EL ABORTO ES LA HERENCIA DEL SIGLO XX DE LOS REGÍMENES ATEOS/LAICISTAS

El aborto es un problema filosófico, biológico, político, jurídico y moral

El aborto es un problema filosófico, biológico, político, jurídico y moral

Interrumpir voluntariamente el embarazo es abortar, aunque el eufemismo parezca quitarle aspereza. Abortar es asesinar, aunque determinadas leyes, gestadas en parlamentos irresponsables, lo hayan hecho legal de un plumazo. Abortar no es progresista por mucho que los que así se denominan digan lo contrario. Todas las constituciones y leyes sobre derechos humanos coinciden en postular que todo individuo tiene derecho a una vida digna. El aserto no tiene discusión y así se repite y reivindica continuamente. En cambio, si ese derecho se defiende desde el momento mismo de la concepción, surgen los disidentes que cuestionan el comienzo de la vida humana, con definiciones científicas sobre el cigoto, el preembrión, la mórula o el blastocisto, argumentando sobre sobre la ley, la ciencia o el momento a partir del cual el feto es viable. Yo prefiero llamarle niño a secas, es decir, ser humano independiente compuesto de un alma inmortal y de un cuerpo al que solo hay que darle tiempo. Se trata, simplemente, de una etapa en la línea de la vida; la primera fase sin la cual no pueden ser posibles las demás. Por eso, en el aborto no puede haber excepciones.

Algunos sectores tildan de retrógrados a quienes defendemos la vida humana desde el instante de la concepción hasta la muerte natural. Arguyen que es una cuestión religiosa, arguyen, sobre todo al referirse a los cristianos. A esto hay que decir que cuando el cristianismo aún no se había instaurado, ya Hipócrates, considerado el padre de la medicina, condenaba el aborto, y actualmente existen activistas ateos que defienden la vida, por no hablar del propio Ghandi, icono de tantos progresistas. Más que una cuestión religiosa es un problema filosófico, biológico, político, jurídico y moral.

Los colectivos antivida han ido tomando posiciones en todo el mundo. Su misión es manipular a la sociedad –sobre todo a las mujeres, diciéndonos que tenemos derecho a decidir sobre nuestro cuerpo— y ejercer presión sobre los políticos para obligarles a aprobar leyes que despenalicen el aborto. Para ello se valen de datos falsos y de encuestas fraudulentas. Así han hecho en Estados Unidos, confesado por el propio doctor Bernard Nathanson, apodado “el rey del aborto”, después de arrepentirse de todos sus crímenes.

El aborto es la herencia del siglo XX de los regímenes ateos, una extrapolación de la ideología nazi y siempre ha formado parte de la agenda de las feministas herederas de los ideólogos eugenésicos de tiempos pasados. En los últimos años, con la implantación de la “ideología de género” esta reivindicación se ha radicalizado y prácticamente todos los países han elaborado leyes para legalizar el aborto. No solo eso, sino que defender la vida y asesorar sobre el crimen nefando del aborto se está convirtiendo en una ilegalidad, y lo mismo la objeción de conciencia, como derecho del personal sanitario.

Las “leyes del aborto” se venden como grandes avances sociales. Conceptos como libertad, igualdad, derecho al propio cuerpo o derecho a decidir son tratados, a menudo, con frivolidad, con el fin de presentarlos en forma de programa para liberar a la mujer de una maternidad no deseada.

Los defensores del aborto argumentan que la mujer tiene derecho a decidir sobre su cuerpo e incluyen como suyo propio el cuerpecito del niño que se está formando en sus entrañas; un nuevo ser, independiente, al que la cultura de la muerte denomina “conjunto de células”, “tejido sin forma”, “coágulo” o “quiste”.

Las mujeres que abortan, más que culpables, son víctimas de una sociedad que trivializa todo lo sagrado, donde, incluso, personas de bien se han acostumbrado a contemplar el aborto como una cosa más del modernismo. Nuestra sociedad está anestesiada y se ha vuelto necia, permisiva, sin capacidad para discernir, y muy perezosa para defender su herencia milenaria. Resulta preocupante la superficialidad con que se habla del aborto en la calle, en el cine y en los medios de comunicación. Resulta preocupante también que en las sociedades del bienestar el derecho acabe estrangulando la moral y usurpando su puesto.

No quiero culpar a las mujeres, que desconocedoras de cómo se desarrolla el ser vivo que llevan dentro, e ignorantes también de los efectos indeseables que el aborto genera en ellas, se entregan a los aborteros de cureta, la mayor parte de las veces mal aconsejadas por psicólogos perversos u otros profesionales, cuyo fin no es otro que engrosar su cuenta corriente con los cheques ensangrentados de las pobres víctimas. Tampoco culpo a aquellas que, sabiéndolo, creen estar utilizando su derecho a la libertad individual, esa “libertad perversa” a la que aludía Juan Pablo II, que exalta al individuo sin una gota de generosidad y servicio a los demás.

El aborto mueve miles de millones al año, muchos procedentes de nuestros impuestos. Pero, cuestiones económicas aparte, el aborto destruye el don sagrado de la maternidad. La mayoría de las madres que abortan, sea cual sea su edad, no disponen de la información suficiente para conocer la trascendencia del hecho. Si conocieran las investigaciones que existen a este respecto casi me atrevo a asegurar que se replantearían su anomia moral.

Los testimonios gráficos que presento en el libro Déjame nacer. El aborto no es un derecho, les estremecerán, les harán llorar y, en algunos casos, sentirse culpables. Todos somos culpables del silencio. Pero estoy segura de que marcarán un antes y un después en su manera de ver el aborto. La sociedad de hoy contempla el aborto con  dejadez, prueba de la crisis moral que vivimos, que nos hace incapaces de discernir entre el bien y el mal.

Es urgente que desde el periodismo, la educación, la religión, la ética o la antropología se incida en el horror que supone el aborto en una sociedad que tanto presume de defender los derechos humanos.

Estas palabras son un granito de arena en la labor de sacar a la luz todo lo que se esconde detrás de esta multinacional del mal, que si no le hacemos frente, acabará instalándose en nuestra sociedad arrebatándonos lo más genuino de nosotros mismos.

NOTA:

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Autor

Magdalena del Amo

Periodista, escritora y editora, especialista en el Nuevo Orden Mundial y en la “Ideología de género”. En la actualidad es directora de La Regla de Oro Ediciones.

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