Aprovechando la peste china y la tendencia totalitaria de algunos políticos, muchos avispados comerciantes están incorporando las últimas tecnologías para que los partidarios de la dictadura puedan controlar mejor a la población y hacer de su capa un sayo.
A Moncloa están llegando estos días innumerables ofertas de mascarillas que agregan un micrófono secreto, ultrasensible e inalámbrico conectado por wifi a Internet (ojo, equipo especial de Moncloa, es noticia falsa) para que el Comité contra la desinformación que capitanean el consultor político y licenciado en Humanidades y Comunicación por Deusto Iván Redondo Bacaicoa y el periodista (¿periodista?) y licenciado en Ciencias de la Información Miguel Ángel Oliver Fernández, pueda cumplir mejor con el mandato presidencial de combatir “la difusión deliberada, a gran escala y sistemática, de desinformación, que persigue influir en la sociedad con fines interesados y espurios”. O, como ha dicho con toda claridad nuestra gran ministra de Asuntos Exteriores, Arancha González Laya: “Aquí no se trata de limitar la libertad de expresión, pero sí se trata de limitar el que se puedan vehicular falsedades a través de los medios de comunicación que falsean el debate público, que manipulan a nuestra población y que pueden causar un gran quebranto a nuestra democracia”.
Y los probos funcionarios no dan abasto analizando el producto, comprobando su eficacia y valorando el precio para ponerlo cuanto antes en el mercado y que se venda como rosquillas en cualquier establecimiento, con IVA cero (excepto los de Hermes, Loewe, Vuitton,Chanel, Hermés, Gucci, Cartier, Dior, por ser de lujo) y como eficaz herramienta contra la pandemia. A su vez, diversos departamentos del Ejecutivo de nuestro dilecto líder Pedro Sánchez Pérez-Castejón están redactando decretos leyes a cascaporrillo para que la mascarilla, también denominada bozal, sea de uso obligatorio dentro y fuera de casa, andando por la calle, aunque esté en el desierto de Tabernas, y en cualquier recinto público o privado, así como para subvencionar con recursos económicos de la Unión Europea (UE) el despliegue masivo e inmediato del 5G en toda España, con el fin de que las conversaciones de los ciudadanos lleguen a Redondo y Oliver en tiempo real, con nitidez y en cantidades ingentes.
Las mascarillas con esta tecnología son variadas y atractivas para todos los públicos. Así, están las de tonos discretos y sin dibujo, las más coloristas y con algún aditamento, sea una frase, una figurita, una bandera; las que pregonan la diversidad racial, sexual, cultural, biológica; las que reclaman la revolución, el aprobado general, el fin de los impuestos y las subvenciones a go go; las que exigen vivienda, calefacción, agua, comunicaciones, comida y transporte gratis para todos; las que resaltan a los veganos y a los animalistas que se oponen a que el gallo aparee a la gallina; las que reclaman la abolición de las fronteras y de los controles, la desaparición de la policía y la clausura de las cárceles; y, en fin, el salario mínimo universal y suficiente desde que se nace y hasta que se muere de manera natural, por accidente o por eutanasia activa.
En paralelo, una sección ad hoc de Redondo y Oliver, establecida en el Edificio Semillas, sito en el Complejo de la Moncloa, está perfilando nuevos eslóganes que satisfagan y atraigan a las miles de minorías que componen la mayoritaria y pastueña sociedad para que nadie se quede atrás. Mientras, otro departamento ensaya secretamente, en colaboración con expertos, nuevas mutaciones del Covid-19 para que el bicho chino no desaparezca y el dúo Sánchez-Iglesias pueda convertir en permanente el uso del bozal y el confinamiento por zonas, según convenga para los nobles fines de proteger la salud de los españoles, cueste lo que cueste y porque “esta batalla la vamos a ganar con la colaboración y el esfuerzo de todos”
