Misioneros por el mundo (I)

Germán Arconada, desde Burundi: de la sangre a la reconciliación

El misionero de los Padres Blancos lleva 30 años en África

Creo que el misionero es un admirador de Dios

La vida del misionero Germán Arconada ha corrido peligro en varias ocasiones. Pertenece a los Misioneros de África, Padres Blancos, nacido en Carrión de los Condes, Palencia, con más de treinta años de labor misionera continuada en Burundi. Actualmente está en Bujumbura, en Tenga, una sucursal de la parroquia de Kinama, en un descampado a unos seis kilómetros de la parroquia. Tenga es conocida por ser el teatro de los más graves enfrentamientos entre la rebelión y el ejército nacional durante 12 años. La mayoría de la gente huyó de la zona en 1993 y 1994 y sólo cuando la paz se afianzó en 2005 la gente empezó a volver.

Germán se ha volcado en cambiar Tenga para que, de ser un lugar de sangre, se convierta en un lugar de reconciliación y encuentro. Precisamente, recordando lo mucho que ha trabajado en Burundi, Germán reflexiona que lo importante no es hacer sino lograr la presencia de Dios en nuestras vidas:

«En nuestro mundo tan secularizado fácilmente medimos al misionero por la cantidad de obras de promoción social que ha podido realizar en un país lejano. Debo confesar que durante mucho tiempo me ha parecido que estas obras de promoción eran lo más importante de mi vida.

Pero un día, a primeros de noviembre de 1993, Dios me tiró del caballo. Estaba con mi amigo Yayo junto al puente del río Ruvyironza. Eran los primeros días de la guerra étnica. De pronto entre las aguas turbias vimos un cadáver mutilado que bajaba por el río. Al poco tiempo otro cadáver también mutilado era arrastrado por el río. La imagen se me quedó gravada como una pregunta acuciante: tantas vidas sesgadas por los odios, tantas escuelas y dispensarios destruidos, ¿qué hemos hecho para que esto no suceda? La respuesta me fue llegando como una convicción, lo más importante es favorecer la conciencia de fraternidad. La construcción de escuelas y dispensarios sólo es evangelizadora si nace de esta fraternidad que brota de la fe en Jesucristo que nos une a todos, africanos y europeos, en un testimonio de amor.

Creo que el misionero es un admirador de Dios. Es un testigo de lo que Dios puede hacer cuando dejamos que Dios actúe en nuestras vidas. Hay muchos errores en el mundo, porque confiamos muy poco en Dios. Hemos creído que el hombre sin Dios puede arreglar los problemas del mundo. El Papa lo dice de una manera tajante en su última encíclica: ‘un humanismo que excluye a Dios es inhumano’. Normal. Dios creó el mundo y ahora excluimos a Dios. Desde Adán seguimos aceptando la trampa satánica de que Dios nos engaña y que hay otras normas que superan los mandatos de Dios. Y Dios es nuestro Padre que mejor nos indica el camino de la felicidad».

OMPress

 

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