El papa usó en esta ceremonia un sencillo báculo de madera
(Xabier Villaverde).- Poco antes de las 10 de la mañana de este lunes el papa Francisco llegó desde Quito a Guayaquil y se dirigió hacia el Santuario del Señor de la Divina Misericordia, donde tuvo su encuentro con las personas enfermas y afectadas con diversos grados de discapacidad.
Este santuario es el segundo templo en tamaño de Guayaquil, iniciado en 2009, se concluyó en 2013 con el financiamiento de empresarios y de la Asociación de la Divina Misericordia. Éste era el santuario donde se iba a celebrar la misa campal de Francisco en Guayaquil, sin embargo el Gobierno cuestionó la idoneidad del lugar por las condiciones y la falta de seguridad que tenía.
Este santuario es un símbolo del tipo de espiritualidad que ha predominado en la Iglesia en estos últimos años. Ante la negativa del gobierno a que se hiciera la misa campal en este lugar, se eligió como alternativa el parque de los Samanes, pero quedó en la agenda este breve encuentro con las personas enfermas en el Santuario de la Divina Misericordia.
Dentro del templo, Francisco recibió el cariño de los fieles. Antes de llegar cerca al altar para rezar frente a la imagen, el Papa se detuvo a bendecir una persona enferma que estaba postrada en una camilla. Luego animó a todas las personas a rezar el avemaría y les dirigió estas palabras: «Los llevo a todos ustedes en el corazón. Le digo a Jesucristo: vos conocés el nombre de los que están aquí y le pido que tenga mucha Misericordia, que nos cubra con su misericordia y a la Virgen que esté siempre al lado de ustedes».
Luego se permitió hacer un chiste: «Les doy a todos la bendición, no, no les voy a cobrar nada, pero les pido por favor que recen por mí. ¿Me lo prometen? Que los bendiga Dios Todopoderoso en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Gracias por el testimonio cristiano».
Una vez más rompió todo tipo de protocolo y, a pesar de los controles que querían imponer los encargados de la seguridad, se acercó a las personas y a los niños.
La misa campal en los Samanes
En un sencillo automóvil fiat que está utilizando en sus desplazamientos cuando no usa el papamóvil llegó al parque de los Samanes, donde se había reunido una multitud cercana al millón de personas. El papa usó en esta ceremonia un sencillo báculo de madera y presidió la eucaristía dedicada a la familia.
El texto del Evangelio de las Bodas de Caná (Juan 2, 1-11) fue el que dio pie a la homilía, donde empleando un lenguaje sencillo señaló: «Las bodas de Caná se repiten con cada generación, con cada familia, con cada uno de nosotros y nuestros intentos por hacer que nuestro corazón logre asentarse en amores duraderos, en amores fecundos y en amores alegres. Demos un lugar a María, «la madre» como lo dice el evangelista. Hagamos con ella, ahora, el itinerario de Caná.»
«María está atenta, atenta en esas bodas ya comenzadas, es solícita a las necesidades de los novios. No se ensimisma, no se enfrasca en su mundo, su amor la hace «ser hacia» los otros, tampoco busca a las amigas para comentar lo que está pasando y criticar, la mala preparación de las bodas y como está atenta con su discreción se da cuenta de que falta el vino.
El vino es signo de alegría, de amor, de abundancia. Cuántos de nuestros adolescentes y jóvenes perciben que en sus casas hace rato que ya no hay de ese vino. Cuánta mujer sola y entristecida se pregunta cuándo el amor se fue, cuándo el amor se escurrió de su vida.»
«Cuántos ancianos se sienten dejados fuera de la fiesta de sus familias, arrinconados y ya sin beber del amor cotidiano de sus hijos, de sus nietos, de sus bisnietos. También la carencia de ese vino puede ser el efecto de la falta de trabajo, de las enfermedades, de situaciones problemáticas que nuestras familias en todo el mundo atraviesan. María no es una madre «reclamadora», tampoco es una suegra que vigila para solazarse de nuestras impericias, de nuestros errores o desatenciones. ¡María simplemente es madre!: Ahí está, atenta y solícita.»
En ese momento invitó a todas las personas presentes a gritar: ¡María es madre! Que fue coreado varias veces por los asistentes. «María, en ese momento que se percata que falta el vino acude con confianza a Jesús, esto significa que María reza. Va a Jesús, reza. No va al mayordomo; directamente le presenta la dificultad de los esposos a su Hijo.
La respuesta que recibe parece desalentadora: «¿Qué podemos hacer tú y yo? Todavía no ha llegado mi hora» (Jn 2,4). Pero, entre tanto, ya ha dejado el problema en las manos de Dios. Su apuro por las necesidades de los demás apresura la «hora» de Jesús. Y María es parte de esa hora, desde el pesebre a la cruz.»
Ella que supo «transformar una cueva de animales en la casa de Jesús, con unos pobres pañales y una montaña de ternura» (Evangelii gaudium, 286) y nos recibió como hijos cuando una espada le atravesaba el corazón, a su Hijo, Ella nos enseña a dejar nuestras familias en manos de Dios; nos enseña a rezar, encendiendo la esperanza que nos indica que nuestras preocupaciones también son preocupaciones de Dios.
Y rezar siempre nos saca del perímetro de nuestros desvelos, nos hace trascender lo que nos duele, lo que nos agita o lo que nos falta a nosotros mismos y nos ayuda a ponernos en la piel de los otros, a ponernos en sus zapatos. La familia es una escuela donde la oración también nos recuerda que hay un nosotros, que hay un prójimo cercano, patente: que vive bajo el mismo techo y que comparte la vida y está necesitado.
Y finalmente, María actúa. Las palabras «Hagan lo que Él les diga» (v. 5), dirigidas a los que servían, son una invitación también a nosotros, a ponernos a disposición de Jesús, que vino a servir y no a ser servido. El servicio es el criterio del verdadero amor. El que ama sirve, se pone al servicio de los demás. Y esto se aprende especialmente en la familia, donde nos hacemos, por amor, servidores unos de otros.
En el seno de la familia, nadie es descartado, todos valen lo mismo, me acuerdo que una vez a mi mamá le preguntaron: ¿A cuál de sus cinco hijos (nosotros somos cinco hermanos), a cuál de sus cinco hijos quería más? Y ella dijo: «como los dedos, si me pinchan este, me duele lo mismo que si me pinchan este«. Una madre quiere a sus hijos como son y en una familia los hermanos se quieren como son, nadie es descartado, allí en la familia «se aprende a pedir permiso sin avasallar, a decir «gracias» como expresión de una sentida valoración de las cosas que recibimos, a dominar la agresividad o la voracidad, y allí se aprende también a pedir perdón cuando hacemos algún daño y nos peleamos, porque en toda familia hay peleas y el problema es después pedir perdón. Estos pequeños gestos de sincera cortesía ayudan a construir una cultura de la vida compartida y del respeto a lo que nos rodea» (Laudato si’, 213).
La familia es el hospital más cercano, cuando uno está enfermo lo cuidan ahí mientras se puede, la familia es la primera escuela de los niños, es el grupo de referencia imprescindible para los jóvenes, es el mejor asilo para los ancianos. La familia constituye la gran «riqueza social», que otras instituciones no pueden sustituir, que debe ser ayudada y potenciada, para no perder nunca el justo sentido de los servicios que la sociedad presta a sus ciudadanos.
En efecto, estos servicios que la sociedad presta a los ciudadanos, estos no son una forma de limosna, sino una verdadera «deuda social» respecto a la institución familiar, que es la base y la que tanto aporta al bien común de todos. La familia también forma una pequeña Iglesia, la llamamos «Iglesia doméstica» que, junto con la vida, encauza la ternura y la misericordia divina.
En la familia la fe se mezcla con la leche materna: experimentando el amor de los padres se siente más cercano el amor de Dios. Y en la familia y de esto todos somos testigos los milagros se hacen con lo que hay, con lo que somos, con lo que uno tiene a mano y muchas veces no es el ideal, no es lo que soñamos, ni lo que «debería ser».
Hay un detalle que nos tiene que hacer pensar: el vino nuevo, ese vino tan nuevo que dice el Mayordomo en las bodas de Caná, nace de las tinajas de purificación, es decir, del lugar donde todos habían dejado su pecado, nacen de lo peorcito porque «donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia» (Rm 5,20).
Y en la familia de cada uno de nosotros y en la familia común que formamos todos, nada se descarta, nada es inútil. Poco antes de comenzar el Año Jubilar de la Misericordia, la Iglesia celebrará el Sínodo Ordinario dedicado a las familias, para madurar un verdadero discernimiento espiritual y encontrar soluciones y ayudas concretas a las muchas dificultades e importantes desafíos que la familia hoy debe afrontar. Les invito a intensificar su oración por esta intención, para que aun aquello que nos parezca impuro, el agua de las tinajas, nos escandalice o espante, Dios -haciéndolo pasar por su «hora»- lo pueda transformar en milagro.
La familia hoy necesita de este milagro. Y toda esta historia comenzó porque «no tenían vino», y todo se pudo hacer porque una mujer -la Virgen- estuvo atenta, supo poner en manos de Dios sus preocupaciones, y actuó con sensatez y coraje. Pero hay un detalle, no es menor el dato final: gustaron el mejor de los vinos. Y esa es la buena noticia: el mejor de los vinos está por ser tomado, lo más lindo, lo más profundo y lo más bello para la familia está por venir.
Está por venir el tiempo donde gustamos el amor cotidiano, donde nuestros hijos redescubren el espacio que compartimos, y los mayores están presentes en el gozo de cada día. El mejor de los vinos está en la esperanza, está por venir para cada persona que se arriesga al amor. Y en la familia hay que arriesgarse al amor, hay que arriesgarse a amar. Y el mejor de los vinos está por venir aunque todas las variables y estadísticas digan lo contrario; el mejor vino está por venir en aquellos que hoy ven derrumbarse todo.
Murmúrenlo hasta creérselo: el mejor vino está por venir. Murmúrenselo cada uno en su corazón: El mejor vino está por venir. Y susúrrenselo a los desesperados o a los desamorados. Tené Paciencia, tené esperanza, Hacé como María, rezá, actuá, abrí tu corazón, porque el mejor vino va a venir.
Dios siempre se acerca a las periferias de los que se han quedado sin vino, los que sólo tienen para beber desalientos; Jesús siente debilidad por derrochar el mejor de los vinos con aquellos a los que por una u otra razón, ya sienten que se les han roto todas las tinajas. Como María nos invita, hagamos «lo que el Señor nos diga», lo que Él nos diga y agradezcamos que en este nuestro tiempo y nuestra hora, el vino nuevo, el mejor, nos haga recuperar el gozo de ser familia, el gozo de vivir en familia. Que así sea»
De esta sencilla, pero a la vez rica y profunda homilía vale destacar algunos aspectos:
·El papa destaca los aspectos positivos y «milagrosos» del amor, es servicio, es inclusivo y abierto a los demás, nadie puede ser marginado o excluido en la familia. Es la gran riqueza social.
·Hemos estado acostumbrados a escuchar mensajes donde fundamentalmente en muchos sectores de la Iglesia se han resaltado los peligros contra la familia: el adulterio, el divorcio, la contracepción, etc. Sin embargo, Francisco nos da un mensaje donde apuesta por la alegría, por el gozo diario, por la esperanza y por arriesgarse para vivir el amor: «en la familia hay que arriesgarse al amor, hay que arriesgarse a amar. Y el mejor de los vinos está por venir aunque todas las variables y estadísticas digan lo contrario; el mejor vino está por venir en aquellos que hoy ven derrumbarse todo».
·Un mensaje sutil se expresa, cuando pide que se rece por el sínodo que sobre la familia se realizará en el próximo año jubilar, «para madurar un verdadero discernimiento espiritual y encontrar soluciones y ayudas concretas a las muchas dificultades e importantes desafíos que la familia hoy debe afrontar». El papa es consciente de que la Iglesia no puede mantener por más tiempo posiciones ya caducas y que no responden a los problemas y angustias de las mujeres y hombres de hoy. El mensaje de inclusión es y representa todo un programa del papa, más que la moral, más que las normas, la preocupación del papa se centra en el dolor y sufrimiento que pueden sufrir las personas por la falta de amor.
·En el párrafo final resalta esa misma idea, hay que acercarse «a las periferias de los que se han quedado sin vino, los que sólo tienen para beber desalientos; Jesús siente debilidad por derrochar el mejor de los vinos con aquellos a los que por una u otra razón, ya sienten que se les han roto todas las tinajas» e invita a recuperar el gozo de ser y vivir en familia.
Un mensaje lleno de esperanza y de confianza en el poder del amor. Gracias, Padre Francisco.
El papa en la Presidencia de la República y en la catedral de Quito
A las 6 de la tarde el papa Francisco regresó a Quito y realizó la visita protocolar al palacio de Carondelet, sede de la Presidencia de la Repùblica. Una vez más en el saludo mutuo con el presidente Rafael Correa se percibió la cercanía entre ambos personajes. El presidente le hizo conocer el palacio y se reunieron en privado por un poco menos de una hora.
Luego se trasladó a conocer la catedral donde saludo a los presentes. Terminó pidiendo a todas las personas que rezaran el avemaría y pidieran a Dios por él e impartió una bendición para todas las personas y familias del Ecuador, pidiendo que en nuestro país no haya excluidos ni marginados. El pueblo quiteño se ha reunido esta noche en vigilia en el parque Bicentenario para prepararse a la eucaristía que mañana celebrará en este lugar.