Observar el juicio del caso Gürtel o su variante del desfalco del PP en Valencia, o su contraparte de los ERE y demás estafas socialistas en Andalucía, es como vivir día y noche y eternamente en un balcón de Sevilla viendo pasar penitentes a los que les dan latigazos en esa inacabable Semana Santa.
En otro país europeo se celebrarían esos juicios sin mayor boato, se enviaría a la cárcel a los culpables, y a otra cosa, pero aquí el espectáculo es cotidiano, incansable desde hace una década, cuando comenzaron a descubrirse las mayores lacras de la corrupción.
Obsérvese que siempre es la misma y casi única noticia con pequeños añadidos día tras día. Como hace diez años seguimos tras los imperecederos Correa, Bárcenas, Bigotes, Rato y demás, sin que se produzca nada nuevo sobre lo sabido al principio.
Noticia es lo nuevo. Pero algunos programas de televisión dirigidos por los inquisidores contemporáneos nos incitan a organizar inacabables autos de fe con los penados de siempre. Se trata de indignar al pueblo para que su parte más irritable, unida a la chusma, lo destruya todo: así nació Podemos…
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