Frente a un país respetado por su unidad en la UE, Latinoamérica y en el resto del mundo, Pedro Sánchez reconoció que había elaborado un plan demoledor con un gobierno de coalición PSOE, Podemos, y derechas e izquierdas separatistas, que le había ocultado a los españoles.
Cataluña y Euskadi serían naciones, lo que haría que las demás autonomías exigieran ser pequeños taifas, cantones que acabarían matándose por conflictos territoriales y culturales.
Se proponía, pues, romper la unidad de España diluyéndola debilitada, como “nación de naciones”.
Un ingenuo concepto inexistente en el resto del mundo que alimenta además la ambición yihadista de dominar el posible pseudo-Estado resultante, para restablecer Al-Andalus.
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