un consumo racional no interesa a la gran industria farmacéutica; muy al contrario, una ingesta masiva y descontrolada favorece sus dividendos, que es lo que realmente les importa, aunque constituya un grave problema de salud pública.
Espero que Donald Trump gane las elecciones y haga efectiva su promesa de abandonar la OMS. Eso deberíamos hacer todas las naciones decentes. Nuestra salud y nuestras vidas merecen estar en mejores manos.