Martini no fue, ni quiso ser jamás, un "antipapa", ni el antagonista de Juan Pablo II o de Benedicto XVI
(Jesús Bastante).- Jamás llegó a ser Papa, pero el cardenal Martini fue tratado como tal durante décadas. Y su muerte fue fiel reflejo de la repercusión mediática, política y social que sus palabras y sus gestos tuvieron en vida. Millones de personas en todo el mundo siguieron la retransmisión de su funeral, y más de 200.000 fieles rindieron su último adiós ante su féretro. Algo que sólo es comparable, en los últimos años, con el fallecimiento de Juan Pablo II.
Todos los medios de comunicación dedicaron páginas a la vida, obra y últimos días del que fuera arzobispo de Milán entre 1979 y 2000 y considerado por muchos como una puerta a la esperanza para una Iglesia más progresista y cercana a los gozos y las sombras del momento actual. Especialmente significativa fue la entrevista póstuma que publicó este domingo Il Corriere, en la que Martini denunciaba que la Iglesia llevaba «200 años de retraso» y que «debe reconocer sus errores y adoptar la vía radical del cambio, empezando por el Papa y los obispos».
Le Monde, la BBC, The New York Times, El País, Frankfurter Allgemeine Zeitung, CNN, Al Yazeera… los principales canales de comunicación informaron con profusión de todos los detalles de un emotivo y multitudinario funeral, que contó con la presencia del primer ministro Italiano, Mario Monti, y autoridades de varios países, y con un mensaje expreso de Benedicto XVI al finado, a quien calificó como «un incansable siervo del Evangelio«. Desde todos los rincones de la Tierra llegaron pésames y coronas de flores hasta el Duomo de Milán, constituido durante estos días en «otro» Vaticano.
Evidentemente, Martini no fue, ni quiso ser jamás, un «antipapa», ni el antagonista de Juan Pablo II (fue Wojtyla quien le nombró cardenal, y quien lo designó para la sede de Milán, la diócesis más grande del mundo) o Benedicto XVI. Quienes pretendan plantear una radical separación entre los dos modelos de Iglesia se equivocan, pues no son incompatibles, como la propia Iglesia es poliédrica (y, por ende, católica).
Martini fue un cardenal de la Iglesia católica, no fue un heterodoxo ni mucho menos un hereje, pero sí expresó con libertad evangélica sus opiniones frente a temas que, aún hoy, son rotundamente discutibles, desde el celibato sacerdotal a la necesidad de una Iglesia más implicada en el mundo, más cerca del «barro» del sufrimiento, y de los oprimidos. Un incontestable defensor del Concilio Vaticano II que, paradójicamente, murió pocas semanas antes de que se inaugure el Año de la Fe y los fastos en memoria del 50 aniversario de su convocatoria.
Dicen de él que renunció a la posibilidad de ser Papa durante el último cónclave. Lo cierto fue que, en el año 2000, cuando le fue aceptada la renuncia, se retiró a Jerusalén para vivir lo más cerca posible del espíritu del Resucitado. Sus últimos momentos, además, fueron un ejemplo de aceptación de la vida y de esa parte de ella que es la muerte, al rechazar el encarnizamiento terapéutico.
Pero no por ello dejó de dar mensajes mientras el Parkinson se lo permitió, o de hacer gestos de apoyo a Benedicto XVI en sus malos momentos. Prueba de ello fue su presencia, ya en silla de ruedas, hace pocos meses, cuando Ratzinger se presentó, en mitad del escándalo «Vatileaks» en Milán. Su apoyo al Papa fue siempre inquebrantable, y un ejemplo más para aquellos que no entienden que la fidelidad no tiene por qué implicar la obediencia ciega o la pérdida de la capacidad de opinar.