La imagen del nuevo papa, León XIV, saludando al mundo desde la logia central de la Basílica de San Pedro, ha dado la vuelta al planeta.
Pero hay un detalle que ha pasado desapercibido para muchos: sobre su pecho cuelga una cruz pectoral cargada de historia y simbolismo, que contiene una diminuta reliquia de un obispo español fusilado y quemado por los republicanos en Cataluña al final de la Guerra Civil.
Una historia que mezcla tragedia, fe, memoria y hasta algunas anécdotas sorprendentes.
Un mártir agustino en la cruz del papa
La reliquia que acompaña cada día al Pontífice pertenece al beato Anselmo Polanco, obispo de Teruel y miembro de la Orden de San Agustín. Fue nombrado obispo en 1935, en los convulsos años previos a la Guerra Civil española. Cuando la contienda estalló, Polanco se mantuvo firme junto a su pueblo, advirtiendo sobre el peligro inminente: “Mientras quede una sola alma en mi diócesis, me quedaré”. No huyó cuando tuvo ocasión, pese a saber el riesgo que corría.
En 1938, tras la caída de Teruel —ciudad que se había unido a los sublevados— fue capturado por las tropas del Ejército Popular republicano. Durante casi un año fue trasladado de cárcel en cárcel, primero en Valencia, después en Barcelona. Finalmente, en plena retirada republicana hacia Francia, Polanco y otros prisioneros fueron llevados hasta Pont de Molins (Girona), donde el 7 de febrero de 1939 fue fusilado y posteriormente rociado con gasolina y quemado. Su muerte quedó marcada como uno de los episodios más atroces contra el clero durante aquellos años.
El significado de la reliquia
La elección no es casual ni decorativa. La cruz pectoral —regalo personal de los agustinos al entonces cardenal Robert Prevost cuando fue creado cardenal en 2023— contiene varias reliquias vinculadas a la Orden: fragmentos óseos de San Agustín, su madre Santa Mónica, Santo Tomás de Villanueva, el venerable Bartolomeo Menochio y, por supuesto, del propio Anselmo Polanco. Cada una representa diferentes virtudes: fidelidad, reforma, servicio y martirio.
Para León XIV —primer Papa estadounidense y también agustino— portar esta cruz es una declaración silenciosa pero rotunda: la memoria histórica no se borra y la Iglesia sigue honrando a quienes dieron su vida por sus convicciones. El lema episcopal del Pontífice, In Illo uno unum (“En Uno somos uno”), subraya esa vocación a la unidad incluso en tiempos convulsos.
Curiosidades y datos locos
- El propio Papa León XIV ya había visitado el Valle de los Caídos años atrás como joven agustino, participando en peregrinaciones juveniles mucho antes de imaginar siquiera que llegaría al trono pontificio. Hay fotos suyas frente a la Cruz más grande del mundo junto a decenas de jóvenes.
- La cruz pectoral del Papa es un verdadero relicario portátil: cada brazo guarda una reliquia diferente relacionada con santos agustinos. Así que no solo lleva consigo un pedazo tangible del pasado español sino también fragmentos corporales (literalmente) de figuras clave para su espiritualidad personal.
- De los trece obispos asesinados durante la Guerra Civil española, Anselmo Polanco fue el único perteneciente a la Orden agustina. Es decir: no solo fue mártir por su fe sino también representante singular dentro de su congregación.
- Tras su martirio, sus restos acabaron primero dispersos y después recuperados por las autoridades eclesiásticas para reposar finalmente en la catedral de Teruel.
- La cruz no ha cambiado desde que Robert Prevost era cardenal; es decir, es el primer Papa moderno que ha decidido mantener su cruz personal —con reliquias tan potentes— desde antes del cónclave hasta su pontificado. Un gesto poco habitual.
- En un guiño a sus raíces hispanas (la madre del Papa nació en España), León XIV ha reivindicado públicamente el legado espiritual hispano desde el inicio de su pontificado.
Memoria viva e incómoda
Este acto tiene resonancias profundas tanto dentro como fuera de la Iglesia. Para muchos fieles españoles —y especialmente para los descendientes directos o espirituales del clero perseguido durante la Guerra Civil— ver al Papa portar esa reliquia es un recordatorio explícito del precio pagado por muchos religiosos durante uno de los periodos más oscuros del siglo XX.
Algunos sectores consideran este gesto como una llamada “a no olvidar” ni blanquear episodios incómodos para determinados relatos históricos contemporáneos. Para otros, es simplemente una muestra más de cómo los símbolos religiosos pueden convertirse en herramientas poderosas para transmitir mensajes sociales o políticos.
Más allá del símbolo
El caso es que la figura del mártir Anselmo Polanco sigue inspirando debates sobre persecución religiosa, memoria histórica y reconciliación nacional. Su vida —y muerte— han sido reconocidas oficialmente por la Iglesia católica; su testimonio se cita en homilías sobre fortaleza y perdón; incluso aparece representado en películas como Un Dios prohibido, dedicada a otros mártires claretianos contemporáneos.
Ver ahora cómo esa pequeña reliquia viaja colgada del cuello del hombre más influyente del catolicismo mundial añade un capítulo inesperado a una historia ya cargada de dramatismo y significado.
Epílogo abierto
La cruz pectoral con las reliquias no solo acompaña físicamente al papa León XIV; acompaña también simbólicamente su pontificado desde el primer momento. En tiempos donde las identidades colectivas se reescriben casi a diario y las heridas históricas vuelven periódicamente al debate público, el gesto papal es también una invitación silenciosa a mirar atrás sin miedo ni olvido.
Y quién sabe qué otras sorpresas nos reservarán las próximas apariciones públicas del Pontífice… porque si algo demuestra esta historia es que incluso detrás del más discreto detalle litúrgico puede esconderse toda una lección viva sobre memoria, fe y coraje.
