Durante la Guerra Civil fueran asesinados trece obispos, 4.184 sacerdotes seculares, 2.365 frailes y unas 300 monjas.

1936: El fusilamiento en directo de 4 ‘nacionales’ en Cataluña

Tres largos años (1936-1939)

El testimonio detallado y conmovedor de un antiguo miliciano que relata con emoción como fusilaron a 4 militares nacionales en el inicio de la Guerra Civil de 1936-39 en la Cataluña republicana.

Francisco Ayala dejó por escrito esa visión de «infinitas» víctimas en su Diálogo de muertos, un relato del año 1939 en el que recogía su estupor por la Guerra Civil.

Años más tarde, otro escritor, José María Gironella, usó otra referencia numérica para trasladar a sus lectores la inmensidad del drama: Un millón de muertos, título que eligió para una novela sobre la guerra.

Los historiadores llevan décadas precisando la cifra de víctimas del conflicto.

Para eso se han valido de recuentos, muchas veces locales y dispersos, en los que se incluyen los caídos en combate y también los represaliados fuera del campo de batalla.

Pero el de la historia no es el único enfoque posible para calcular el impacto sobre la población del conflicto que enfrentó a unos españoles con otros durante tres crudos años.

La demografía, comparando la población que debería de haber tenido España de no haber sufrido el conflicto con las cifras fehacientes de los registros civiles, aporta también sus estimaciones.

Entienden los demógrafos que esa diferencia entre población prevista y población real equivale al «daño» que produjo el conflicto.

Son los «muertos de más» (o, en términos más precisos, el exceso de mortalidad); todos los que no deberían de haber muerto, en circunstancias normales, y también los no nacidos.

Y la cifra es enorme: 540.000 personas.

En esos dígitos se contabilizan no solo los caídos en combate o en las represalias, sino también quienes perecieron por las malas condiciones de vida, la mala salud o la desnutrición; las víctimas en diferido del horror fratricida.

El número también comprende a los más jóvenes.

La mortalidad infantil, según cálculos demográficos actualizados en 2016, aumentó durante la guerra en 18.000 muertes más sobre las esperables, y en 39.000 más si se extiende el cálculo hasta 1942.

LA PERSECUCIÓN RELIGIOSA

La Guerra Civil Española enfrentó a los españoles durante tres largos años (1936-1939).

Las barbaries que se cometieron por parte de ambos bandos están entre las páginas más oscuras, teñidas de sonrojo, de la Historia de España.

Sin embargo, la Ley de Memoria Histórica aprobada durante el Gobierno de Zapatero, y que ha rescatado el Ejecutivo de Pedro Sánchez, parece olvidar buena parte de los agravios cometidos durante los años de contienda.

Pero lo cierto es que los desencuentros de la II República con la Iglesia llegó desde el primer momento. No en vano, desde 1931 y hasta el final de la guerra, el patrimonio eclesiástico menguó de manera considerable en España debido a la destrucción de un total de 20.000 iglesias.

Así las cosas, no es casualidad que durante la Guerra Civil fueran asesinados trece obispos, 4.184 sacerdotes seculares, 2.365 frailes y unas 300 monjas.

De hecho, la ley socialista no reconoce como genocidio las persecuciones religiosas que se produjeron. Las milicias revolucionarias eliminaron, en muchos casos después de terribles torturas y vejaciones físicas y morales, a cerca de 10.000 sacerdotes, religiosos y religiosas.

Su único “delito” fue ser católicos.

Fue por ejemplo el caso del obispo de Jaén, que fue asesinado con su hermana por una miliciana apodada “la Pecosa” ante 2.000 personas, cerca de Madrid.

También en la capital de España se abandonó el cadáver de un jesuita con un letrero colgado del cuello en el que se leía: “Soy un jesuita”.

A los obispos de Guadix y Almería se les obligó a fregar la cubierta del barco prisión ‘Astoy Mendi’ antes de ser asesinados en las cercanías de Málaga. La misma suerte corrió el obispo de Ciudad Real que, tras fusilarle, destruyeron su fichero de 1.200 fichas en la que estaba trabajando.

Así las cosas, España se convirtió en un infierno para los miembros de la Iglesia.

Ocho décadas después, la izquierda ha tratado de lavarse las manos respecto a esta masacre, bajo la excusa de que aquellos actos fueron perpetrados por delincuentes liberados de las cárceles durante la guerra.

Particularmente cruel fue el verano del 36, cuando estalló el conflicto.

Entre julio y agosto de aquel año, fueron asesinaron más de 3.000 personas vinculadas al clero.

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