Muchos cristianos ya están cansados de lavarse en un río que no ya no lleva las aguas cristalinas y puras del comienzo y por eso exigen otro mucho más limpio
(Juan Pablo Somiedo).- Tenemos un nuevo Papa como guía de la cristiandad católica, un Papa con nuevos enfoques y nuevas perspectivas, y quizás, dentro de poco, tengamos un nuevo arzobispo en Madrid.
Poco importa esto. Los hechos, en sí mismos, tienen mucha menos relevancia que los condicionantes, circunstancias y catalizadores que los han hecho posibles. La catarsis ha sido posible gracias no a la reivindicación de unos pocos sectores eclesiales, sino a la degradación e ineficacia alcanzada por la estructura y mantenida los últimos años casi a la desesperada.
La Iglesia ha comenzado su particular Éxodo hacia la tierra prometida. En realidad ese camino no representa otra cosa que la búsqueda de las esencias originales y singulares que se reflejan en el Evangelio. La desafección pública y notoria de algunos planteamientos eclesiales ha pasado de ser un suave rumor fácilmente acallado a convertirse en un clamor en todo Europa y Latinoamérica que día tras día llega a la secretaría de Estado de la Santa Sede en forma de noticias, informaciones e informes. La mayoría de estas informaciones nunca verán la luz pública, solo unas pocas, logran salir.
Bergoglio ya se ha dado cuenta que, dada la coyuntura, no es posible la resurrección sin la muerte. Es más, la muerte es condición posibilitadora de la resurrección. Esto quiere decir, en román paladino, sangre, sudor y lágrimas. Algunos obispos ya lo han entendido y han comenzado a abandonar ciertas posturas para tomar la bandera de otras.
Yo no lo llamaría un «cambio de chaqueta» como sostienen algunos. Simplemente es adaptación. Los obispos más jóvenes no quieren sacrificar su carrera. Pero abrazar este planteamiento teórico debe llevar irremediablemente asociado un modo de vida. Y es ahí donde muchos se estrellan, incapaces de abandonar los hábitos que hasta ahora habían sido usos cotidianos normales y establecidos y que ahora los delatan. Otros, viendo que su carrera, por edad o por otras circunstancias, ya ha llegado a su fin, siguen defendiendo obstinadamente lo indefendible tratando de influir sobre la curia romana.
Fue Heráclito de Éfeso quien escribió: «Nada permanece en el eterno devenir del tiempo» y «Nadie se baña dos veces en el mismo río». Heráclito fue el filósofo del fuego como arjé, el mismo fuego que presidía un infierno muy físico en otro tiempo y muy existencial ahora. Muchos cristianos ya están cansados de lavarse en un río que no ya no lleva las aguas cristalinas y puras del comienzo y por eso exigen otro mucho más limpio.
Quizás la solución al problema externo de la sociedad secularizada y atea, tan cacareada por algunos obispos, se encuentre dentro de la misma Iglesia. Quizás baste con establecer los criterios de convergencia y divergencia adecuados para tornar lo que antes se veía como un obstáculo en una ayuda inestimable. Pero esto va a exigir medidas drásticas que no pueden demorarse por más tiempo. El cambio controlado presidido por Bergoglio no va a estar exento de sacrificios por más que ésta sea la intención del Papa de origen argentino.
Esa tierra prometida suena a algo muy lejano para aquellos dispuestos a echarse al camino y como una utopía para los que no quieren moverse de donde están. Por eso sería de esperar que muchos renunciasen a emprender el camino y otros muchos lo abandonasen una vez comenzado. Pero cuanto más se demoren las decisiones más crecerá la esquizofrenia en aquellos curas (muchos o pocos) que creen y viven en la realidad unas cosas y el domingo deben predicar otras en sus comunidades. ¿Cómo negarle la comunión al hombre que se sienta en los últimos bancos, acompañado de su actual esposa, y que tuvo que divorciarse porque su primera mujer le engañaba con otro?. ¿Cómo decirles a los jóvenes que no deben usar preservativo ni tampoco mantener relaciones antes del matrimonio? ¿Cómo hablar de comunión cuando no se ve esa misma comunión dentro de la propia Iglesia?
Todas estos interrogantes y muchos más necesitan se encauzados en un modelo teológico, doctrinal y pastoral integrador que permita generar respuestas respetando las esencias originales del Evangelio. La Iglesia se juega mucho en esto, quizás se lo juegue todo. Y a Bergoglio se le acaba el poco tiempo del que disponía. Las modificaciones en el IOR y la Curia no van a solucionar estos interrogantes, por más que estos cambios fuesen prioritarios. También pudiera ser que finalmente el Papa optara por hacer lo que Heráclito cuando los efesinos le pidieron que pusiese leyes y, al ver la depravación de la ciudad y su mal gobierno, se retire a su propio templo de Diana, como lo hizo Benedicto XVI antes que él.