En la situación de paralización en que se encuentra nuestro país, la izquierda, como de costumbre, sigue situándose en un plano de superioridad ética y moral, responsabilizando de lo que pasa a los que no opinan como ellos.
No debe extrañarnos esta postura, pues desde siempre, y cada vez con mayor énfasis, es la que han adoptado. En cuanto creen tener ocasión, incluso con frecuencia sin venir a cuento, inducidos por su deseo del bienestar de los ciudadanos, ya están bombardeándolo con lecciones gratuitas, por su bien, claro está.
Actualmente, en esas maniobras, tienen la inestimable ayuda de muchos medios de comunicación, tanto prensa como televisión, que lo único que les preocupa es vender ejemplares o aumentar la audiencia, y saben muy bien que la mejor manera de conseguirlo es el sensacionalismo y crear controversias, aunque sean basadas en falsedades.
Inevitablemente lo primero que pensamos es que la izquierda, que tanto dice preocuparse por el pueblo, debería conocerlo un poco mejor; así sabría de un viejo dicho de mismo que expresa una gran verdad, “dime de lo que presumes y te diré de lo que careces”.
Si se aplican la anterior máxima, fruto de la sabiduría popular, no quedan en muy buen lugar, lo que indudablemente se confirma si damos un repaso a sus actuaciones.
Hace más de dos centenares de años, un hombre que en su momento representó el máximo del progresismo, Maximilien Robespierre, manifestó: “el gobierno en una revolución es el despotismo de la libertad contra la tiranía”. Es curioso este pensamiento que enaltece el despotismo, cuando sabemos que la frase, ya clásica, que mejor expresa la idea que subyace en este último es “todo para el pueblo, nada para el pueblo”, que en definitiva, solo es manifestación de un pensar que en verdad aún subsiste desgraciadamente. Nosotros, como somos superiores ética y moralmente, le daremos al pueblo ignorante lo que determinamos que necesita, no nos hace falta preguntarle nada, nuestra ética y moral nos lo indica.
Los regímenes izquierdistas, cuanto más acentuados, más han seguido las pautas anteriores. Ejemplos clásicos son el estalinismo y el maoísmo; el cuadro dirigente sabía lo que necesitaba el pueblo (aunque nunca le preguntó nada), y el tratar de conseguirlo, infructuosamente, se saldó con millones de muertos. Lógicamente quien se atrevía a discrepar era un enemigo social, que debía ser aniquilado sin contemplaciones.
En la actualidad aún hay gobiernos de esas características, y en algunas sociedades, como la nuestra, hay grupos que pretenden implantarlo. Como “solo ven la paja en el ojo ajeno”, y ellos son puros e inmaculados, están continuamente echando la culpa de todos los males a los demás. Incluso nos repiten machaconamente, parece que con ello se regocijan, lo condenable que hicieron sus contrarios, pero se olvidan de lo similar o peor que hicieron ellos. Nos recuerdan hasta la saciedad el bombardeo de Guernica y el fusilamiento de las trece rosas, pero aún no se han enterado del bombardeo de Cabra y de la violación y asesinato de bastantes más monjas en la capital.
Ahora mismo las ansias de figurar de una persona, que miente cuanto quiere y manifiesta una total falta de educación al hacer esperar casi una hora al Jefe del Estado, tienen paralizado al país. Debía instruirse un poco y tomar nota de otro pensamiento del revolucionario francés citado. “hay algunos hombres útiles, pero ninguno es imprescindible, solo el pueblo es inmortal».