La MSN del Barcelona con el cada día más disimulado gran aporte de Iniesta es el claro ejemplo de que el fútbol tiene miles de vericuetos pero al final de cuentas terminan siendo ellos, los futbolistas, los que rompen con la idolatría de los entrenadores se llamen como se llamen.
No es la única fórmula pero sí la más efectiva. Siempre fue así y seguirá siendo por el resto de vida que le quede al fútbol.
Siempre hubo y hay un eje en el que gira esa grandeza futbolística, que puede ser para algunos el mejor jugador del mundo o no, pero que cuando se empieza a dudar de él, aparece y rompe todos los esquemas y preconceptos.
Es obvio que ese astro no debe estar solo ni puede hacerlo todo solo porque el fútbol es un juego en equipo.
Su capacidad innata supera lo imaginable pero además si goza de cortesanos al más alto nivel, son muy pocos los márgenes de errores.
Messi, Suárez, Neymar e Iniesta fueron los verdugos del Manchester City
de Pep Guardiola, quien en su momento gozó de las mieles del éxito dirigiendo a un club blaugrana que también contaba con eximios jugadores, en aquel entonces Messi, Iniesta, Xavi y compañía.