La fiesta de los toros está desapareciendo en España con rapidez, y con ella se van las expresiones artísticas que la cobijaban, pintura, música y su florida y pastoril poesía, igual que su prosa y teatro, y desde el siglo XX, cine y televisión.
Mientras se espera que el Tribunal Constitucional anuncie su sentencia ya acordada que anula la prohibición de los toros legislada hace seis años por el Parlamento de Cataluña, la observación de la realidad permite aventurar que poco cambiará la situación, porque el espectáculo está muriendo por falta de aficionados.
La prohibición catalana fue menos por defender al animal que para enfrentarse a un espectáculo tachado de “español”, entendiendo ese sustantivo como adjetivo peyorativo de los separatistas contra ellos mismos o como el fallecido proterrosista vasco, Jon Idígoras, antiguo novillero.
O como los “abertzales” radicales de Azpeitia, Loyola o Zumárraga, que defienden los toros como algo más vasco que la txalaparta y que copiaron los españoles, por lo que se oponen a su prohibición…
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