Un poeta escribió que hay tres cosas que cada persona debería hacer antes de morir: Plantar un árbol, tener un hijo, y escribir un libro.
Yo he cubierto con creces las tres cosas; pero no por cumplir con el tópico, no; las he hecho, especialmente la de tener hijos, por amor, con amor, y desde el amor.
Sin embargo, puede parecer que buscamos nuestra propia inmortalidad en las obras que dejamos en este mundo, como si nuestro viejo mundo fuese eterno e inmortal, y no tuviese fecha de caducidad.
Y así dejamos como legado, obras buenas, obras malas, y, a veces, obras terribles, sin darnos cuenta de que lo que hagamos, o dejemos de hacer aquí, desaparecerá el día que, con nuestra ayuda o sin ella, este mundo muera, como muere todo lo material, y el mundo lo es.
Pero lo que no desaparecerá será nuestra responsabilidad por las obras hechas, que será la que sentenciará nuestro destino, asignando el tipo de asiento que ocuparemos en ese tren llamado Eternidad.

