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Mi mala experiencia con Ana de Armas o cómo separar al artista de su obra

Mi mala experiencia con Ana de Armas o cómo separar al artista de su obra

Ana de Armas es una estrella, con sus más y sus menos. O no.

Sólo he coincidido con Ana de Armas una vez en la vida. Fue en el 2011 durante una rueda de prensa para promocionar la segunda temporada de’ Hispania’, serie de Antena3 en la que la actriz que se había hecho popular con ‘El Internado’ tenía un papel principal.

Confieso que, ese día, la intérprete cubana me pareció borde y desagradable. Y, lo siento muchísimo, desde ese momento le cogí manía.

El trabajo de un crítico no es opinar si no argumentar, por lo que he intentado siempre separar mis prejuicios de la obra.

La carrera de Ana de Armas no me llamó la atención hasta que empezó a destacar en Hollywood pero intenté esquivarla. Prefería no hablar de ella. Además, no ha hecho televisión desde que se fue de España así que no era ‘asunto mío’.

Pero acabo de ver ‘Blonde’ en Netflix y tengo que rendirme a los pies de esta señora. Hacía mucho que una interpretación no me removía tanto.

Que un intérprete consiga triunfar a pesar de una película y un director que quieren eclipsarla es alucinante.

He odiado y amado ‘Blonde’ a partes iguales. Cuando pensaba que era un tratado misógino disfrazado de panfleto feminista, la película cambiaba radicalmente de tercio. Es un filme tan brillante como vulgar. Antiabortista pero, a la vez, un alegato por los derechos de las mujeres.  Da igual. No he venido aquí a hacer una crítica cinematográfica. ‘Blonde’ es Ana de Armas aunque no me caiga bien ( o no me caía).

Estoy tan flipado con lo que ha hecho esta mujer poniéndose en la piel de Marilyn Monroe que me ha hecho pensar en los prejuicios y en la humanidad de nuestros ídolos.

Tendemos a divinizar a los famosos. O son ángeles o son demonios. No hay término medio. Los vemos como símbolos de lo queremos ser o de lo que aborrecemos.

Apunte: ni los ángeles ni los demonios existen (que yo se sepa). Las ‘estrellas’ son seres humanos; pueden tener un mal día o ser unos engreídos insoportables pero, aún así, unos genios.

El juicio, al final, es nuestro. Hay celebrities a las que les perdonamos cualquier cosa y otras a las que no. Confieso: Harvey Weinstein es un depredador sexual juzgado pero no por ello dejo de ver las películas maravillisosas que produjo en los 90. Lo mismo me pasa con Joss Whedon , que sí, que debe ser jefe despótico y maltratador pero ‘Buffy, cazavampiros’ sigue siendo una de mis series favoritas.

Pero, en el lado contrario, ya no puedo leer a Vargas Llosa (por su ideología y su prepotencia pública) o a Antonio Machado (después de descubrir que se casó con una niña de 16 años).

Lo que quiero decir es que, al final, lo de separar al autor de su obra tiene que ver más con el espectador que con el artista. Son nuestros prejuicios los que hablan.

No me gustó Ana de Armas cuando la conocí pero ahora, abrumado por su arte, no puedo hacer otra cosa que rendirle pleitesía. Puede que ambas cosas estén fuera de lugar (lo de odiarla u amarla sin conocerla) pero eso es, al fin y al cabo, el arte: una ilusión, un sueño y un juicio precipitado.

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Autor

Sergio Espí

Sergio Espí, guionista y crítico de televisión de Periodista Digital, responsable de la sección 3segundos.

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